No soporto la burla o el menosprecio
hacia alguien que sufre de enajenación mental; el que menosprecie o
manifieste desagrado y rechazo hacia una persona que no sabe ni puede
controlar sus actos porque su mente no rige sino que fantasea, y no
como la noble y generosa mente de Don Quijote, sino más vulgarmente,
ese no tiene tampoco una mente bien dirigida y no muestra en absoluto
sabiduría, tampoco puede presumir de sentimientos de humanidad y
piedad.
La verdad es que es otro de los grandes
desmanes de esta sociedad, el haber dejado en la calle, a su libre
albedrío, o a cargo de los familiares en el mejor de los casos, a
las personas con problemas mentales. Mucho se ha abusado de la
palabra “integración”, en los colegios con los niños con
problemas, y ahí está el resultado: la educación es el mayor
fracaso de esta sociedad; en el caso de las personas con problemas
mentales también se les ha querido “integrar” en la sociedad, y
el resultado es que muchas familias tienen que suplicar ayuda, y
cuando no, estas personas terminan en la calle de la peor de las
maneras, abandonadas en su propio caos mental.
Hoy es uno de esos días en los que
compruebas las reacciones humanas en toda su crudeza, porque,
efectivamente, la actitud ante una persona que sufre enajenación
mental, pone a prueba nuestro grado de humanidad. He visto que unos
huyen de estas personas por miedo, ya tienen bastante con vivir en la
calle, sólo les faltaba a ellos eso. Otros se lo toman a broma, y
los hay que muestran cierto rechazo, y hasta los que tratan de hacer
que esa persona piense, con lo cual aumentan su suspicacia y recelo
hacia el "cuerdo"; otros observan cautelosamente y esperan que se
vaya pronto. En este ambiente no es fácil ayudar a esa persona.
La conclusión mejor sería que hay que
proteger a estas personas, librarlas de las burlas, el menosprecio y
el recelo, librarlas de sí mismas ofreciéndoles un entorno
adecuado, seguro y estable.
No pretendo presumir en absoluto, las
condiciones de vida que sufren los enfermos mentales es bastante
triste y requiere una solución adecuada de toda la sociedad, pero
recuerdo con cierta emoción mi primer voluntariado, hace muchos
años, en el Sanatorio Mental de los Hermanos de San Juan de
Dios, en Palencia. Aún recuerdo con total claridad ciertas escenas
dantescas, en las que los hermanos de San Jan de Dios tenían un
comportamiento sobrehumano, me admiraba aquel talante de los
hermanos, siempre alegres, hablándole a cada enfermo según su
lógica y sus fantasías. Humildemente acepto la lección que me
dieron, hace más de veinte años, y que me es tan útil en estos
tiempos.
Entonces era muy joven, íbamos más
bien de visita un día a la semana, y nos esperaban todos, hermanos y
pacientes, algunos se agarraban a ti y era difícil librarte de
ellos, otros te miraban insistentemente como un bicho raro, y se
reían. Las escenas eran tan fuertes muchas veces, que las tengo
totalmente vivas en mi memoria, como aquel día que pasé no sé
cuanto tiempo dando vueltas y vueltas al enorme jardín, con uno
que tenía un plan extraordinario para repoblar de árboles media
España y mejorar extraordinariamente la producción de los campos.
Ahora creo darme cuenta dónde aprendí yo a escuchar, les debía
esta lección también a los hermanos y a los enfermos agradecidos,
porque yo procuraba hacer como los hermanos hacían y nos decían,
simpre agradecidos y amables.
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