¡Cómo puedo liberarme de esta ira que
llevo dentro! Hacía tiempo que no escuchaba esta demanda
desesperada, y en esta ocasión no en privado, sino delante de un
grupo de personas.
Nuestro amigo lleva pocos días con
nosotros y se le ve intranquilo, no tiene asiento, rechaza con
energía el café que le ofrezco: ¿Qué quieres, que me ingresen?
Contesta no de malos modos, sino implorando algo, algo que él no
acierta a expresar, y que espera que tú le descubras, para poderlo
afrontar y librarse de esa carga que lo atormenta.
Hoy, por fin, ha logrado explicarse
algo más y ha concluido con la frase del comienzo: ¡Cómo puedo
librarme de la ira! Si yo sé el daño que me hace, pero…
Pero es que espera un juicio dentro de
pocos días en el que tiene que enfrentarse a una causa abierta y muy
complicada, familiar, y no sabe como va a reaccionar. Es una causa
con tono de tragedia para él, pues está enfrentado a su padre por
querer proteger a su madre, y la justicia lo ha condenado a él con
el alejamiento.
Ya casi ni nos afectan los problemas,
por graves que estos sean, son tantos los que nos hemos creado y nos
envuelven por todos lados que a veces convierten en auténticas
islas volcánicas a las personas; poco a poco hemos permitido
que nuestra sociedad se transforme en un laberinto caprichoso, cada vez más
complicado, con innumerables trampas, de manera que son incontables
los que perecen atrapados por ese genio siniestro (la Rebeldía, la
Soberbia) que juega con nosotros.
Vamos a necesitar auténticos héroes
de cuento (de los cuentos antiguos, donde existía el miedo y había un valiente que lo superaba, para bien de todos.) capaces de afrontar misiones dificilísimas, capaces de
superar las trampas que el Malvado nos tiende y así recuperar la
paz, la inocencia, el entusiasmo por la vida y la fe en quien nos ha
proporcionado durante generaciones el sostén más seguro a nuestra
esperanza en un mundo mejor, y el estímulo más eficaz en la
solución de las dificultades: Dios.
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