sábado, 6 de julio de 2013

La irrelevancia de las opiniones



Por José Luís Nunes Martins
publicado en 6 Jul 2013 - 05:00


Hay quien se pasa la vida condenando o admirando personas, hay quien es capaz de gastar la mayor parte de las horas en juzgar a los demás…

No somos lo que los otros piensan. Pocos de nosotros somos siquiera lo que creemos ser. Somos lo que somos, el resultado de la libertad de nuestras actitudes, decisiones y actos.

Las opiniones que tienen las personas unas de otras son, en la mayor parte de los casos, análisis y valoraciones superficiales sin gran fundamento, aunque casi siempre las presenten con convicción. La emoción determina estos prejuicios más  que la razón; mas, atención, una buena parte de las emociones son negativas y predisponen al mal. De este modo, hay presunciones que aparecen, crecen y se alimentan de las más diversas formas de egoísmo… una maldad que se puede enmascarar mucho, de manera que nunca se debe esperar bien ninguno. Las opiniones son siempre cosas

La humildad debería conducir a nuestro espíritu a una tranquilidad que se asentara en la certeza de que hay pocas certezas. Estamos errados tantas veces respecto de nosotros mismos y de los demás que pudiéramos –y beberíamos-  ser capaces de encarar lo que las personas piensan unas de otras, más como una actividad lúdica que de algo con conocimiento, sentido y valor. Evitando, a toda costa, esta tentación humana de dar pareceres sobre apariencias.

La opinión de los otros es absolutamente irrelevante para nuestra existencia, vida y felicidad. Dos tipos de razones nos ayudarán a entender que no debemos juzgar a nadie: es algo tan complejo que se vuelve, en la práctica, imposible; además, ¿qué provecho se podría sacar de esto para nuestra vida? La opinión de los otros es siempre…de los otros.

Hay personas con ideas respecto de otras que son completamente absurdas, ignorando muchos hechos que tienen delante de los ojos. Estas personas son capaces de ofender en la exacta proporción de su incapacidad de pensar lo mínimo.

De nada vale intentar modificar una opinión de alguien sobre nosotros. Ella revela fundamentalmente a quien la tiene, volviéndose así, de extraña forma, un acceso más lineal a la identidad de esa persona… es posible que si así se mantuviere durante mucho tiempo, sea más fácil a cualquiera descubrir la miseria interior de esas personas que se dedican a las superficialidades.

No es por que  reconozcamos  el valor que tenemos, ni porque  lo ignoremos por lo que lo perdemos. Estos elogios o reprobaciones poco pueden si nos volvemos vanidosos o amargados.

La ignorancia, la superficialidad y la obstinación tan ampliamente enraizadas, colocan  la tontería sobre la sensatez, ¡por lo que hay grandes probabilidades de que una opinión sea tanto más inapropiada cuanta más gente la ha adoptado!

Hay opiniones para todos los gustos, se encuentran con facilidad pruebas y argumentos para sustentar tanto cualquier posición  como la contraria. Son altamente inestables y, como las modas, muchas, las más populares, son las que retornan algún tiempo después, otra vez… ¡nuevas! A quien pase la vida condenando y admirando personas, a quien sea capaz de gastar la mayor parte de sus horas juzgando a los otros…


Habrá siempre quien no comprenda que las personas precisan más de ser amadas que de ser juzgadas. El único juicio que importa será hecho por Alguien que en su amor nos creó y enseñó que el camino para la felicidad es el del amor a nosotros, a los conocidos como a los que desconocidos… Al final de la vida de cada uno de nosotros, vale solamente cuánto hayamos sido capaces de amar…absolutamente nada más.

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