Pablo Garrido Sánchez
Lutero y la Reforma
Pero volvamos al motivo nuclear de la Reforma
Protestante. ¿Qué movió a Lutero al enfrentamiento con su religión materna? El
motivo fue doble: la resolución de la culpabilidad personal y la justificación
del bautizado por la Fe. Los dos términos de la proposición no se pueden
separar: Lutero siente una necesidad
imperiosa de ser perdonado, porque se ve profundamente pecador e incapaz de
ponerse a la altura del listón ético al que lo llevaba su espiritualidad como
monje agustino. Ante esta barrera insalvable, sólo le quedaba la desesperación o el descubrimiento, como así sucedió
en su experiencia personal, de la justificación por la Fe. Es DIOS el que
nos hace justos de forma absolutamente gratuita, si creemos que ÉL nos ha
salvado definitivamente por medio de su HIJO JESUCRISTO. Las obras personales
no pueden alcanzar por sí solas ni la justificación ni la salvación eterna.
Este descubrimiento de Lutero que se apoya en la doctrina más genuina de san
Pablo y de todo el Nuevo Testamento, revolucionó su vida, y este descubrimiento
personal fue el principal motivo del enfrentamiento con Roma agravado por el
asunto de las indulgencias. No fue la compraventa de las indulgencias la
causante directa de la ruptura con Roma, que si provocó por parte de ésta una
reacción virulenta por las noventa y cinco tesis en contra de las mismas, que
Lutero colgó en la puerta de la catedral de Wittenberg con la intención de
provocar un debate lo más sonoro y amplio posible. En este momento Lutero no
tuvo una sola palabra desabrida contra el Papa, aunque ironizó y ridiculizó la
compraventa de indulgencias en un grado que dolió el vientre de los
cardenales y tocó la tiara del Papa, en palabras de Erasmo de Roterdam. Fue
en mil quinientos diecisiete, cuando Lutero desencadenó la polémica contra las
indulgencias, quedando como fecha simbólica de la Reforma Protestante, de la
que celebramos quinientos años.
Lutero fue desarrollando su cuerpo
doctrinal y dejándolo en sus escritos. Transitó
de monje a exegeta (traductor e intérprete) y divulgó la Biblia en lengua
alemana; propuso la Escritura como única fuente de autoridad y conservó los
sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, aceptando la presencia real de
JESÚS en contra de Juan Calvino y Zwinglio, que dieron lugar a otras ramas de
la Reforma. Saltaron por los aires el primado del Papa y la tradición, el
sacramento del orden y el magisterio eclesial. La reacción romana basada en
la fuerza de la autoridad, y en la autoridad de la fuerza, no lograron doblegar
a Lutero cuyo legado fue asumido por un buen número de creyentes, sancionándose
por parte de la Iglesia Católica con el Concilio de Trento. Parecía que este concilio iba a calmar las
aguas y dejar en su sitio todas las cosas, pero no fue así. Las guerras de religión entre católicos y
reformados desolaron Europa y prepararon el argumentario secularista de la
Ilustración, cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días y de las que hoy tanto
nos quejamos no sin razón; pero las cosas no vienen por sí solas.
Comunicado conjunto
Damos un gran salto y nos venimos a mil novecientos
noventa y nueve, en la ciudad alemana de Ausgburgo. Volvemos a tener presente el Concilio Vaticano II, que abrió las
ventanas de la Iglesia y entró un aire nuevo, pues el Consejo Pontificio para
la Unidad de los Cristianos, emanado del propio Concilio, mantuvo reuniones con distintos grupos de las
iglesias de la Reforma hasta concluir una declaración conjunta sobre la
doctrina de la justificación, que reza así:
Las iglesias Luterana y Católica Romana han escuchado
juntas la Buena Nueva proclamada en las Sagradas Escrituras. Esta escucha
común, junto con las conversaciones teológicas mantenidas en estos últimos años,
forjaron una interpretación de la justificación, que ambas comparten. Dicha
Interpretación engloba un consenso sobre los planteamientos básicos que, aún
cuando difieran, las explicaciones de las respectivas declaraciones no
contradicen.
En
la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del DIOS
trino. El PADRE envió a su HIJO al mundo para salvar a los pecadores.
Fundamento y postulado de la justificación es la Encarnación, Muerte y
Resurrección de CRISTO. Por lo tanto, la justificación significa que CRISTO es
justicia nuestra, la cual compartimos
mediante el ESPÍRITU SANTO, conforme con la voluntad del PADRE. Juntos
confesamos: Sólo por gracia mediante la fe en CRISTO y su obra salvífica, y no
por algún mérito nuestro, somos aceptados por DIOS y recibimos el ESPÍRITU
SANTO, que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas
obras. (Declaración conjunta sobre
la Doctrina de la Justificación, n. 14 y 15)
Casi quinientos años después lo que le pareció
esencial a un monje agustino aguijoneado por su conciencia fue elevado a
doctrina solemne por la oficialidad de las iglesias contendientes en aquella
fractura, que nunca debió producirse, trayendo irreparables males para los
creyentes y para la sociedad en general especialmente la europea. Como diría
Hans Kung, “la paz mundial depende de la paz entre las religiones”; y
Walter Kasper añade, “habrá paz entre las religiones, si hay paz entre las
iglesias”.
Revisión del papado
Un problema por resolver en el camino ecuménico que
afecta tanto a la Iglesia Ortodoxa como al resto de las iglesias de la Reforma
es el papado. Para la Iglesia Ortodoxa la dificultad estriba en el modo de
ejercer la función de pastor universal, pues le conceden legitimidad al carisma
del primado de Pedro. La cosa se complica un poco más con las iglesias de la
Reforma que no admiten más que el sacerdocio de los bautizados, por lo que el
episcopado como el presbiterado no tienen cabida, aunque designen responsables
de las distintas comunidades eclesiales, incluso con la denominación de
obispos. San Juan Pablo II, en la
encíclica antes citada abrió la posibilidad a esta revisión de la función del
primado de Pedro: “Por razones muy diversas, y contra la voluntad de unos y
otros, lo que debía ser un servicio pudo manifestarse bajo una luz bastante
distinta, pero por el deseo de obedecer verdaderamente a la voluntad de CRISTO,
me considero llamado, como obispo de
Roma, a ejercer ese ministerio... que el ESPÍRITU SANTO nos dé su luz e
ilumine a todos los pastores y teólogos de nuestras iglesias para que
busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda
realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros .
Tarea ingente, que no podemos rechazar y que no puedo
llevar a término solo. La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre
todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables eclesiales y a sus
teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno,
paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas,
teniendo presente sólo la voluntad de CRISTO para su Iglesia, dejándonos
impactar por su grito “que ellos también sean uno en NOSOTROS, para que el
mundo crea que TÚ me has enviado” (Jn
17, 21)?
Esta declaración expresada en el año noventa y cinco,
del siglo anterior, no ha tenido de momento repercusión alguna. El nuevo estilo
del papa Francisco puede responder con los hechos y las actitudes a la anterior
declaración pontificia.
Perspectivas para el futuro
La Iglesia Católica lleva pocos años en una decidida
tarea ecuménica, y se han conseguido algunas metas, pero da la impresión que
todavía queda mucho camino por andar. Los especialistas en ecumenismo nos dicen
que el proceso ecuménico discurre por tres vías: el ecumenismo espiritual, el
trabajo doctrinal destinado a los teólogos y las iniciativas conjuntas de
carácter social. En esta misma línea habla el
papa Francisco cuando, en su tono afable, dice: dejen trabajar a los teólogos,
que ellos lo saben hacer, y lo hacen bien”. Y en otro momento anima a las
comunidades, de modo especial en los países de misión a realizar actividades
conjuntas, pues en ese instante desaparecen todas las diferencias doctrinales. El
mismo papa Francisco habla del ecumenismo
de sangre, es decir, aquellos cristianos, sea de la confesión que sean, que
entregan su vida confesando a JESUCRISTO como su SALVADOR, y perdonando a sus
verdugos.
Las celebraciones conjuntas de oración, las liturgias
ecuménicas, constituyen momentos de alta
significación ecuménica, pues se está adorando, alabando y celebrando al
mismo DIOS que nos salva en su HIJO JESUCRISTO. Es el propio san Juan Pablo II,
en la encíclica antes mencionada el que ofrece la posibilidad de participar en
los sacramentos de la Eucaristía, Confesión y Unción de Enfermos, a personas
individuales provenientes de las iglesias de la Reforma, cuando
manifiestan un profundo deseo o
necesidad: (o.c.,n.46).
Si la unidad de los cristianos es un
mandato del SEÑOR: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21); esta
unidad se verificará como don del mismo SEÑOR; pero hay que pedirlo y
trabajarlo. Somos expertos en dividir y devolver al caos lo que mantenía una
cierta armonía; el camino de retorno nos exige disponer habilidades o actitudes
relacionadas con el verdadero diálogo, la búsqueda sincera de la verdad en lo
doctrinal, y en el mantenimiento en el tiempo de una convivencia fraterna que
haga posible la diversidad en la unidad, y viceversa la unidad en la
diversidad. Decimos: “hay que ir a los alejados”; pero, ¿qué perciben los
alejados para animarse a volver?.
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