miércoles, 22 de febrero de 2017

LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS II

Pablo Garrido Sánchez

 Lutero y la Reforma


Pero volvamos al motivo nuclear de la Reforma Protestante. ¿Qué movió a Lutero al enfrentamiento con su religión materna? El motivo fue doble: la resolución de la culpabilidad personal y la justificación del bautizado por la Fe. Los dos términos de la proposición no se pueden separar: Lutero siente una necesidad imperiosa de ser perdonado, porque se ve profundamente pecador e incapaz de ponerse a la altura del listón ético al que lo llevaba su espiritualidad como monje agustino. Ante esta barrera insalvable, sólo le quedaba la desesperación o el descubrimiento, como así sucedió en su experiencia personal, de la justificación por la Fe. Es DIOS el que nos hace justos de forma absolutamente gratuita, si creemos que ÉL nos ha salvado definitivamente por medio de su HIJO JESUCRISTO. Las obras personales no pueden alcanzar por sí solas ni la justificación ni la salvación eterna. Este descubrimiento de Lutero que se apoya en la doctrina más genuina de san Pablo y de todo el Nuevo Testamento, revolucionó su vida, y este descubrimiento personal fue el principal motivo del enfrentamiento con Roma agravado por el asunto de las indulgencias. No fue la compraventa de las indulgencias la causante directa de la ruptura con Roma, que si provocó por parte de ésta una reacción virulenta por las noventa y cinco tesis en contra de las mismas, que Lutero colgó en la puerta de la catedral de Wittenberg con la intención de provocar un debate lo más sonoro y amplio posible. En este momento Lutero no tuvo una sola palabra desabrida contra el Papa, aunque ironizó y ridiculizó la compraventa de indulgencias en un grado que dolió el vientre de los cardenales y tocó la tiara del Papa, en palabras de Erasmo de Roterdam. Fue en mil quinientos diecisiete, cuando Lutero desencadenó la polémica contra las indulgencias, quedando como fecha simbólica de la Reforma Protestante, de la que celebramos quinientos años.

Lutero fue desarrollando su cuerpo doctrinal y dejándolo en sus escritos. Transitó de monje a exegeta (traductor e intérprete) y divulgó la Biblia en lengua alemana; propuso la Escritura como única fuente de autoridad y conservó los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, aceptando la presencia real de JESÚS en contra de Juan Calvino y Zwinglio, que dieron lugar a otras ramas de la Reforma. Saltaron por los aires el primado del Papa y la tradición, el sacramento del orden y el magisterio eclesial. La reacción romana basada en la fuerza de la autoridad, y en la autoridad de la fuerza, no lograron doblegar a Lutero cuyo legado fue asumido por un buen número de creyentes, sancionándose por parte de la Iglesia Católica con el Concilio de Trento.  Parecía que este concilio iba a calmar las aguas y dejar en su sitio todas las cosas, pero no fue así. Las guerras de religión entre católicos y reformados desolaron Europa y prepararon el argumentario secularista de la Ilustración, cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días y de las que hoy tanto nos quejamos no sin razón; pero las cosas no vienen por sí solas.

Comunicado conjunto


Damos un gran salto y nos venimos a mil novecientos noventa y nueve, en la ciudad alemana de Ausgburgo. Volvemos a tener presente el Concilio Vaticano II, que abrió las ventanas de la Iglesia y entró un aire nuevo, pues el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, emanado del propio Concilio, mantuvo reuniones con distintos grupos de las iglesias de la Reforma hasta concluir una declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, que reza así:
Las iglesias Luterana y Católica Romana han escuchado juntas la Buena Nueva proclamada en las Sagradas Escrituras. Esta escucha común, junto con las conversaciones teológicas mantenidas en estos últimos años, forjaron una interpretación de la justificación, que ambas comparten. Dicha Interpretación engloba un consenso sobre los planteamientos básicos que, aún cuando difieran, las explicaciones de las respectivas declaraciones no contradicen.

En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del DIOS trino. El PADRE envió a su HIJO al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la Encarnación, Muerte y Resurrección de CRISTO. Por lo tanto, la justificación significa que CRISTO es justicia nuestra,  la cual compartimos mediante el ESPÍRITU SANTO, conforme con la voluntad del PADRE. Juntos confesamos: Sólo por gracia mediante la fe en CRISTO y su obra salvífica, y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por DIOS y recibimos el ESPÍRITU SANTO, que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras.  (Declaración conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, n. 14 y 15)

Casi quinientos años después lo que le pareció esencial a un monje agustino aguijoneado por su conciencia fue elevado a doctrina solemne por la oficialidad de las iglesias contendientes en aquella fractura, que nunca debió producirse, trayendo irreparables males para los creyentes y para la sociedad en general especialmente la europea. Como diría Hans Kung, “la paz mundial depende de la paz entre las religiones”; y Walter Kasper añade, “habrá paz entre las religiones, si hay paz entre las iglesias”.

Revisión del papado


Un problema por resolver en el camino ecuménico que afecta tanto a la Iglesia Ortodoxa como al resto de las iglesias de la Reforma es el papado. Para la Iglesia Ortodoxa la dificultad estriba en el modo de ejercer la función de pastor universal, pues le conceden legitimidad al carisma del primado de Pedro. La cosa se complica un poco más con las iglesias de la Reforma que no admiten más que el sacerdocio de los bautizados, por lo que el episcopado como el presbiterado no tienen cabida, aunque designen responsables de las distintas comunidades eclesiales, incluso con la denominación de obispos. San Juan Pablo II, en la encíclica antes citada abrió la posibilidad a esta revisión de la función del primado de Pedro: “Por razones muy diversas, y contra la voluntad de unos y otros, lo que debía ser un servicio pudo manifestarse bajo una luz bastante distinta, pero por el deseo de obedecer verdaderamente a la voluntad de CRISTO, me considero llamado,  como obispo de Roma, a ejercer ese ministerio... que el ESPÍRITU SANTO nos dé su luz e ilumine a todos los pastores y teólogos de nuestras iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros .

Tarea ingente, que no podemos rechazar y que no puedo llevar a término solo. La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de CRISTO para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito “que ellos también sean uno en NOSOTROS, para que el mundo crea que TÚ  me has enviado” (Jn 17, 21)?
Esta declaración expresada en el año noventa y cinco, del siglo anterior, no ha tenido de momento repercusión alguna. El nuevo estilo del papa Francisco puede responder con los hechos y las actitudes a la anterior declaración pontificia.


Perspectivas para el futuro


La Iglesia Católica lleva pocos años en una decidida tarea ecuménica, y se han conseguido algunas metas, pero da la impresión que todavía queda mucho camino por andar. Los especialistas en ecumenismo nos dicen que el proceso ecuménico discurre por tres vías: el ecumenismo espiritual, el trabajo doctrinal destinado a los teólogos y las iniciativas conjuntas de carácter social. En esta misma línea habla el papa Francisco cuando, en su tono afable, dice: dejen trabajar a los teólogos, que ellos lo saben hacer, y lo hacen bien”. Y en otro momento anima a las comunidades, de modo especial en los países de misión a realizar actividades conjuntas, pues en ese instante desaparecen todas las diferencias doctrinales. El mismo papa Francisco habla del ecumenismo de sangre, es decir, aquellos cristianos, sea de la confesión que sean, que entregan su vida confesando a JESUCRISTO como su SALVADOR, y perdonando a sus verdugos.
Las celebraciones conjuntas de oración, las liturgias ecuménicas, constituyen momentos de alta  significación ecuménica, pues se está adorando, alabando y celebrando al mismo DIOS que nos salva en su HIJO JESUCRISTO. Es el propio san Juan Pablo II, en la encíclica antes mencionada el que ofrece la posibilidad de participar en los sacramentos de la Eucaristía, Confesión y Unción de Enfermos, a personas individuales provenientes de las iglesias de la Reforma, cuando manifiestan  un profundo deseo o necesidad: (o.c.,n.46).


Si la unidad de los cristianos es un mandato del SEÑOR: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21); esta unidad se verificará como don del mismo SEÑOR; pero hay que pedirlo y trabajarlo. Somos expertos en dividir y devolver al caos lo que mantenía una cierta armonía; el camino de retorno nos exige disponer habilidades o actitudes relacionadas con el verdadero diálogo, la búsqueda sincera de la verdad en lo doctrinal, y en el mantenimiento en el tiempo de una convivencia fraterna que haga posible la diversidad en la unidad, y viceversa la unidad en la diversidad. Decimos: “hay que ir a los alejados”; pero, ¿qué perciben los alejados para animarse a volver?. 

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