domingo, 19 de febrero de 2017

Verdades mentirosas


P. Gonzalo Portocarrero de Almada

El principal ‘interés nacional’ es la verdad: ningún interés económico, partidista o personal puede legitimar ‘esquemas’ contrarios a la ley y a los más elementales principios éticos de la gobernación.

A propósito de la Caja General de Depósitos, mucho se tiene hablado, en estos últimos tiempos, sobre la verdad. Sin entrar en el análisis del caso concreto, ni en cuestiones de naturaleza bancaria o partidista, viene a propósito traer algunas consideraciones sobre la verdad y la mentira en la política, sin hacer, como es obvio, ningún juicio personal.

En tiempos de relativismo, se tiende a creer que la verdad no existe,  porque no es más que una mera narrativa. Con todo, según la clásica definición de Tomás de Aquino, la verdad existe y es la propia realidad en cuanto presente al entendimiento. Siendo así, es algo objetivo y real, no subjetivo ni virtual. La verdad es consustancial al conocimiento y el error deriva de la falta de correspondencia entre la realidad y lo que se dice de ella. Afirmas, consciente y voluntariamente, como verdadero lo que es falso, con la intención de engañar, es mentir.

La verdad es tan esencial a la justicia que el juicio, solo después de proceder al recuento de los hechos, se puede deducir de ellos la responsabilidad civil o criminal. También en la política la verdad es relevante: un poder no fundado en la verdad no puede ser legítimo, ni justo, como Cristo hizo saber a Poncio Pilatos (Jn. 18, 28-39). No es pues de extrañar que todos los regímenes totalitarios, como el nazismo o el comunismo, se hunden en la mentira e impiden el conocimiento de la verdad, principalmente a través de la censura.

La mentira, como los sombreros, puede ser de muchos tipos. Se puede mentir con medias verdades e, incluso, con verdades enteras. Fue el caso del subordinado que, enojado con el comandante, escribió en el diario de a bordo: hoy, el capitán no se ha emborrachado. Era verdad, pero una verdad mentirosa, porque llevaba a creer que todos los días se emborrachaba aquel que, no solo aquel día sino que nunca antes lo había hecho, al contrario de lo que el subordinado mentirosa y maliciosamente insinuara. Por lo tanto, no miente solo quien, consciente y voluntariamente, afirma algo contrario a la verdad, sino también aquel que, por sus palabras o silencios, da a entender alguna cosa falsa.

No vale la pena caer en el ridículo de los eufemismos, como “error de percepción” u otros, ni derivar en menudencias casuísticas. Centrar la cuestión en la naturaleza del mensaje –carta, teléfono,  e-mail, sms, etc.- u otro tipo de documento- informático, material, etc. – es un preciosismo farisaico, que da indicio de artes y mañas de aquel que es “mentirosos y padre de la mentira” (Jn. 8, 44). También a este propósito, la enseñanza evangélica es clara: “vuestro lenguaje debe ser: ‘sí, sí; no, no’. Lo que pasa de eso viene del maligno” (Mt 5, 37)

Otra cuestión es la responsabilidad moral por los actos propios y ajenos. Quien hace una afirmación contraria a la verdad es responsable de esa mentira, pero también saben ser responsabilizados, en términos éticos y políticos, los que, sabiendo, dan cobertura as esa falsedad.

Se cuenta que en tiempos remotos, en un país europeo que no el nuestro, un ministro no sabía si debía permitir que algunos periodistas extranjeros tuvieran acceso a datos de su departamento. A ese efecto consultó al jefe del gobierno, que le dice, lacónicamente, que hiciese lo que quisiese. Los reporteros fueron admitidos, pero el reportaje que publicaron, después de regresar a su país, fue muy negativo. En la siguiente4 reunión de gobierno, como era de esperar, llovieron las críticas sobre el ministro en cuestión, hasta que el primer ministro puso término a la discusión,  diciendo que había sido él quien autorizó la investigación periodística. Pudo haber guardado un cómodo y cobarde silencio, dejando arder al ministro, sin embargo tuvo la dignidad de asumir que era su responsabilidad política y moral por el acto del ministro, una vez que él le hubiera dado su permiso.

Si alguien mintió, debe tener el coraje de reconocerlo y asumir las consecuencias obvias. Si es grave faltar a la verdad, grave es también ser cómplice de la mentira: si alguien le dio cobertura política debe también aceptar la inherente responsabilidad, en nombre de la verdad y de la dignidad del Estado. El principal ‘interés nacional’ es la verdad: ningún interés económico, partidista o personal puede legitimar ‘esquemas’ contrarios a la ley y los más elementales principios éticos de la gobernación.

En la vida, hay señores... y chicos expertos. En la política, hay estadistas... y los otros.

PS. Un periodista del DN, en artículo de opinión, se rebeló recientemente contra la presencia de padre en comisiones de ética de los hospitales y en la prensa, como comentadores de temas de su especialidad, como es el caso de la presente crónica. Más desproporcionado es, con todo, que periodistas, sin especial formación en cuestiones éticas, opinen sobre asuntos que no son de su conocimiento. De un periodista general, o sea no especializado en temas de religión y moral, se esperan artículos de información, porque los de opinión deben ser de la exclusiva competencia de quien ha recibido una formación específica sobre la materia correspondiente.


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