Una de las mayores dificultades que tiene el desempeñar una tarea de voluntariado con personas sin hogar es la de acompañar a personas necesitadas en su “larga espera”: larga espera a que la administración conceda la ayuda solicitada, medio año, un año; eso si se la conceden o tiene derecho a ella; larga espera para encontrar un trabajo, esto sí que es difícil cuando llevas un tiempo como persona sin hogar, aún conservando buen aspecto; larga espera para encontrar una vivienda barata cuando ya se ha conseguido la ayuda social, entre trescientos y cuatrocientos euros. Larga estancia en la calle, porque la estancia en los albergues es limitada. ¿Están bien planteados la mayoría de los albergues?, dudo que lo que persigan sea dar una opción a la estabilización y el arraigo de las personas sin hogar, cuando la norma es que no permanezcan más de tres días y no puedan volver al mismo albergue en un mes por lo menos.
Hoy ha vuelto por la oficina precisamente nuestro amigo F., lleva viniendo a nuestro servicio mucho tiempo, por lo menos un año, pero hoy su aspecto me ha alterado, lo he visto demacrado, ojeroso, con un arañazo en la cara, la mirada huidiza. Al preguntarle qué ha pasado la respuesta fue inmediata: “la cosa esta muy mal, la cosa está muy mal”, con la voz aún temblorosa. No conseguí una palabra más de él, lo dejé tranquilo y se sirvió el su café, se sentó a leer el periódico y se fue calmando.
Pasé a informar a la trabajadora social de la entrada de F. en la oficina, le comenté mi impresión y me contestó: “lo que le pasa a F. es que está demasiado tiempo esperando”.
Lo hizo pasar en seguida y supongo que a ella le contó lo sucedido esta noche, porque salía más tranquilo. Él me ha dado muestras de ser capaz de vivir en la calle y de no tener miedo, pero hoy me ha alarmado al contestar tan rotundo que la cosa está muy mal. Eso ya lo sabe todo el mundo, pero realmente donde se empieza a notar el deterioro social hacia la violencia por pura supervivencia es precisamente entre las personas que viven en la calle. Ellos son la voz de alarma, el aviso para empezar a tomar medidas más contundentes que frenen la caída hacia la pobreza de familias y personas, de los jóvenes sobre todo. Porque qué les vamos a pedir entonces a los jóvenes, si no los dejamos demostrar que son capaces de trabajar y garantizar el futuro de la sociedad.
¿Por qué le ha pasado esto a F? Pues porque F. lleva esperando mucho tiempo: consiguió al fin hacer un curso con derecho a realizar unas prácticas remuneradas en una empresa el verano pasado; al terminar el curso la mayoría de alumnos se colocó como estaba previsto, menos él; él quedó a la espera, primero hasta diciembre, de diciembre hemos llegado a la primavera, y F. sigue esperando que lo llamen. Entre tanto ya ha sufrido con el de hoy dos incidentes graves.
Es duro constatar lo que cuesta recuperar una vida, pero cuesta tanto y más acompañar en el proceso hacia la normalización y la integración, porque la larga espera puede hacer fracasar el esfuerzo realizado, y entonces, vuelta a empezar, ¿cómo se mantiene así viva la esperanza? ¿Cómo se convence a alguien que espera y espera que merece la pena intentarlo? No me parece mal la iniciativa de los servicios sociales de ofrecer a los parados la posibilidad de realizar tareas de voluntariado en beneficio de la sociedad o de personas que requieran algún tipo de ayuda. Estar ocupado es fundamental, ser útil una razón suficiente para vivir.
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