lunes, 12 de marzo de 2012

Los demonios no dejan de manifestar su envidia hacia nosotros.


Este texto, tomado de la cuarta carta de San Antonio, es una buena guía para hacer un examen de conciencia, especialmente en cuaresma. No admite disculpas, pues es para valientes, dispuestos a presentarse ante Dios. No es como esas presentaciones que circulan por los correos electrónicos prometiendo la felicidad con poco esfuerzo, como si estuviera al alcance de cualquiera, y nos sueltan una serie de consejos tomados de aquí y de allá, y cuando terminamos de leerlos ya no nos acordamos porque se han disipado en los paisajes tan decorativos que le sirven de fondo y la música que les acompaña.
Eso cuando dichos correos no sirven de propaganda de nuevas doctrinas, que pretenden alcanzar la felicidad disfrutando de nuestro cuerpo, sin sentir la mínima piedad por las personas enfermas o con alguna discapacidad que no pueden gozar de su cuerpo. Son precisamente estas personas que se ven obligadas a superar las deficiencias corporales las que nos demuestran que sin esfuerzo y sin voluntad no se puede lograr la felicidad. Me asombraba la noticia que leí el otro día de Romualdo, un mexicano sin manos y con sólo la mitad de sus piernas, que es feliz ayudando a los demás, especialmente a los jóvenes abandonados y desorientados, para que sean agradecidos con lo que tienen y así empezar a ser felices de veerdad. La felicidad no está en nosotros, sino en agradar a Dios, que está en todos.
Dice San Antonio:
Sí, hijos, los demonios no dejan de manifestar su envidia hacia nosotros: designios malos, persecuciones solapadas, sutilezas malévolas, acciones depravadas; nos sugieren pensamientos de blasfemia; siembran infidelidades cotidianas en nuestros corazones; compartimos la ceguera de su propio corazón, 69 sus ansiedades; hay además los desánimos cotidianos del nuestro, irritabilidad por todo, maldiciéndonos unos a otros, justificando nuestras propias acciones y condenando las de los demás.
Son ellos quienes siembran estos pensamientos en nuestro corazón. Ellos quienes, cuando estamos solos nos inclinan a juzgar al prójimo, incluso si está lejos. Ellos quienes introducen en nuestro corazón el desprecio, hijo del orgullo 70 . Ellos quienes nos comunican esa dureza de corazón, ese desprecio mutuo, ese desabrimiento recíproco, la frialdad en la palabra, las quejas perpetuas, la constante inclinación a acusar a los demás y nunca a sí mismo.
Decimos: es el prójimo la causa de nuestras penas; y, bajo apariencias sencillas, lo denigramos cuando sólo en nosotros, en nuestra casa, es donde se encuentra el ladrón. De ahí las disputas y divisiones entre nosotros, las riñas sin más objeto que hacer prevalecer nuestra opinión y darnos públicamente la razón. Son también ellos quienes nos hacen solícitos para llevar a cabo un esfuerzo que nos supera 71 y, antes de tiempo, nos quitan las ganas de lo que nos convendría y nos sería muy provechoso.” (De la cuarta carta de San Antonio)

1 comentario:

  1. Tenía que existir este blog para que estas palabras tan certeras y sabias de San Antonio tomaran plena dimensión en la actualidad que nos envuelve. Tenemos tan buenos consejeros, tantos puntos de apoyos que parece mentira que escojamos por el camino más fácil, el que no lleva a ningún sitio, en vez de seguir los pasos que ya dieron por nosotros. Gracias mi querido Octóvilo, mil gracias. Un fuerte abrazo.

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