sábado, 31 de enero de 2015

La honra, no la gloria


Por José Luís Nunes Martins

publicado em 31 Jan 2015 - 08:00      http://www.ionline.pt/iopiniao/honra-nao-gloria/pag/2


Ilustração de Carlos Ribeiro


Mi honra no depende de la opinión de los otros. Es una cualidad personal que depende sólo de mí. Se funda en mis acciones y sólo de ellas depende. Puedo honrar a alguien, pero no puedo contribuir a su honra, sino a través de mi ejemplo.

El mérito que resulta del ejercicio de las virtudes (y de los deberes) no es algo que obtenga siempre la estima o la admiración ajena, muchas veces el resultado es precisamente el opuesto: indiferencia y desprecio. Pocos se llevan bien con quien hace lo que ellos no hacen, pero debían.

Quien espera el reconocimiento de la multitud vive en un plano donde nada es lo que parece, ni, por supuesto, la admiración. Para la multitud, hoy, las apariencias valen mucho más que la verdad.

A veces, en un contexto formal, nos referimos a otros utilizando la fórmula Vuestra Excelencia, al mismo tiempo que la mayoría de nosotros no tiene la menor idea de la verdadera excelencia de esa persona, de lo que será capaz, si es honrada o… si ya no lo es.

Es comprensible que deseemos de ser tenidos en buena estima por nuestros semejantes y por los que están más próximos, queremos merecer su aprecio y estar a la altura de la dignidad de su atención. Pero es esencial buscar siempre la honra, nunca las honras.

Ser responsable pasa por tener siempre presentes los fundamentos de lo que escogemos ser, las respuestas a las preguntas sobre el por qué y el para qué de nuestras decisiones… debemos ser íntegros y consistentes. Aunque eso nos cueste el sacrificio de la reprobación de las opiniones ajenas.

La honra es la práctica de la virtud, no es una vanidad. Se trata de algo que se conquista con mucha dificultad, pero que se puede perder con la mayor de las facilidades. Nos cabe a cada uno de nosotros construir y velar por su honra. Sabiendo que nuestra propia existencia es, en sí misma, un premio enorme, que se constituye como un pilar fundamental de una dignidad que no depende de nadie más. Mantener la honra de luchar por ser lo mejor que podamos y debamos ser, es más importante que conquistar las más ilustres glorias mundanas.

A veces la honra resulta herida. Basta un simple descuido y el daño puede ser trágico… pero, aún así, cumple a quien la perdió luchar por reconquistarla. Restableciendo lo que es. Alcanzando lo que pueda. Llegando a ser todo cuanto debe.

La honra de alguien vale más que cualquier fama. Resulta de la voluntad de ejercer sus talentos y cumplir el deber de ser virtuoso, en un mundo donde las modas, reglas y premios no están en consonancia con la verdadera excelencia.

La reputación, las venias son siempre realidades pasajeras, el mundo las da y las retira, en una lógica infantil que no es sino un juego de humores superficiales, momentáneos y sin el menor fundamento profundo.

Nuestra existencia es toda ella un conjunto de enorme sorpresas, conviene mucho tener la capacidad de comprender que vivimos en un mundo que nada nos debe…

La actitud correcta ante la vida es la humildad absoluta… lo que somos y todo cuanto tenemos son dádivas puras, que nos llegan sin que se espere nada a cambio…  ser capaz de disfrutar de ellas, aceptando su completa temporalidad, es ver la vida a la luz de la verdad.

Que en cada uno de nuestros días no falte el agradecimiento y la súplica.

En mis noches más oscuras, que yo no olvide que mi mayor honra es ser quien soy y poder retribuir la gratuidad de este don de la vida, siendo dádiva para la vida de los otros.


La existencia es una limosna. Un don inmerecido. Que será sólo para quien lo supiera acoger y fortificar… con verdad y honra… pero sin garantía ninguna. 

domingo, 25 de enero de 2015

El estilo de Francisco



En la iglesia hay espacio para los más variados estilos pastorales, desde la sintonía con Cristo que, a pesar de la enérgica expulsión de los vendedores del templo, es, como dice de sí mismo, “manso y humilde de corazón”

Cayeron el Carmen y la Trinidad cuando el papa francisco, camino de Filipinas, comentó, de forma insólita, los recientes atentados de Francia. Después de condenar el terrorismo y la aberración de matar inocentes en nombre de Dios, añadió: “Es verdad que no debemos responder con violencia, pero si el Dr. Gasbarri, que es un gran a migo, ofendiera a mi madre, debe estar preparado para llevarse un puño. Es normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los otros. No se puede ridiculizar la fe de los otros”. Aunque el mencionado  Dr. Alberto  Gasbarri no se había  incomodado con la amenaza del puñetazo pontificio, en caso de que hubiese tenido la infeliz idea de ofender a la madre de Jorge Mario Bergoglio, la prensa internacional recogió con menos bonhomía la vigorosa metáfora papal.

Ante una generalizada condena de los términos de la declaración de Francisco, de la que David Cameron habría sido el más elevado exponente, el propio Papa reconoció que no había sido bien entendido, pues sus palabras no pretendían desmentir el mandamiento de la caridad, que obliga a amar a los enemigos y a ofrecer, no un puñetazo, sino la otra mejilla, a quien nos golpea e insulta.

Un cristiano, aun cuando es injustamente ofendido o insultado, no puede adoptar a continuación la ley del talión, que se rige por el principio primario del “ojo por ojo, diente por diente”. Por el contrario, de un discípulo de Cristo se espera siempre una palabra de caridad y de perdón, según la ley de Dios, que prescribe, en su versión cristiana, el amor a los enemigos. Es eso lo que lo hace diferente, no sólo con los discursos laicos, que por regla general propugnan una justa retractación, sino además con otras religiones, sobre todo las que incitan al odio y a la venganza.

En el vuelo de regreso de las Filipinas, una vez más en una conferencia de prensa en el aire, el Papa tuvo ocasión de esclarecer que la reacción violenta ante una ofensa o una provocación “no es una cosa buena” y que, según el Evangelio, es preciso “ofrecer la otra mejilla”. Era lo que bastaba para dar el incidente por definitivamente superado, pero hubo quien quiso promover un escándalo mediático. Tal vez haya algún fariseísmo en los que aplauden la irreverencia ofensiva y ordinaria de una revista, al punto de identificarse con ella, pero se rasgan las vestiduras con una frase de Francisco que, aunque ambigua, no era insultante para el Dr. Gasbarri, expresamente mencionado  como “gran amigo”, y para nadie más. Al final, Charlie, ¿¡no habíamos concluido que la libertad de pensamiento y de expresión era para todos!?

El mundo y la Iglesia estaban mal acostumbrados cuando el cardenal Bergoglio fue elegido obispo de Roma. No es fácil suceder a un teólogo de la altura de de Benedicto XVI, ni a un santo con el perfil de San Juan Pablo II. Francisco, no obstante su envergadura teológica y la profundidad de su espiritualidad, pretende sobre todo ser un pastor muy próximo a su rebaño y, por eso, privilegia el anuncio de la fe en la sencillez de un lenguaje común, que tal vez un académico, como Ratzinguer, o un místico, como Wojtyla, no usarían. Pero la diversidad de los carismas de estos tres últimos papas no se puede ni debe comparar, porque son sólo estilos diversos de anunciar el mismo mensaje. Consta que, en un periodo de sede vacante, tres candidatos principales –un santo, un teólogo y un pastor- se perfilaban para suceder  en la sede petrina. Cuestionando a este propósito San Bernardo de Claraval, juiciosamente afirmó: El santo, que rece por nosotros; el docto, que nos enseñe,; el prudente, que nos gobierne.

En este pequeño mundo, Francisco, más que Papa reinante, como antes se decía, quiere ser sólo párroco de la Iglesia global, como el recordado S. Juan XXIII. Tal vez parezca muy directo e impulsivo –¿¡quien no recuerda su fortísimo sermón navideño a los eminentísimos señores cardenales de la Curia!?- pero es por razón de su celo apostólico y de su solicitud pastoral para con las almas que tiene que apacentar. También Juan y Santiago, que Jesús apellidó “hijos del trueno”, lo eran, hasta el punto de que el maestro tuvo que censurar su petición de exterminar a los samaritanos porque no los habían recibido. En realidad, en la Iglesia hay espacio para los más variados estilos pastorales, desde la sintonía con Cristo que, no obstante la enérgica expulsión de los vendedores del templo, es, como dice de sí mismo, “manso y humilde de corazón”.


sábado, 24 de enero de 2015

Gula, el deseo insaciable


José Luís Nunes Martins
jornal i
24 de janeiro de 2015
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                                                         Ilustração de Carlos Ribeiro

Muchas personas intentan compensar sus carencias emocionales a través de los bienes materiales. Hay quien come y bebe para así llenar sus desiertos interiores, para, de esa forma evadir la realidad.

El azúcar y el alcohol permiten casi el olvido de los proyectos a largo plazo. Se apuesta todo en el ahora y desprecia lo que viene después. Pero, en verdad, hay siempre un después… y será tanto peor, cuanto menos nos preocupemos de él.

La búsqueda excesiva de satisfacciones materiales, en especial a través de la comida y la bebida, revela vacíos tremendos y alteración de los valores. Debemos alimentarnos para vivir y no lo contrario. Lo que debemos integrar en nosotros, lo que nos hace ser mayores y mejores, no es lo que conseguimos devorar. Eso sólo nos hincha… de un vacío cada vez mayor.

Poco importa si es  el exceso es en la cantidad, en la exigencia de la calidad, en el refinamiento de la preparación, por el precio o incluso por la forma ávida con que se come y bebe, sin permitir siquiera saborear (llegan a llamarla comida rápida), la gula es siempre una pasión desordenada y exigente, una especie de refinamiento que es, en verdad, un verdadero veneno para nuestra felicidad.

La gula es un vicio que no suele avergonzar a quien lo tiene. Hay incluso quien asume su capacidad de devorar todo sin la menor timidez, con la sonrisa en los labios… ¡ser glotón llega también a presentarse como una cualidad!

Hoy se cultiva el cuerpo, como si no fuésemos algo mucho más profundo. El resultado es casi siempre desastroso: quien tiene un cuerpo escultural, cree que eso es todo cuanto importa; quien no lo tiene, cree que eso es señal de que no tiene valor alguno.

Es frecuente que el cuerpo y el espíritu se encuentren en conflicto. El cuerpo merece respeto, pero sin el menor tipo de sumisión a sus caprichos. Son alimentos, necesidades e intereses diferentes, pero el espíritu tiene que dominar el cuerpo.

Hay quien embellece su aspecto exterior a fin de superar algunas proporciones menos buenas del interior, y hay quien apuesta con equilibrio por lo que está en la base de su ser, moderando siempre sus impulsos y no dejándose devorar por sus propios deseos.

Quien se entrega desordenadamente a la comida y a la bebida pierde la capacidad de saborear los detalles… los condimentos… En cambio la templanza es el equilibrio. Un orden saludable donde todo tiene su lugar y valor. Nunca menos de lo que se necesita, ni más de lo que conviene.


Tal vez no sea un problema grave que alguien se deleite con un bombón cuyo coste daría para comprar pan para alimentar a una familia entera. El problema grave será comer una caja entera y, aún así, no quedar satisfecho…

En un mundo en el que sufren y mueren de hambre millones de personas, tal vez no sea extraño que la obesidad sea también un problema. El mundo está desequilibrado. Hay también quien sufre de hambre por estimar más lo que es una imagen de sí en vez de desear su salud y paz.

Es algo extraño que sea quien más tiene, quien quiere tener todavía más… la lógica del consumo es lineal e irracional: absorber y destruir, a fin de poder consumir siempre más… absorber y destruir… absorber y destruir… un hambre insaciable que corroe por dentro. Una úlcera.

Las sensaciones no son emociones. Poco de lo que nos llega a través de los sentidos, nos llena el corazón. El placer no es la felicidad.


Merece la pena saborear la vida y todo cuanto de bueno  hay en ella, deleitarnos con la bondad del mundo a nuestro alcance. ¡El pan nuestro de cada día es algo tan esencial como excelente!

martes, 20 de enero de 2015

¿La historia interminable? ¿La hacen los hombres o Dios?



Tenía razón mi amigo virtual,  y espero que real también si llegara la ocasión, cuando me dijo que esperara a publicar esta reflexión… pues me había quedado muy, muy negativa, aunque no sé que adjetivo ponerle, por eso  juzgue cada cual, si es que sigue leyendo.

Tenemos el enemigo en la propia casa,  muchos lo son para sí mismos y para los demás… está de moda, por desgracia, destruir el mejor sistema político que ha podido disfrutar la humanidad en su larga existencia, para ello, sin piedad se ataca a las personas que han tenido la desgracia de perjudicarlo seriamente, aunque les ha proporcionado cuanto son, aún sin merecerlo. Pero, ¿Son tan buenos los rebeldes, que por sí mismos garantizan un sistema mejor, cuando  aún no saben lo que quieren ser “cuando sean mayores”, o sea, cuando lleguen al poder, si es que llegan y no les pasa lo que a la lechera…?

Se puede arreglar una casa sin destruirla, se puede mejorar y hasta agrandar, y así cabrán más en ella, y tendrán más sitio para desenvolverse sin que la convivencia  les cause incomodidades insoportables.

Esto en lo que se refiere a la vida en general. Pero, en cuanto a la Iglesia,  me preocupa más hondamente, y me cuesta muchísimo decirlo, pero es que es un flechazo envenenado que ha venido a clavarse en mi corazón, sin esperarlo, ni sospecharlo, mientras llevaba a cabo las tareas cotidianas. Fue como una visión turbia y mortificante. Escuché en mi cerebro unas palabras que acusaban directamente al Papa Francisco…

Hoy puedo comprobar que el consejo de mi amigo estuvo muy bien dado, y me alegro de haberlo escuchado, porque el Papa Francisco ha tenido, en Filipinas, unas palabras reconfortantes y alentadoras sobre la familia, que me han permitido descargar gran parte de mi pesadumbre y preocupación por el futuro, de la Iglesia y de la humanidad: “Estén atentos a la nueva colonización ideológica. Existen colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia. No nacen del sueño, de la oración, de la misión que Dios nos da. Vienen de afuera, porque eso digo que son colonizaciones. No perdamos la libertad de la misión de la familia. Y así como nuestros pueblos en un momento de su historia llegaron a la madurez de decirle no a cualquier colonización política, como familia tenemos que ser muy sagaces, hábiles y fuertes para decir no a cualquier intento de colonización ideológica sobre la familia.”

Al mismo tiempo creo comprender mejor la expresión “salir a la periferia”, y que me costaba un poco aceptarla… quiero pensar que para ello no hay que ir muy lejos, basta con andar el camino al trabajo, al colegio, a la universidad… y ahí dar ejemplo de buen hacer, de cordialidad, sin olvidar a quien le debemos lo que somos y tenemos, la razón de nuestro vivir de ese modo, que le distingue a los ojos de los demás y rompe la monotonía de la vida.

Por todas partes quieren desmantelar la casa que nos ha proporcionado cobijo, que nos ha permitido un crecimiento seguro…¿Qué algunos se han propasado? ¡Por eso no vamos a destruir las estructuras benéficas que nos han conducido  un mundo desarrollado y cada vez más confortable! Arreglar, cambiar, renovar los responsables, sin desprecio ni violencia ¿desde cuando un humano puede despreciar a otro creyéndose superior? Eso sólo es posible en una dictadura, y todas han nacido con buenas promesas, buenas palabras, pero también con el látigo, la exclusión y eliminación del contrario ¡Algunos creyéndose buenos, cuánto daño pueden hacer!

¡Ahora quieren empezar la historia de nuevo, renegando de todo lo alcanzado hasta aquí y de los que lo han hecho posible con su sabiduría y esfuerzo! ¡Estos nuevos puros,  sabios, iluminados…! He escuchado a un cura decir que “hay que volver a Jesús, directamente, desmontando todo lo escrito, desoyendo cuanto otros hayan dicho de él…! ¡Pero, puede haber mayor soberbia, acusar a todos cuantos han conocido a Jesús antes que yo, de haberlo falseado! ¿¡pero es que tú no te acercas a él con tu propio criterio; es que no vas buscando la humanidad de Cristo antes que su divinidad… para creer que así estás más cerca de él y le sirves mejor que tu hermano al que desprecias!?

Jesús es la culminación de la Historia, y la historia tiene un final, primero para cada persona y después, sin fecha fija, para toda la humanidad, pues ya nos dijo Él que no sabríamos el día ni la hora. Ha ido en progresión hacia un mundo cada vez más humano, desde la aparición del Redentor, pero nos advirtió que el enemigo jamás cede en su asechanza contra el bien,  tiene envidia del bien y lo persigue, con furia  y de la manera más sutil y halagadora, por eso   para conquistar la vida eterna hay que creer en ella con fuerza, y ganársela con esfuerzo y humildad, mejorando cada día uno mismo y a su entorno más próximo.



Sólo hoy


 (Aunque no soy muy partidario de los libros de autoayuda, hoy he encontrado este plan que me parece muy adecuado. Precisamente hoy  a medio día mi hijo me comentaba que entre sus amigos había muchos con problemas de autoestima, y que recurrían a él para relacionarse con otros chicos, o chicas, según, porque afecta a todos los géneros. Yo mismo lo hubiera agradecido hace unas semanas, y pienso en algún amigo que anda en ello, desgraciadamente, así que si consigo llegar a alguien más y ser oportuno, me alegraré por ellos, y por mí, y le damos las gracias a Dale Carnegie).

1.- Sólo hoy, voy a ser feliz. Esto presupone que lo que Abraham Lincoln dijo es verdadero: “La mayoría de las personas es feliz en la medida en que resuelve serlo.” La felicidad está dentro de nosotros, no es un asunto exterior.

2.- Sólo hoy, voy a intentar adaptarme a las cosas como ellas son y no intentaré adaptar todo a mis propios deseos. Voy a aceptar a mi familia, mi trabajo y mi suerte tal como son y me adaptaré a ellas.

3. Sólo hoy, voy a cuidar de mi cuerpo. Voy a ejercitarlo, cuidar de él, nutrirlo, no abusar de él ni descuidarlo, para que sea una máquina perfecta a mi disposición.

4.- Sólo hoy, voy a intentar fortalecer mi mente. Voy a aprender alguna cosa útil. No voy a ser un perezoso mental. Voy a leer alguna cosa que exija esfuerzo, raciocinio y concentración.

5.- Sólo hoy, voy a ejercitar mi mente de tres maneras: voy a hacer bien a alguien sin que esa persona lo sepa. Voy a hacer por lo menos dos cosas que no quiero hacer, como sugiere William James, sólo para ejercitarme.

6.- Sólo hoy, voy a ser agradable. Voy a presentarme lo mejor que pueda, me vestiré lo más correctamente posible, hablaré bajo, seré cortes, seré pródigo en los elogios y no criticaré nada, no sacaré defectos a nada ni intentaré corregir a nadie.

7.- Sólo hoy, voy a intentar vivir mi vida de un día y no intentaré resolver todos mis problemas al mismo tiempo. Durante doce horas, puedo hacer cosas que me asustaría si tuviese que hacerlas durante la vid entera.

8.- Sólo hoy, voy a trazar un plan. Voy a escribir lo que espero hacer a cada hora. Puedo arriesgarme a no seguirlo, pero lo tengo a mi disposición. Eso va a eliminar dos males: la prisa y la indecisión.

9.- Sólo hoy, voy a pasar una media hora tranquila solo para relajarme. Durante esa media hora, voy a pensar algunas veces en Dios, para conseguir tener una perspectiva un poco mejor de mi vida.

10. Sólo hoy, no voy a tener miedo. Sobre todo, no voy a tener miedo de ser feliz, de disfrutar de lo que es bello, de amar y de acreditar que aquellos que amo también me aman.

Dale Carnegie (citando Sibyl F. Partridge) in ‘Como Deixar de Se Preocupar e Começar a Viver '


domingo, 18 de enero de 2015

Charlie y yo


http://observador.pt/opiniao/charlie-e-eu/

Todo cristiano debe estar dispuesto a morir por la libertad de conciencia de todos los hombres, sin excluir la de los que lo quieren matar. No siempre fue así, es cierto, pero quiero creer que hemos aprendido la lección.

Tras los atentados contra Charlie Hebdo,  muchos franceses tomaron a pecho la agresión y levantaron su voz en un único grito: “¡Yo soy Charlie!” Con todo, algunas personas más escrupulosas, no sólo no asumieron esa identidad, que entendían incompatible con sus convicciones morales y religiosas, sino que tuvieron a gala proclamar su contraria: “¡Yo no soy Charlie!”

Hubo así mismo quien introdujo una inédita distinción entre los “mártires” y las víctimas de los atentados, como si hubiese víctimas humanas de primera y segunda categoría. Los primeros, por así decir, sólo serían los inocentes, porque entre los segundos sería preciso incluir aquellos que, por sus actos, fueron, si no merecedores de la salvaje represalia, por lo menos destinatarios probables del trágico desenlace.

Curiosa esta pretensión de juzgar las conciencias ajenas, en nombre no se sabe bien de que oculta divinidad, que no es la cristiana, que a nadie permite tal tipo de juicios. Por lo visto, para ser mártir en serio es preciso ser buenos ( o sea, como nosotros), porque los malos (esto es, los otros) sólo pueden ser, en el mejor de los casos, víctimas. ¿¡Quiere esto decir que, si un terrorista mata a un agnóstico, un ateo, un hereje o un irreverente, no hace un mártir, sino sólo una víctima!? Sí, porque para ser mártir es preciso que sea de los nuestros. Extraño, ¿no es así? Incluso porque no es propiamente un discurso inédito: ¡un fundamentalista islámico no pensaría de otra forma… ni lo diría mejor!

Cando, el 26 de junio de 1963, John Fitzgerald Kennedy dijo: «Ich bin ein Berliner!», no distinguió los buenos de los malos ciudadanos de la ciudad alemana sitiada. No se propuso sólo la defensa de los municipales que tenían los impuestos al día, que eran responsables padres y madres de familia, que eran impolutos funcionarios y patriotas ejemplares. Al contario, se identificó además con todos los otros berlineses, fuesen delincuentes, marginados, antiguos nazis o, incluso, antiamericanos, porque todos estaban amenazados en su libertad y le importaba defender a todos, identificándose con ellos.

Quien sólo se mira en los que piensan del mismo modo, no ama la libertad, porque la reduce a un reflejo narcisista de su propia voluntad. Los dictadores también actúan políticamente en función de esta degradación de la libertad y, por eso, consideran como traidores a todos los que no se identifican con su ideología. La cultura de la libertad y de la democracia se mide por la aceptación del otro en su diferencia política, cultural, religiosa y social, sobre todo cuando contradice lo que pensamos y somos.
No soy Charlie, porque no me veo reflejado en su posicionamiento ideológico, en su intolerancia, ni en su agresividad verbal contra la libertad religiosa. No suscribo su fanatismo laicista, ni me agrada su lenguaje abyecto. Pero tampoco acepto que haya que optar entre ser Charlie o no ser Charlie. Esa dicotomía obedece a una lógica totalitaria: también los comunistas y fascistas entienden que todos sus adversarios son, respectivamente, fascistas y comunistas. Por eso, no puedo ignorar que doce hombres hayan perdido la vida en un infame atentado. No me compete juzgar si los caídos eran santos o pecadores; me basta saber que eran seres humanos y, por lo tanto, mis hermanos. Y que fueron traidoramente asesinados.

Si mañana alguien ametrallara una sinagoga judía, yo sería, como ellos y por ellos, judío. Si una milicia masacrara a los alumnos de una escuela palestina, norteamericana o paquistaní, yo sería uno de esos estudiantes. Si algún fanático mata, en nombre de cualquier ideología o religión, una prostituta, un toxicómano, un sin techo, un travesti, un pagano o un infiel de otra religión, yo seré todo eso, sin dejar de ser cristiano.

Lo que diferencia a un cristiano de un terrorista musulmán no es que nosotros somos buenos y ellos malos. Eso es lo que, por el contrario, nos asemeja porque, para ellos, también nosotros somos los malos y ellos los buenos. Y hay cristianos malos y buenos musulmanes. Lo que distingue al auténtico cristiano de los terroristas, islámicos o no, es que ellos son capaces de matar a todos los que no piensan del mismo modo, aunque sean sus hermanos en la fe de Alá y  su profeta, mientras que cualquier cristiano debe estar dispuesto a morir por la libertad de las conciencias de todos los hombres, sin excluir la de aquellos que lo quieren matar. No siempre fue así, es cierto, pero quiero creer que ya hemos aprendido esa lección.


Es sólo esto y nada más. No hago mías las declaraciones de los católicos que, por considerarse justos, dan gracias a Dios por… no ser Charlie. Yo tampoco lo soy, pero estaría dispuesto a serlo para defender la libertad de las víctimas, sean o no mártires. No a pesar de ser cristiano sino, precisamente, porque lo soy.

sábado, 17 de enero de 2015

Envidia es querer el mal como un bien



                                                     Ilustração de Carlos Ribeiro

La envidia es el tormento interior que se manifiesta por algo bueno que acontece a otra persona. Un deseo de apropiarnos de eso, aunque sea de forma indebida. Celos del mundo, que parece haber preferido dar a otro lo que debía ser para nosotros.

Se trata de una mala intención que destruye por completo el corazón que la acoge y alimenta.

Parte de la idea equivocada de que otro tiene –o es- más que yo. Cuando, en verdad, no siendo yo mejor que nadie, me hago peor si no reconozco mis valores, pasando el tiempo en desear los del otro.

La envidia es una pasión deshonesta, acompañada de un sentimiento penoso.

Los envidiosos viven al contrario, se entristecen con la alegría ajena y se alegran con la tristeza. No comparten, sólo codician el bien ajeno y desean el mal.

Hay a quien no le gusta luchar ni trabajar y prefiere, de forma más bien simple, envidiar. Como si existiesen vidas así, perfectas, sin nada que lamentar.

Lo que lamentamos en nuestra vida, otros tendrán peor en las suyas. Pero la envidia es ciega ante la desgracia de aquellos a quien quiere quitar lo mejor, así como en relación a los propios talentos, que se van perdiendo en este incendio íntimo que todo lo devora y consume.

Hay quien desea combatir de igual a igual y quien prefiere hacer trampa desde el comienzo. Porque se siente inferior y agraviado. Como si las virtudes del otro fuesen culpas y sus buenas obras crímenes… hay un cierta voluntad de destruir lo que no se puede poseer.

Sólo quien aspira a su propio bien, quien está dispuesto a compartir los esfuerzos con los otros, quien ve en los talentos ajenos una inspiración y una señal de cómo también puede cultivar los suyos, llegará al más alto escalón de la existencia: a vivir su vida.

Siempre habrá envidia y quien quiera destruir a aquellos que cree que están en su lugar. Es algo natural, pues es el mecanismo más común de los que no luchan por aquello que creen.

Es una virtud excelente ser capaz de poder vivir sin sentir envidia por nadie.

Quien sufre por las victorias de otro sufrirá aún más cuando se de cuenta de que desperdició su mayor bien: la verdadera paz.

Hay quien llega a esconder sus alegrías para no ser objeto de la envidia, ya que, de una forma u otra, la asfixia de los envidiosos acaba siempre por, mucho o poco, afectar a quien es objetivo de ellos. Pero decidir esconder la alegría no es una estrategia de defensa contra la envidia, sino más bien un efecto concreto de la misma…

Es esencial que sepamos defendernos de la envidia ajena, no permitiendo que nada en nuestra vida sea alterado por ella. Más importante aún es conseguir arrancar cada raíz y cada tronco de codicia que existe en nosotros. Al final, mucho peor que ser víctima de la envidia es ser origen de ella…

Siempre existirá quien no sea capaz de darse cuenta de las espinas que existen por dentro de cada corona, quien afirme que es mentira o que no comprende. Este disgusto constante impide a quien lo alimenta vivir de forma auténtica, sonreír y llorar por su propio mundo… alegrarse con las alegrías de los otros, tener la honra de compartir tristezas que no son suyas, contribuir a un mundo mejor, mejorándose a sí mismo… aprender de todo.

La envidia quiere lo que hay de bueno en la vida del otro. Se olvida de lo mejor que puede haber en la suya… codicia el bien del otro, y no se valora a sí mismo


La envidia es propia de quien se perdió.

viernes, 16 de enero de 2015

La vida no cabe en una teoría

(No puedo resistir no publicar este texto tan bello)

 Miguel Torga, in "Diário (1941)" 


La vida… y la gente se pone a pensar en cuantas maravillosas teorías los filósofos han construido en la severidad de las bibliotecas, en cuantos bellos poemas los poetas han rimado en la pobreza de las buhardillas, o en cuantos cerrados dogmas no han entendido los teólogos en la soledad de las celdas. En eso, o si no en la cuenta del zapatero, en la degradación moral del siglo, o en la triste pequeñez de todo, que comienza para nosotros. Pero la vida es una cosa inmensa, que no cabe en una teoría, en un poema, en un dogma, ni siquiera en la desesperación interior de u hombre.

La vida es lo que me queda por ver: una mañana majestuosa y desnuda sobre estos montes cubiertos de nieve y de sol, una manta de acebo donde una oveja acaba de parir un cordero, y dos niños –un niño  y una niña- silenciosos, pasmados, al mirar el milagro aún humeante.




domingo, 11 de enero de 2015

De la blasfemia al terrorismo:¿un camino sin retorno?



http://observador.pt/opiniao/da-blasfemia-ao-terrorismo-um-caminho-sem-retorno/

Ningún insulto puede legitimar un crimen contra la libertad y los derechos humanos, por muy censurable que sea la blasfemia, desde el punto de vista ético, por su carácter esencialmente ofensivo.

Los atentados perpetrados esta semana, en París, contra Charlie Hebdo y no solamente, dejaron a Francia y al mundo entero en estado de choque. Con razón, porque todos los ciudadanos, cualquiera que sean sus creencias o su ideología política, son, más allá de los muertos que hay que lamentar, víctimas del terrorismo.

Sería abyecto justificar estos crímenes a causa de la situación económica o de la recurrente irreverencia de aquella publicación para con el profeta del Islam. Legitimar un homicidio es, en términos jurídicos y morales, ser su cómplice. Los crímenes no se justifican, ni se explican: se condenan. No se dialoga con la sinrazón de un atentado.

El primero de estos ataques terroristas fue un acto de represalia a supuestas blasfemias publicadas en las páginas de Charlie Hebdo. Por este motivo, hay quien prende, si no justificar los doce nefandos asesinatos, por lo menos atenuar la responsabilidad de los criminales que, en este sentido, habían actuado al abrigo de una legítima defensa de sus intereses religiosos y culturales. Nada más falso que esta suposición que, de algún modo, condesciende con el terrorismo. Una sociedad que, de alguna forma, comprende cualquier crimen contra la libertad y los derechos humanos es una sociedad rehén del miedo.

¿Pero, no es verdad que, en las páginas de ese semanario, fueron publicados textos y ‘cartoons’ poco favorables para los seguidores de Mahoma? Además, eran también muy críticas con otras religiones, especialmente la cristiana, cuyos fieles, por la misma razón, se podrían sentir igualmente ofendidos en su fe. Sí, es cierto, pero más vale la libertad de pensamiento y de expresión, que la censura o la represión. No se combate el abuso de la libertad con su supresión.

¿Quiere esto decir que la sociedad democrática es impotente en relación a las ofensas de naturaleza religiosa? En modo alguno, pero la respuesta no debe ser otra que la institucional, o sea, la que deriva del normal funcionamiento de las instituciones. Si alguien injuria a una persona, la víctima tiene derecho a recurrir a los tribunales, para defender su honra y su buen nombre. Todas las individualidades físicas y entidades morales tienen derecho a que su dignidad sea respetada públicamente.

Un “cartoom” alusivo a un líder religioso puede no ser ofensivo y, en general, es hasta un saludable ejercicio de humor. Pero también los hay que son, objetivamente, calumniosos. No compete al poder ejecutivo, ni a las comunidades religiosas determinar, en una sociedad plural y laica, lo que es o no ofensivo, porque esa es una atribución exclusiva del poder judicial. Si es puesta gratuitamente en tela de juicio la dignidad de las personas e instituciones, sean o no religiosas, cualquier ciudadano  o entidad tiene derecho fundamental a recurrir a la justicia.

Todos los temas religiosos pueden y deben ser discutidos en libertad y nadie debe ser obligado a profesar ningún credo. En ningún caso debe haber lugar para el delito de opinión, ni cualquier censura o límite a la libertad de pensamiento y de expresión.

Pero el ejercicio libre y responsable de la libertad de creer, o no creer, e incluso de criticar a quien cree, o no cree, no legitima la agresión gratuita, religiosa o ideológica. Todas las ideas son discutibles, aunque sen las más sagradas, pero todas las personas, salvo prueba en contrario, son respetables. Ahora bien, según el Diccionario de la Lengua Portuguesa Contemporánea, de la Academia de Ciencias de Lisboa, la blasfemia es ”un dicho considerado ofensivo, ultrajante en relación a la divinidad o la religión”, o un “dicho o comportamiento gravemente ofensivo para una persona o cosa digna de mucho respeto” (vol I, pág. 540).

Un acto terrorista no puede ser disculpado en modo alguno. No hay justificación para un crimen hediondo, que no puede ser instrumentalizado políticamente por quienes pretenden implantar políticas xenófobas y racistas. Ningún insulto puede legitimar un crimen contra la libertad o los derechos humanos, por muy censurable que sea la blasfemia, desde el punto de vista ético, por su carácter esencialmente ofensivo. No se vence el terrorismo con terrorismo de sentido contrario, sino con la defensa intransigente de la libertad, de acuerdo con los principios y practicas del Estado de derecho.

La blasfemia no es causa de rimen, ni su ocasión, sólo es un pretexto. Dese a todos los creyentes de todas las religiones, que entienden amenazada su libertad religiosa, la posibilidad de recurrir a las correspondientes garantías del Estado democrático. Pero no se consienta la pérdida de la libertad de pensamiento y de expresión, ni se consienta que los terroristas legitimen sus acciones en nombre de la religión. El crimen no admite ninguna justificación.



sábado, 10 de enero de 2015

La pereza, pérdida de talentos y virtudes


                                                             Ilustração de Carlos Ribeiro

La pereza es un mal tremendo. Se va apoderando del tiempo que es nuestro y nos impide construir una obra primera: ser quien somos. Cada uno de nosotros tiene la obligación de convertirse en el mayor protagonista de su vida, en un héroe, luchando y venciendo las monotonías de la vulgaridad, todas las apatías de quien prefiere ser esclavo del mundo  que  señor de sí mismo.

La apatía seduce a través de la apariencia de paz, se presenta como un mero descanso que creará mejores condiciones para un éxito posterior.  La pereza aparece siempre disfrazada de virtudes. Pero es, en verdad, una anulación, algo que destruye las pasiones más bellas por medio de una conquista lenta y la eliminación de los esfuerzos… y así se va perdiendo todo, tras mucho divagar…

Es siempre más cómodo no hacer nada. Pero es, siempre, peor. La pereza es una no voluntad que petrifica, hunde y ahoga (en agua tibia) a todos cuantos se entregan a los encantos del descuido y la relajación.

Si hay varios trabajos, hay varias perezas. Muchos son los que se entregan a inmensas tareas cotidianas y exteriores, como forma de garantizar que no tienen tiempo ni voluntad de tratar las interiores. Pero, así como contribuimos a la construcción del mundo en torno a nosotros, es importante edificarnos. Cuidar y tratar de lo que existe en el fondo de nosotros, porque nuestra identidad no es estática ni definida, resulta de nuestras decisiones y acciones. Exteriores e interiores.

Tenemos la obligación de ser diferentes, de perfeccionarnos, de luchar contra lo que pretende anularnos, cada día, a cada paso. El ser es una lucha contra la nada.

La raíz común de todos los males es el egoísmo. Se trata de un exceso de quien se centra en sí mismo y no ve nada más allá de eso. Se pierde… quien se cree ganancia. El mundo está lleno de bellezas que escapan de aquellos que sólo se admiran a sí. Sin humildad no ven sus fallos y, sin esfuerzo, son llevados por la gravedad universal al punto más bajo de la existencia.

Los talentos se pierden cuando no les dedicamos el cuidado y el trabajo que exigen para hacerse reales. Para  realizarnos.

La pereza puede disfrazarse de paciencia, prudencia, moderación o dominio de sí… pero es siempre mala. Siempre. Porque no tiene ni la verdad ni la generosidad propia del bien. El bien hace.

El peligro de la facilidad es el de la perdida de las mejores posibilidades. Quien cuenta sus esfuerzos, reduce sus objetivos. Se creen sabios pero, en verdad, son sólo…cobardes. Muchos se esconden tras el pretexto de dificultades que no son ni la mitad de lo que creen. Al final, nunca nada es tan difícil como llega a creer quien no quiere hacer.

La vida debe ser vivida en profundidad. Sufriendo lo que fuere preciso, para así hacer el mejor de los caminos posibles. Aquel que nos purifica y da valor.

La mayor de toda las virtudes es que seamos capaces de no ceder a los malos hábitos, realizando todo el bien a nuestro alcance.

No debemos descuidar nuestra obligación de ser mejores. No podemos permitir que cualquier sueño nos impida vivir al nivel más alto que podemos alcanzar.

Todas las virtudes exigen atención y trabajo. La diligencia es la prontitud propia de quien ama, la persistencia honesta que permite alcanzar la excelencia. Pero resulta de la voluntad, no de un don. Además, ninguna virtud es un don, porque resulta siempre de las elecciones que se hacen en orden a lo que se considera ser el bien. Del mismo modo, tampoco ningún vicio es un defecto existente de partida.  Deriva de una elección más o menos consciente de lo que se cree que es el bien, en una visión perezosa y distorsionada de la realidad de los valores.


Pocos se dan cuenta de lo malo que es no hacer nada bueno.

sábado, 3 de enero de 2015

¿2015: Um año de revolución para la familia cristiana?


http://observador.pt/opiniao/2015-um-ano-de-revolucao-para-familia-crista/


Es saludable que la Iglesia sea conservadora en su fe en Cristo, pero progresista en su acción pastoral, que ha de ser cada vez más auténtica y audaz en el anuncio del misterio de la salvación universal.

Con seguridad, los pronósticos son sólo al final del partido, como un avisado futbolista gustaba decir, se puede aventurar que, en 2015, la familia va a dominar la temática eclesial. Por eso, en octubre de este año, tendrá lugar un nuevo sínodo que, teniendo en cuenta lo ya efectuado, así como la encuesta realizada a escala mundial y, más específicamente, a las conferencias episcopales de todo el mundo, deberá relanzar la pastoral familiar católica.

El clima de alguna tensión entre las diversas tendencias teológicas y pastorales en el sínodo pasado aún no está superado y es de creer que tienda a agudizarse con la inminente realización de la última y definitiva asamblea sinodal. Hasta la fecha, todas las afirmaciones no tuvieron otro mérito que no fuese el de relanzar la discusión, pero sin ningún resultado práctico. Pero, el próximo sínodo no podrá quedarse en la mera declaración de intenciones o de principios. Se espera y muy vivamente se desea que concluya con algunas reformas de carácter pastoral, so pena de que la enorme expectativa creada se malogre. Lo que, de verificarse, afectaría negativamente al pontificado de Francisco.

Las divergencias entre las dos principales alas sinodales, son de carácter teórico y práctico. Ambas comparten el mismo entendimiento sobre la esencia de la familia y sobre la sacralidad del matrimonio cristiano. El cardenal Walter Kasper tuvo el mérito de recordar la dolorosa situación de cristianos divorciados y vueltos a casar civilmente y que esperan, de la autoridad eclesial, una actitud de solicitud pastoral. A su vez, el cardenal Edmund Burke, privilegiando un entendimiento más doctrinal de la cuestión, consideró que una eventual agilización de las declaraciones de nulidad de los casamientos canónicos se podría traducir, como recientemente dijo Le Figaro Magazine, en una especie de “divorcio católico”.

Desde el punto de vista práctico, la cuestión es especialmente delicada porque, en ciertas comunidades católicas centroeuropeas, en rebeldía con Roma, ya se admiten divorciados a la comunión o, por lo menos, se tiene por seguro que, en breve, recibirán la deseada autorización para una vida sacramental plena. Si por ventura la exhortación postsinodal no legitimara esta práctica, los fieles que se encuentran en esa difícil situación pueden no acatar el mantenimiento de la actual disciplina, en cuyo caso podrían abandonar formalmente la Iglesia católica.

No deja de ser paradógico que sean las fuerzas llamadas progresistas las que más parecen pugnar por un ejercicio autoritario del poder papal, mientras el episcopado tenido por más conservador entiende que Francisco es su principal triunfo, como guardián que es de la ortodoxia y de la tradición eclesial. Por así decir, el Papa tiene la facultad de mantenerse independiente de las diversas opiniones, que van mucho más allá de la impropia, por demasiado política y simplista, oposición entre progresistas y conservadores. Privilegiando un estilo más pastoral que teológico, es probable que quiera introducir algunas novedades en la actual pastoral de la Iglesia, especialmente en relación a los tres puntos que no obtuvieran los dos tercios de votos sinodales, sino que fueron incluidos en la relación final: los nº 52 y 53, sobre la admisión a la comunión eucarística espiritual, respectivamente, de los divorciados recasados civilmente; y el nº55, en que se hace una referencia a las familias en que haya alguna persona con tendencia homosexual.

Se dice, en la jerga eclesial, que hay algunas cosas que ni el Espíritu santo sabe: cuantas congregaciones femeninas existen en la iglesia, cuanto dinero tienen los franciscanos, o lo que piensa un jesuita… Por muchos que sean los tan meritorios institutos de la vida consagrada, no son ciertamente infinitos y los fondos de los virtuosos seguidores del pobre de Asís, siendo mendicantes, serán siempre escasos. Es mucha, ciertamente, la sabiduría humana y sobrenatural de los religiosos de la venerable Compañía de Jesús, insignes en la evangelización por la cultura y por la ciencia, pero no tanta que se equipare a la omnisciencia divina. Pero, lo que piensa el Papa Francisco… ¡sólo Dios lo sabe!

Probablemente, ni los que entienden que nada debe cambiar, ni los que, por el contrario, quieren alterarlo todo, tienen razón. Es saludable que la iglesia sea conservadora en su fe en Cristo, pero progresista en su acción pastoral, que ha de ser cada vez más auténtica y audaz en el a nuncio del misterio de la salvación
universal. El superior general de la Compañía de Jesús, el padre Adolfo Nicolás, dice que Francisco no lidera sólo una reforma, sino una auténtica “revolución”. Por eso, la tradición eclesial, de que el Papa es el máximo garante, no puede ser entendida como obsoleto inmovilismo, sino como dinámica fidelidad al Espíritu Santo.


El coraje es la fuerza del corazón




                                                       Ilustração de Carlos Ribeiro


El coraje es un movimiento del espíritu por el cual un corazón grande se da conocer. No es una fuerza bruta de la voluntad, es una decisión consciente. Es la capacidad de ser libre a pesar de todo.

Sólo un corazón bueno reconoce el bien y tiene que ser grande para luchar por lo mejor que hay en la vida.

El heroísmo de los corazones grandes se revela, no mediante enormes amenazas o los peligros más aterradores, sino en la vida corriente de las personas, y nunca será reconocido. Hay mucha gente que vive su amor al bien de una forma tan sublime como anónima. Son los ángeles que hay en a tierra. Tienen carne, huesos y problemas grandes y pequeños… tal como todos nosotros ¡Podemos ser nosotros!

Tener coraje duele. Los corazones grandes tienen muchas pesadumbres. Cargan las suyas, de las cuales nadie sospecha, y las de los otros… que no quieren o no pueden llevarlas solos. Los corajudos encuentran siempre forma de sufrir, aun cuando están bien. Saben que no se puede ser feliz solo, ni tampoco mientras alguien  sufre ahí, al lado. Son felices, pero de una forma muy extraña: es sólo allí muy en el fondo.

La mayor bravura de estos corajudos es que dan incluso lo que no tienen.

Son más fuertes  que sus miedos, a pesar de tener miedo. En verdad, cualquier sacrificio es mejor que la vergonzosa cobardía de poder hacer el bien y… escoger la huida.

Hay gente que aspira al absoluto, a pesar del absurdo. Personas con un corazón tan grande que cabe en él la mayor de las esperanzas, la de que, un día, dejará de existir el sufrimiento y entonces podremos todos ser felices.

Un corazón intrépido que no tiene miedo del ridículo porque cree además que  una vida sin amor no tiene valor.

Es con fe en el amor como se vence el miedo paralizante, pero con esa misma fe llegamos a saber también que no podemos todo y que solos podemos aún menos. El coraje es el punto de equilibrio entre los excesos del miedo… y de la confianza.

A veces, el coraje nace de lo que queda de la angustia y la desesperación. No hay fondo de pozo donde no haya una apelación a la luz. En las tinieblas oscuras, la más pequeña de las luces ilumina mucho. Es una estrella.

Los corazones con coraje tienen tristezas y tinieblas. Son, además, los que más tienen. Cargan con ellas, pero encuentran casi siempre una forma de ser más fuertes que ellas. Cuando caen y se pierden, es trágico, porque como son grandes y las amarguras que soportan son pesadas, caen aún más hondo y se hacen mucho daño. Pero, es una cuestión de tiempo hasta percibir que no son de la tierra, sino del cielo, y sin que sepa como, se levantan… y siguen su camino.

El coraje implica soledad. Profunda. No es una locura momentánea que torna valeroso a un hombre que no lo es. El coraje es una decisión de los que saben lo que hay que hacer y conocen los riesgos que corren. La raíz de su heroísmo es : la lucidez del discernimiento. La presencia de la razón en cada paso. Sería bastante más sencillo que entrásemos en una euforia de emociones y que sólo nos diésemos cuenta al final… ¡pero eso no es coraje!

Nadie nace con coraje. Se aprende a ser fuerte. Se aprende a vivir la verdad. Se aprende a amar.

Se enfrenta a mil futilidades, sonríe a pesar de la pérdida y del dolor, se trabaja en lo que no gusta, se llora… pero se vive, entero, en una vida entera.


Fallos, flaquezas, tinieblas y tristezas… no son lo que somos. Son lo que no somos… ¡ni vamos a ser, nunca! Así sabremos ser el coraje que nos falta a nosotros y el falta a los otros.

jueves, 1 de enero de 2015

¡Feliz Año Nuevo para todo el mundo!



Y aunque sea un tópico, y aunque muchas personas vivan en la calle, pues Feliz Año Nuevo para todo el mundo, pero especialmente para aquellos para quienes su esperanza está en las manos de otro; la esperanza en lo material, su sustento y su supervivencia.

Si muchos supieran que su esperanza, la que concede la tranquilidad y la paz verdadera, en lo más profundo de uno mismo, se vería acrecentada y sostenida en el cuidado de alguien que necesita de ellos, entonces seguro que no sólo el Año nuevo sería feliz, el mundo entero sería mejor.


A menudo estamos esperando que sean otros, que sean las instituciones, el gobierno, los políticos los que solucionen los problemas, los que garanticen el cumplimiento de los derechos de cada ciudadano. Pero eso es imposible, no sólo por la incapacidad de los gobiernos para dar satisfacción a todas las demandas, sino porque hay necesidades, meramente humanas, a las que sólo otra persona humana puede dar satisfacción.

Buscamos un mundo más justo y feliz, y vamos progresando, y para ello vamos  acumulando derechos humanos, al amparo de la ONU; pero,  es inaudito que tengamos que estar reclamándole que exija el cumplimiento de los derechos básicos en numerosos países, y peor aún, es indignante que tengamos que pedirle a la misma ONU que defienda el  derecho más básico de todos, el derecho a la vida, y a la naturaleza humana.

Quizá es un organismo demasiado grande, o babélico, por lo que resulta inoperante para articular una autoridad moral, digna de respeto para todo el mundo. Se ha convertido en cambio en un poder ideológico e ideologizado, desde el que grupos de presión quieren imponer sus intereses, no siempre claros,  y sin duda muy poco respetuosos con el derecho a
la libertad de pensamiento y de creencias. Es más, tratan de culpar a todas las religiones de ser causa de violencia, para justificar así su deseo de sustituirlas por una tolerancia y un relativismo formalistas, que implica la renuncia a la búsqueda de la verdad y aligera la conciencia y la libera del sentimiento de culpa.

Aunque haya que seguir luchando por los derechos, porque sabemos que en la práctica es  imposible darles cumplimiento de manera absoluta, no sólo por la incapacidad material y falta de voluntad política de los gobiernos, sino de la misma ONU, debemos entender que hay necesidades, meramente humanas, a las que sólo otra persona humana puede dar satisfacción, gratuitamente, sin imposición, en disposición permanente, acercándose a quien, al lado, necesita ayuda.



Feliz Año Nuevo, porque nos adelantamos a hacer el bien, indiscriminadamente, incansablemente, sin esperar que otros lo hagan antes,  por convicción, porque  ha nacido en todos y cada uno un hombre nuevo, limpio, humilde, absolutamen
 generoso.

http://pshsisaacperal.blogspot.com.es/2014/12/feliz-ano-nuevo-para-todo-el-mundo.html