José Luís Nunes Martins
jornal i
24 de janeiro de 2015
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Ilustração de Carlos Ribeiro
Muchas personas intentan compensar sus carencias emocionales a través de los bienes materiales. Hay quien come y bebe para así llenar sus desiertos interiores, para, de esa forma evadir la realidad.
El azúcar y el alcohol
permiten casi el olvido de los proyectos a largo plazo. Se apuesta todo en el
ahora y desprecia lo que viene después. Pero, en verdad, hay siempre un después…
y será tanto peor, cuanto menos nos preocupemos de él.
La búsqueda excesiva de
satisfacciones materiales, en especial a través de la comida y la bebida, revela
vacíos tremendos y alteración de los valores. Debemos alimentarnos para vivir y
no lo contrario. Lo que debemos integrar en nosotros, lo que nos hace ser
mayores y mejores, no es lo que conseguimos devorar. Eso sólo nos hincha… de un
vacío cada vez mayor.
Poco importa si es el exceso es en la cantidad, en la exigencia de
la calidad, en el refinamiento de la preparación, por el precio o incluso por
la forma ávida con que se come y bebe, sin permitir siquiera saborear (llegan a
llamarla comida rápida), la gula es siempre una pasión desordenada y exigente,
una especie de refinamiento que es, en verdad, un verdadero veneno para nuestra
felicidad.
La gula es un vicio que
no suele avergonzar a quien lo tiene. Hay incluso quien asume su capacidad de
devorar todo sin la menor timidez, con la sonrisa en los labios… ¡ser glotón
llega también a presentarse como una cualidad!
Hoy se cultiva el
cuerpo, como si no fuésemos algo mucho más profundo. El resultado es casi siempre
desastroso: quien tiene un cuerpo escultural, cree que eso es todo cuanto
importa; quien no lo tiene, cree que eso es señal de que no tiene valor alguno.
Es frecuente que el
cuerpo y el espíritu se encuentren en conflicto. El cuerpo merece respeto, pero
sin el menor tipo de sumisión a sus caprichos. Son alimentos, necesidades e
intereses diferentes, pero el espíritu tiene que dominar el cuerpo.
Hay quien embellece su aspecto
exterior a fin de superar algunas proporciones menos buenas del interior, y hay
quien apuesta con equilibrio por lo que está en la base de su ser, moderando
siempre sus impulsos y no dejándose devorar por sus propios deseos.
Quien se entrega desordenadamente
a la comida y a la bebida pierde la capacidad de saborear los detalles… los condimentos…
En cambio la templanza es el equilibrio. Un orden saludable donde todo tiene su
lugar y valor. Nunca menos de lo que se necesita, ni más de lo que conviene.
Tal vez no sea un
problema grave que alguien se deleite con un bombón cuyo coste daría para
comprar pan para alimentar a una familia entera. El problema grave será comer
una caja entera y, aún así, no quedar satisfecho…
En un mundo en el que
sufren y mueren de hambre millones de personas, tal vez no sea extraño que la
obesidad sea también un problema. El mundo está desequilibrado. Hay también
quien sufre de hambre por estimar más lo que es una imagen de sí en vez de desear
su salud y paz.
Es algo extraño que sea
quien más tiene, quien quiere tener todavía más… la lógica del consumo es
lineal e irracional: absorber y destruir, a fin de poder consumir siempre más…
absorber y destruir… absorber y destruir… un hambre insaciable que corroe por
dentro. Una úlcera.
Las sensaciones no son
emociones. Poco de lo que nos llega a través de los sentidos, nos llena el corazón.
El placer no es la felicidad.
Merece la pena saborear
la vida y todo cuanto de bueno hay en
ella, deleitarnos con la bondad del mundo a nuestro alcance. ¡El pan nuestro de
cada día es algo tan esencial como excelente!
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