http://observador.pt/opiniao/2015-um-ano-de-revolucao-para-familia-crista/
Es saludable que la
Iglesia sea conservadora en su fe en Cristo, pero progresista en su acción
pastoral, que ha de ser cada vez más auténtica y audaz en el anuncio del
misterio de la salvación universal.
Con seguridad, los pronósticos
son sólo al final del partido, como un avisado futbolista gustaba decir, se puede
aventurar que, en 2015, la familia va a dominar la temática eclesial. Por eso,
en octubre de este año, tendrá lugar un nuevo sínodo que, teniendo en cuenta lo
ya efectuado, así como la encuesta realizada a escala mundial y, más específicamente,
a las conferencias episcopales de todo el mundo, deberá relanzar la pastoral
familiar católica.
El clima de alguna tensión
entre las diversas tendencias teológicas y pastorales en el sínodo pasado aún
no está superado y es de creer que tienda a agudizarse con la inminente
realización de la última y definitiva asamblea sinodal. Hasta la fecha, todas
las afirmaciones no tuvieron otro mérito que no fuese el de relanzar la discusión,
pero sin ningún resultado práctico. Pero, el próximo sínodo no podrá quedarse
en la mera declaración de intenciones o de principios. Se espera y muy
vivamente se desea que concluya con algunas reformas de carácter pastoral, so
pena de que la enorme expectativa creada se malogre. Lo que, de verificarse,
afectaría negativamente al pontificado de Francisco.
Las divergencias entre
las dos principales alas sinodales, son de carácter teórico y práctico. Ambas
comparten el mismo entendimiento sobre la esencia de la familia y sobre la sacralidad
del matrimonio cristiano. El cardenal Walter Kasper tuvo el mérito de recordar
la dolorosa situación de cristianos divorciados y vueltos a casar civilmente y
que esperan, de la autoridad eclesial, una actitud de solicitud pastoral. A su
vez, el cardenal Edmund Burke, privilegiando un entendimiento más doctrinal de
la cuestión, consideró que una eventual agilización de las declaraciones de
nulidad de los casamientos canónicos se podría traducir, como recientemente
dijo Le Figaro Magazine, en una especie de “divorcio católico”.
Desde el punto de vista
práctico, la cuestión es especialmente delicada porque, en ciertas comunidades
católicas centroeuropeas, en rebeldía con Roma, ya se admiten divorciados a la
comunión o, por lo menos, se tiene por seguro que, en breve, recibirán la deseada
autorización para una vida sacramental plena. Si por ventura la exhortación
postsinodal no legitimara esta práctica, los fieles que se encuentran en esa
difícil situación pueden no acatar el mantenimiento de la actual disciplina, en
cuyo caso podrían abandonar formalmente la Iglesia católica.
No deja de ser paradógico
que sean las fuerzas llamadas progresistas las que más parecen pugnar por un
ejercicio autoritario del poder papal, mientras el episcopado tenido por más
conservador entiende que Francisco es su principal triunfo, como guardián que
es de la ortodoxia y de la tradición eclesial. Por así decir, el Papa tiene la
facultad de mantenerse independiente de las diversas opiniones, que van mucho más
allá de la impropia, por demasiado política y simplista, oposición entre progresistas
y conservadores. Privilegiando un estilo más pastoral que teológico, es probable
que quiera introducir algunas novedades en la actual pastoral de la Iglesia,
especialmente en relación a los tres puntos que no obtuvieran los dos tercios
de votos sinodales, sino que fueron incluidos en la relación final: los nº 52 y
53, sobre la admisión a la comunión eucarística espiritual, respectivamente, de
los divorciados recasados civilmente; y el nº55, en que se hace una referencia
a las familias en que haya alguna persona con tendencia homosexual.
Se dice, en la jerga eclesial,
que hay algunas cosas que ni el Espíritu santo sabe: cuantas congregaciones
femeninas existen en la iglesia, cuanto dinero tienen los franciscanos, o lo
que piensa un jesuita… Por muchos que sean los tan meritorios institutos de la
vida consagrada, no son ciertamente infinitos y los fondos de los virtuosos
seguidores del pobre de Asís, siendo mendicantes, serán siempre escasos. Es
mucha, ciertamente, la sabiduría humana y sobrenatural de los religiosos de la
venerable Compañía de Jesús, insignes en la evangelización por la cultura y por
la ciencia, pero no tanta que se equipare a la omnisciencia divina. Pero, lo
que piensa el Papa Francisco… ¡sólo Dios lo sabe!
Probablemente, ni los
que entienden que nada debe cambiar, ni los que, por el contrario, quieren
alterarlo todo, tienen razón. Es saludable que la iglesia sea conservadora en
su fe en Cristo, pero progresista en su acción pastoral, que ha de ser cada vez
más auténtica y audaz en el a nuncio del misterio de la salvación
universal. El superior
general de la Compañía de Jesús, el padre Adolfo Nicolás, dice que Francisco no
lidera sólo una reforma, sino una auténtica “revolución”. Por eso, la tradición
eclesial, de que el Papa es el máximo garante, no puede ser entendida como
obsoleto inmovilismo, sino como dinámica fidelidad al Espíritu Santo.
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