http://observador.pt/opiniao/da-blasfemia-ao-terrorismo-um-caminho-sem-retorno/
Ningún insulto puede
legitimar un crimen contra la libertad y los derechos humanos, por muy
censurable que sea la blasfemia, desde el punto de vista ético, por su carácter
esencialmente ofensivo.
Los atentados
perpetrados esta semana, en París, contra Charlie
Hebdo y no solamente, dejaron a Francia y al mundo entero en estado de
choque. Con razón, porque todos los ciudadanos, cualquiera que sean sus
creencias o su ideología política, son, más allá de los muertos que hay que
lamentar, víctimas del terrorismo.
Sería abyecto
justificar estos crímenes a causa de la situación económica o de la recurrente
irreverencia de aquella publicación para con el profeta del Islam. Legitimar un
homicidio es, en términos jurídicos y morales, ser su cómplice. Los crímenes no
se justifican, ni se explican: se condenan. No se dialoga con la sinrazón de un
atentado.
El primero de estos
ataques terroristas fue un acto de represalia a supuestas blasfemias publicadas
en las páginas de Charlie Hebdo. Por este motivo, hay quien prende, si no
justificar los doce nefandos asesinatos, por lo menos atenuar la
responsabilidad de los criminales que, en este sentido, habían actuado al
abrigo de una legítima defensa de sus intereses religiosos y culturales. Nada
más falso que esta suposición que, de algún modo, condesciende con el
terrorismo. Una sociedad que, de alguna forma, comprende cualquier crimen
contra la libertad y los derechos humanos es una sociedad rehén del miedo.
¿Pero, no es verdad
que, en las páginas de ese semanario, fueron publicados textos y ‘cartoons’
poco favorables para los seguidores de Mahoma? Además, eran también muy
críticas con otras religiones, especialmente la cristiana, cuyos fieles, por la
misma razón, se podrían sentir igualmente ofendidos en su fe. Sí, es cierto,
pero más vale la libertad de pensamiento y de expresión, que la censura o la
represión. No se combate el abuso de la libertad con su supresión.
¿Quiere esto decir que
la sociedad democrática es impotente en relación a las ofensas de naturaleza
religiosa? En modo alguno, pero la respuesta no debe ser otra que la
institucional, o sea, la que deriva del normal funcionamiento de las
instituciones. Si alguien injuria a una persona, la víctima tiene derecho a
recurrir a los tribunales, para defender su honra y su buen nombre. Todas las
individualidades físicas y entidades morales tienen derecho a que su dignidad
sea respetada públicamente.
Un “cartoom” alusivo a
un líder religioso puede no ser ofensivo y, en general, es hasta un saludable
ejercicio de humor. Pero también los hay que son, objetivamente, calumniosos.
No compete al poder ejecutivo, ni a las comunidades religiosas determinar, en
una sociedad plural y laica, lo que es o no ofensivo, porque esa es una atribución
exclusiva del poder judicial. Si es puesta gratuitamente en tela de juicio la
dignidad de las personas e instituciones, sean o no religiosas, cualquier
ciudadano o entidad tiene derecho
fundamental a recurrir a la justicia.
Todos los temas
religiosos pueden y deben ser discutidos en libertad y nadie debe ser obligado
a profesar ningún credo. En ningún caso debe haber lugar para el delito de
opinión, ni cualquier censura o límite a la libertad de pensamiento y de expresión.
Pero el ejercicio libre
y responsable de la libertad de creer, o no creer, e incluso de criticar a
quien cree, o no cree, no legitima la agresión gratuita, religiosa o ideológica.
Todas las ideas son discutibles, aunque sen las más sagradas, pero todas las
personas, salvo prueba en contrario, son respetables. Ahora bien, según el
Diccionario de la Lengua Portuguesa Contemporánea, de la Academia de Ciencias
de Lisboa, la blasfemia es ”un dicho considerado ofensivo, ultrajante en relación
a la divinidad o la religión”, o un “dicho o comportamiento gravemente ofensivo
para una persona o cosa digna de mucho respeto” (vol I, pág. 540).
Un acto terrorista no
puede ser disculpado en modo alguno. No hay justificación para un crimen hediondo,
que no puede ser instrumentalizado políticamente por quienes pretenden implantar
políticas xenófobas y racistas. Ningún insulto puede legitimar un crimen contra
la libertad o los derechos humanos, por muy censurable que sea la blasfemia,
desde el punto de vista ético, por su carácter esencialmente ofensivo. No se
vence el terrorismo con terrorismo de sentido contrario, sino con la defensa
intransigente de la libertad, de acuerdo con los principios y practicas del
Estado de derecho.
La blasfemia no es
causa de rimen, ni su ocasión, sólo es un pretexto. Dese a todos los creyentes
de todas las religiones, que entienden amenazada su libertad religiosa, la
posibilidad de recurrir a las correspondientes garantías del Estado democrático.
Pero no se consienta la pérdida de la libertad de pensamiento y de expresión,
ni se consienta que los terroristas legitimen sus acciones en nombre de la
religión. El crimen no admite ninguna justificación.
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