sábado, 10 de enero de 2015

La pereza, pérdida de talentos y virtudes


                                                             Ilustração de Carlos Ribeiro

La pereza es un mal tremendo. Se va apoderando del tiempo que es nuestro y nos impide construir una obra primera: ser quien somos. Cada uno de nosotros tiene la obligación de convertirse en el mayor protagonista de su vida, en un héroe, luchando y venciendo las monotonías de la vulgaridad, todas las apatías de quien prefiere ser esclavo del mundo  que  señor de sí mismo.

La apatía seduce a través de la apariencia de paz, se presenta como un mero descanso que creará mejores condiciones para un éxito posterior.  La pereza aparece siempre disfrazada de virtudes. Pero es, en verdad, una anulación, algo que destruye las pasiones más bellas por medio de una conquista lenta y la eliminación de los esfuerzos… y así se va perdiendo todo, tras mucho divagar…

Es siempre más cómodo no hacer nada. Pero es, siempre, peor. La pereza es una no voluntad que petrifica, hunde y ahoga (en agua tibia) a todos cuantos se entregan a los encantos del descuido y la relajación.

Si hay varios trabajos, hay varias perezas. Muchos son los que se entregan a inmensas tareas cotidianas y exteriores, como forma de garantizar que no tienen tiempo ni voluntad de tratar las interiores. Pero, así como contribuimos a la construcción del mundo en torno a nosotros, es importante edificarnos. Cuidar y tratar de lo que existe en el fondo de nosotros, porque nuestra identidad no es estática ni definida, resulta de nuestras decisiones y acciones. Exteriores e interiores.

Tenemos la obligación de ser diferentes, de perfeccionarnos, de luchar contra lo que pretende anularnos, cada día, a cada paso. El ser es una lucha contra la nada.

La raíz común de todos los males es el egoísmo. Se trata de un exceso de quien se centra en sí mismo y no ve nada más allá de eso. Se pierde… quien se cree ganancia. El mundo está lleno de bellezas que escapan de aquellos que sólo se admiran a sí. Sin humildad no ven sus fallos y, sin esfuerzo, son llevados por la gravedad universal al punto más bajo de la existencia.

Los talentos se pierden cuando no les dedicamos el cuidado y el trabajo que exigen para hacerse reales. Para  realizarnos.

La pereza puede disfrazarse de paciencia, prudencia, moderación o dominio de sí… pero es siempre mala. Siempre. Porque no tiene ni la verdad ni la generosidad propia del bien. El bien hace.

El peligro de la facilidad es el de la perdida de las mejores posibilidades. Quien cuenta sus esfuerzos, reduce sus objetivos. Se creen sabios pero, en verdad, son sólo…cobardes. Muchos se esconden tras el pretexto de dificultades que no son ni la mitad de lo que creen. Al final, nunca nada es tan difícil como llega a creer quien no quiere hacer.

La vida debe ser vivida en profundidad. Sufriendo lo que fuere preciso, para así hacer el mejor de los caminos posibles. Aquel que nos purifica y da valor.

La mayor de toda las virtudes es que seamos capaces de no ceder a los malos hábitos, realizando todo el bien a nuestro alcance.

No debemos descuidar nuestra obligación de ser mejores. No podemos permitir que cualquier sueño nos impida vivir al nivel más alto que podemos alcanzar.

Todas las virtudes exigen atención y trabajo. La diligencia es la prontitud propia de quien ama, la persistencia honesta que permite alcanzar la excelencia. Pero resulta de la voluntad, no de un don. Además, ninguna virtud es un don, porque resulta siempre de las elecciones que se hacen en orden a lo que se considera ser el bien. Del mismo modo, tampoco ningún vicio es un defecto existente de partida.  Deriva de una elección más o menos consciente de lo que se cree que es el bien, en una visión perezosa y distorsionada de la realidad de los valores.


Pocos se dan cuenta de lo malo que es no hacer nada bueno.

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