sábado, 17 de enero de 2015

Envidia es querer el mal como un bien



                                                     Ilustração de Carlos Ribeiro

La envidia es el tormento interior que se manifiesta por algo bueno que acontece a otra persona. Un deseo de apropiarnos de eso, aunque sea de forma indebida. Celos del mundo, que parece haber preferido dar a otro lo que debía ser para nosotros.

Se trata de una mala intención que destruye por completo el corazón que la acoge y alimenta.

Parte de la idea equivocada de que otro tiene –o es- más que yo. Cuando, en verdad, no siendo yo mejor que nadie, me hago peor si no reconozco mis valores, pasando el tiempo en desear los del otro.

La envidia es una pasión deshonesta, acompañada de un sentimiento penoso.

Los envidiosos viven al contrario, se entristecen con la alegría ajena y se alegran con la tristeza. No comparten, sólo codician el bien ajeno y desean el mal.

Hay a quien no le gusta luchar ni trabajar y prefiere, de forma más bien simple, envidiar. Como si existiesen vidas así, perfectas, sin nada que lamentar.

Lo que lamentamos en nuestra vida, otros tendrán peor en las suyas. Pero la envidia es ciega ante la desgracia de aquellos a quien quiere quitar lo mejor, así como en relación a los propios talentos, que se van perdiendo en este incendio íntimo que todo lo devora y consume.

Hay quien desea combatir de igual a igual y quien prefiere hacer trampa desde el comienzo. Porque se siente inferior y agraviado. Como si las virtudes del otro fuesen culpas y sus buenas obras crímenes… hay un cierta voluntad de destruir lo que no se puede poseer.

Sólo quien aspira a su propio bien, quien está dispuesto a compartir los esfuerzos con los otros, quien ve en los talentos ajenos una inspiración y una señal de cómo también puede cultivar los suyos, llegará al más alto escalón de la existencia: a vivir su vida.

Siempre habrá envidia y quien quiera destruir a aquellos que cree que están en su lugar. Es algo natural, pues es el mecanismo más común de los que no luchan por aquello que creen.

Es una virtud excelente ser capaz de poder vivir sin sentir envidia por nadie.

Quien sufre por las victorias de otro sufrirá aún más cuando se de cuenta de que desperdició su mayor bien: la verdadera paz.

Hay quien llega a esconder sus alegrías para no ser objeto de la envidia, ya que, de una forma u otra, la asfixia de los envidiosos acaba siempre por, mucho o poco, afectar a quien es objetivo de ellos. Pero decidir esconder la alegría no es una estrategia de defensa contra la envidia, sino más bien un efecto concreto de la misma…

Es esencial que sepamos defendernos de la envidia ajena, no permitiendo que nada en nuestra vida sea alterado por ella. Más importante aún es conseguir arrancar cada raíz y cada tronco de codicia que existe en nosotros. Al final, mucho peor que ser víctima de la envidia es ser origen de ella…

Siempre existirá quien no sea capaz de darse cuenta de las espinas que existen por dentro de cada corona, quien afirme que es mentira o que no comprende. Este disgusto constante impide a quien lo alimenta vivir de forma auténtica, sonreír y llorar por su propio mundo… alegrarse con las alegrías de los otros, tener la honra de compartir tristezas que no son suyas, contribuir a un mundo mejor, mejorándose a sí mismo… aprender de todo.

La envidia quiere lo que hay de bueno en la vida del otro. Se olvida de lo mejor que puede haber en la suya… codicia el bien del otro, y no se valora a sí mismo


La envidia es propia de quien se perdió.

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