http://observador.pt/opiniao/alice-e-a-moral-no-pais-das-maravilhas/
Lea, vaya al cine y al
teatro. Pero, si le ocurre que el libro, el cine o la pieza no tiene ninguna
moral, acuérdese de la advertencia de la duquesa a Alicia: ¡Todo tiene una
moral, pero es preciso dar con ella!
En el 150º aniversario
de la publicación del conocido libro de Lewis Carroll, alias Charles Lutwidge
Dodgson, y en pleno tiempo estival, viene a propósito un breve diálogo entre
Alicia y la duquesa, que era ‘muy fea’ y de ‘baja estatura’, no obstante a la
alteza de su condición social.
“- ¡No imaginas qué contenta estoy de volver a
verte, querida mía!- dice la duquesa, dando una palmadita afectuosa en al brazo
de Alicia.”
Así comienza el noveno
capítulo, que tiene por título “la historia de la falsa tortuga”, pero que, en
realidad, se debería titular “La historia de la falsa neutralidad moral de las
historias del país de las maravillas y no sólo”.
¿Por qué? la respuesta
está en la conversación que continúa. Alicia, perdida en sus pensamientos,
ignora por completo a la duquesa. Por eso, “con alguna sorpresa le susurra al
oído:
“- Estás pensando en
cualquier cosa, querida mía. Incluso te olvidas de hablar. En este momento no
puedo decirte cual es la moral de esos pensamientos, pero intentaré
encontrarla.
“-Tal vez no exista ninguna moral – se atrevió
a responder Alicia-.
“- ¡Cállate, niña! –dice la Duquesa. –Todo
tiene una moral. Basta que demos con ella”.
Hasta las historias
menos moralistas tienen también una moral. Sería ingenuo pensar que hay
romances, películas o telenovelas que, desde el punto de vista ético, son
absolutamente neutras.
Por ejemplo, las
producciones cinematográficas norteamericanas generalmente incluyen, en uno de
los papeles principales, algún negro. Obviamente, tal cosa no sucede por
casualidad, sino a propósito que, en este caso, es el loable principio de la
inclusión y de la igualdad de todos los seres humanos.
No siempre, con todo,
es así. Po supuesto, hay virtudes morales que las producciones artísticas, sean
ellas literarias o cinematográficas, transforman en vicios, y vicios que son
presentados como si fuesen virtudes. Por ejemplo, la obediencia raramente es
elogiada, porque se prefiere exaltar la rebeldía. La infidelidad conyugal, por
regla general, no es vista como un mal a evitar, sino como un mérito añadido,
porque un héroe, o una heroína, quiere ser capaz de provocar pasiones
arrebatadoras.
Mientras tanto, lo
mismo cuando se infringen ciertos cánones éticos, las novelas modernas nunca
son totalmente amorales. Por eso, es inimaginable que una producción artística
proponga un Hitler galante y glamoroso. Pero un glamoroso Che Guevara que, por
supuesto, no era mucho mejor, ya sería aceptable. Un bebedor empedernido puede
transformarse en un príncipe encantado, pero nunca sería un compulsivo fumador.
Es muy positiva esta
unanimidad en la condenación del nazismo, pero es una pena que no abarque otros
totalitarismos, no menos nefandos. No se puede alentar el tabaquismo, pero es
curiosa esta hipersensibilidad ética en relación a un mal menor, cuando desórdenes
mucho mayores no son proscritos ni censurados por la poderosa industria del
divertimento. No sería preferible una heroína, o un héroe, que sea buen
ciudadano, buen cónyuge, buena madre o buen padre, honesto, trabajador pero
fumador, en vez de alguien infiel en el matrimonio, mal progenitor, desleal en
materia profesional, bebedor y tramposo pero que… no fuma?
En tiempo de
vacaciones, lea, vaya al cine y al teatro. Pero, si le ocurre que el texto, la
película o la pieza no tienen ninguna moral, desengáñese. Acuérdese de la sabia
advertencia de la duquesa a Alicia: “Todo tiene una moral. Basta que demos con
ella”.
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