El
Papa, como la Iglesia católica, no está, ni puede estar, a favor de uno contra
otro candidato presidencial; ha de estar siempre por la paz y por el bien
común.
No soy de aquellos profetas retroactivos que, después de
verificado un acontecimiento que no previeron, se apresuran a decir que siempre
supieron que las cosas irían a ser como de hecho acontecieron y que, sólo por una cuestión de
modestia, no lo dijeron a nadie... Además, seguí la campaña presidencial
norteamericana con moderado interés porque, como aquí escribí, ninguno de los
dos candidatos me entusiasmaba. Por eso, quedé sorprendido, pero también
aprensivo, con la elección de Donald Trump.
Hillary Clinton fue, sin duda la gran derrotada. En Roma,
se suele decir, quien entra papa en el cónclave, sale de él de cardenal. Así
sucedió con la absolutamente imprevisible elección de San Juan Pablo II, que no
era “papable” a la salida y que vino a ser uno de los mayores papas de la
actualidad. Es verdad que, en relación al obispo de Roma hay que contar con la
especial intervención del Espíritu Santo que, ciertamente, no interfiere en la
elección del presidente de los Estados Unidos de América, muy enhorabuena todo
poder vendrá de lo alto... En este caso, el proverbio romano se ha cumplido a
la letra: la “candidata oficial” fue preterida. Hillary Clinton, de cierto, no
vendría a traer nada nuevo a los EEUU de América: era, solamente, más de lo mismo
y el pueblo norteamericano quiso indiscutiblemente, apostar por el cambio.
El electorado estadounidense no solo derrotó a la
candidata oficial sino que también infligió una derrota al “cuarto poder” que,
en su casi totalidad, había apostado, sin pudor, por la candidata demócrata.
Desde el principio, Donald Trump fue el lobo de la fiesta y el blanco de todas
las críticas. En el caso Watergate, la prensa alcanzó el auge de su poder,
obligando a dimitir a un presidente de los EEUU de América. Pero, con la
elección de Donald Trump, la prensa ha quedado reducida a lo que nunca debió
dejar de ser: un medio de comunicación e información. El “cuarto poder” no
puede ser, en democracia, ningún poder, porque no goza de legitimidad
democrática. En este sentido, fue positivo que el electorado norteamericano
reaccionase contra el candidato que la prensa le quiso imponer y contradijese a
la abrumadora mayoría de los sondeos. La victoria de Trump fue, por tanto, una
importante victoria para la democracia.
Hillary Clinton era, obviamente, la candidata políticamente
correcta. Obama fue elegido en nombre de las minorías, porque un negro, en la
Casa blanca, era la prueba de que América había superado los prejuicios
raciales, realizando el sueño de Martin Luther King. Hillary quería ser otro
tanto: la primera mujer en ser elegida presidenta de la principal superpotencia
mundial. Pero los americanos no estuvieron por esas, porque saben que, mucho
más importante que ser negro o mujer, el presidente de los EEUU de América
tiene que ser, más que un buen cartel, una persona capaz. América no necesita
de un icono, ni de una bandera, sino de un presidente a la altura de su inmensa
responsabilidad nacional e internacional. La derrota de Hillary fue la derrota
de la política formateada por los aparatos de los partidos y defendida por los
comentadores de la prensa mainstream,
para consumo del elector.
Clinton se presentó también como la candidata de los
lobis y de las franjas marginales del electorado norteamericano. A veces, las
mayorías son secuestradas por las minorías que, por vía de un discurso
victimista, tienden a imponer sus opciones.
Las minorías deben ser reconocidas y todas las personas, sin excepción, deben
ser respetadas, por lo menos en la medida en que son dignas de consideración.
Pero hay que hacerlo sin permitir que el que es minoritario se imponga a la
mayoría. Contra la política de las minorías y de los lóbis, el electorado
norteamericano ha reaccionado, eligiendo a Trump. Hillary amenazó con limitar
la libertad religiosa, hasta el extremo de admitir, a manera de las dictaduras,
la supresión de la objeción de conciencia. Por paradójico que pueda parecer, el
voto contra Clinton fue también un voto por la libertad, principalmente
religiosa.
Es verdad que Donald Trump, cuando anunció su propósito
de construir un muro en la frontera con México mereció, de parte del Papa
Francisco, una dura crítica. Pero ese comentario no puede ser interpretado al
margen de las no menos severas censuras de Francisco a la ideología de género y
al aborto, que Hillary Clinton promueve en tan larga escala. El Papa, como la
Iglesia católica, no está, ni puede estar, a favor o en contra de ningún candidato
presidencial: ha de estar siempre por la paz y el bien común.
¿Pero, con Trump en la Casa Blanca, no estará más
seriamente amenazada la paz mundial? La paz no está, ciertamente, garantizada,
pero son obviamente exagerados los rumores de que el próximo presidente de los
EEUU de América provoque la tercera guerra mundial. Como disparatada fue la
concesión del premio Nobel de la paz a Obama, que nada hizo, que sepa, digno de
ese galardón, más político que humanitario. Ni Obama fue tan pacífico como se
suponía, ni Trump será tan belicoso como lo pintan.
Si la elección de Donald Trump fue una sorpresa, también
lo será, ciertamente, su mandato presidencial. El futuro pertenece a Dios, sin
olvidar que igualmente depende de las acciones y oraciones de los hombres, de
todos los hombres. ¡Que Dios ilumine al próximo Presidente de los EEUU. God
bless América!
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