“El Señor es mi pastor, nada me falta, en
verdes praderas me hace reposar; me conduce hacia fuentes tranquilas, repara
mis fuerzas...”
Pusieron su nido en medio del parque natural, en una
salina abandonada, como cualquier pareja migratoria encuentra su sitio, el más
adecuado para instalarse y cumplir con la misión que la misma naturaleza les
encomienda: vivir, desarrollarse y crecer; en su caso para facilitar la vida,
ofrecer descanso y dar la oportunidad de reponer fuerzas a otros peregrinos...
“Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo, tu vara y cayado me sosiegan...”
Pero las leyes humanas que protegen el parque natural son
inflexibles e inhumanas, sólo protegen a los animales, a una pareja humana la
expulsan del paraíso que se había creado, que les daba cobijo, alimento y
además ofrecía refugio y descanso a cualquiera que acertara a pasar por allí.
No son como los animales, que por instinto defienden su nido y su territorio,
su casa era casa de acogida y descanso para animales y humanos, caminantes con
destinos diferentes que necesitan hacer un alto en el camino.
La fuerza judicial y policial los expulsó, en el acto, intempestivamente,
sin tregua para poder llevar consigo sus
enseres, y alguna ropa de abrigo para afrontar aquella noche fría, ya que
tendrían que dormir al sereno, vigilantes, pegados a los muros de su casa,
donde quedaban encerrados y precintados sus animales y sus pertenencias...
“Preparas una mesa
delante de mis enemigos, unges mi cabeza, mi copa rebosa”.
Pero, Dios escribe derecho con renglones torcidos, dicen
los que saben. En su divina providencia, Dios mismo, a veces, nos mueve y nos
zarandea, como en este caso hizo en la pareja expulsada, para que encontrara otras soluciones mejores,
para que acertaran con la puerta a donde habían de llamar, donde les abrirían y
estarían dispuestos a echarles una mano.
Por eso ahora, esta pareja de excluidos sociales, expulsados del parque natural que ocupaban tan
respetuosamente, y hasta devotamente, pueden disfrutar de una vivienda digna,
en un medio aún mejor que el que habitaban. Ha sido el resultado de una
confluencia de esfuerzos y buenas voluntades, de tenacidad y de fe.
Ya sólo falta que dispongan lo antes posible de recursos
suficientes para ser autónomos completamente, porque seguro que seguirán siendo
tan agradecidos y generosos como en l0
eran en la escasez, son gente muy probada.
Hoy día queremos arreglarlo todo con un clic, y del mismo modo queremos que nadie sufra
necesidad alguna, ni siquiera la mínima... No quisiera parecer conformista,
todo lo contrario, pero creo que el ser humano es imprevisible, siempre habrá
personas tan diferentes que no es posible encuadrarlas, ‘enjaularlas’; incluso están
aquellas que ‘no necesitan’ de la caridad o ayuda ajenas, capaces de sufrir las
consecuencias de su forma personal y original de ver la vida, sin culpar a
nadie más que a sí mismos, ni tener mucho que agradecer a casi nadie...
Debemos respetarlas a todas tal cual son, sin prejuicios,
lo cual no quiere decir que no debamos prever y atender lo mejor posible a cualquier ser
humano, sea cual sea su forma de pensar y de vivir, disponer de albergues
suficientes y dignos, comedores sociales bien situados, asequibles para que no
tengan que desplazarse a lugares incómodos y alejados. La crisis crónica, las
leyes de género, el disfrute de algunos derechos en perjuicio de terceros u
otros más débiles, las múltiples adicciones...,
están provocando un número excesivo de personas sin hogar, muchas de las
cuales no calculan o no piensan que pueden caer en la exclusión social, por eso
les va a resultar mucho más difícil soportar las condiciones de vida como
excluidos sociales...
“Tu bondad y tu
misericordia me acompañan todos los días de mi vida...”
Hoy, más que nunca hacen falta personas capaces de acoger
y ayudar, porque son muchas las personas que necesitan ayuda, material y
afectiva, o sencillamente que sepan escuchar.
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