Por Roque
Cuando
veo cualquier acto humano repugnante, sucio, inmundo, nauseabundo...
inhumano, y no hay que mirar casi nunca y cada vez menos, muy lejos
de nosotros mismos, siempre intento comprender, advertir o incluso
vislumbrar cómo puede ser. Bueno, no quiero mentir, he de reconocer
que en la mayoría de los casos, me devora el odio, la rabia, la
cólera, la ira, una infinita sed de violencia. No quiero ser
correctamente político.
Es
cierto que intento mirar más allá del ser inhumano y comprender,
incluso, también como todos, me salta la gran pregunta: cómo es que
Dios lo permite.
Pero
también soy humano y sobre todo cuando se trata de crímenes contra
los niños, no puedo evitar convertirme en un verdadero animal. Pero
se me pasa, empiezo a pensar en la ingente cantidad existente de
malos actos, de malas acciones, de maldad en general y en resumen de
los crímenes humanos contra humanos.
Y
no hablemos de patologías, que bueno, hasta cierto punto, la
desviación de todo ser es hasta medio aceptable, medio comprensible
que el milagro de la vida, miles, millones de veces repetido, pueda
engendrar descarríos. No, me gustaría saber y me angustia, conocer
como el ser humano normal, más veces que menos pisotea, maltrata,
daña, insulta, perjudica, arruina, hiere, humilla, ofende, mancilla,
escarnece y asesina, mata, incluso es capaz de acabar con sus
semejantes.
Está
claro que vivimos en un mundo muy complicado, y quizás hemos bajado
el listón de casi todo y hay la infinidad de sucesos y episodios de
todo tipo que se nos pasan desapercibidos, pero no es algo exclusivo
de nuestro tiempo. Antes y después de la persona más importante de
la historia, del ser humano y que vino a purgar nuestros pecados,
como digo, antes de nuestro Señor Jesucristo, mucho antes y mucho
después, lo que quizá aún pueda ser más inexplicable, seguimos
casi o sin casi, seguimos igual o peor. Y el escandaloso desarrollo
tecnológico e intelectual de estos últimos años, no ha servido
para otra cosa más que para nuevas formas de destruir el alma o el
cuerpo propio o del hermano.
No
soy un crío, ni tan siquiera joven, ni de físico, ni de intelecto,
pero no entiendo nada y cada vez menos. Sino existieran mis más
cercanos seres queridos, sino tuviese aún mis valores y mi fe, creo
que me volvería chiflado, loco, desequilibrado.
Si
quieres vivir en paz, sobre todo con uno mismo y además teniendo que
dar un ejemplo y una educación a unos hijos, amar de verdad a tu
mujer, ser educado, amable y arrimar el hombro a todo aquél que
puedas, si quieres vivir en la verdadera paz que te da el sentir que
eres importante para tus hijos, para tu mujer, para tus amigos, para
las personas que intentas ayudar, tienes que tener una paz interior,
una armonía de alma y mente, que si te paras a observar un poco ésta
bola azul que se emponzoña, es muy difícil no caer en el desánimo,
en el desconcierto, en la desazón, en la desmoralización, en el
desengaño y casi en la apatía, o más grave, en la insensibilidad,
en el letargo, en la parálisis, en la desidia, en la indolencia y
aún más allá, en la construcción de tu trinchera y ser uno más
que asoma el mosquete sobre el borde y disparas antes de pedir
explicación, que saltas y corres a saquear al más débil que por
allí pase para volver a agazaparte, para volver a mirar con ojos de
odio, de desconfianza, de resentimiento y de aborrecimiento a todo
ser humano que no sean los que están contigo en la trinchera, en tu
foso, dentro de tu parapeto, de tu muralla y proteger tu mísero pan.
Que
felicidad compartir absolutamente todo, sin miedo, sin “retranca”,
sin desconfianza, sin suspicacias. Dar un abrazo de ánimo, de calor,
de humanidad a quién lo necesite, agarrar la mano de quién se
hunde, poner tu hombro de contrafuerte para quién se cae, lanzar
mil y una palabra sin aprensión, sin recelo para todo aquél que las
necesite, apuntar con tus dedos el mejor, mas fácil y más cómodo
camino, hacer que tus ojos siempre expresen comprensión, amor,
esperanza, coraje y que sean como dos bolas de un virus que todo esto
lo contagie.
Dar
fuerza, valor, esperanza… fe.
No
doy clases magistrales, mensajes salvadores, consejos sabios, no, no,
no soy más que un hombre perdido, si perdido, porque aunque me
siento afortunado de tener una familia que me quiere, de tener lo
suficiente para alimentarnos y de tener mis valores y mi fe, sufro
por los demás, tengo mucho miedo del futuro, creo en Él, pero las
cosas son como son y soy un poco cabezón y me cuesta tener
esperanza, para nosotros, para ellos, para todos, para los hombres,
para los críos.
Que
Dios nos ayude.
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