“¿Es una imagen de su vida?
no lo sé, pero si no le obedecen las piernas ni le funcionan las ruedas de la
silla, que además es su casa en la actualidad porque duerme en un cajero,
sentado, porque no soportaría el dolor acostado en el suelo, si no
le funciona casi nada ¡cómo es que Fermín rueda por la vida y por las calles!
Este misterio lo resolví en la breve charla que pude mantener con él a solas,
en la acera, interrumpida por el ruido y el olor del camión de los desatascos”…
Escribía este párrafo no hace mucho tiempo en el post “Sólo los niños son inocentes” sobre
nuestro asiduo amigo desde entonces, F. Tan asiduo que aquel vacío sobre su
vida se va llenando de datos y de sorpresas, que él quiere contar, al hilo de
los diferentes temas de conversación. “Vengo aquí para charlar un rato a
gusto”, me decía esta mañana. Reconozco que es “demasiado”, que es difícil asimilar que no le haya sacado
más provecho a un cerebro como el suyo: ágil, perspicaz, capaz de mover su
voluntad hacia el objetivo que se propone.
La mayor sorpresa hoy ha sido descubrir su origen; resumiendo:
hijo de familia acomodada, del norte de España, huérfano desde niño y con
varios hermanos, mayores que él. ¿Qué pasó entonces con la supuesta herencia?
Pues que los hermanos mayores heredaron todo y él quedó al margen y lo metieron
en un orfanato. Como era un superdotado salió delante, a pesar de las
dificultades propias de aquella sociedad del tardofranquismo. Pero, aquí estaría
la primera causa que lo habría conducido a la situación actual, y que yo el
otro día no quería saber. ¡Qué injusta era aquella ley de la herencia que
predominaba en algunos territorios del norte de España, por la influencia del
carlismo, consiguió mantenerse vigente a pesar de la conquista por el
liberalismo de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, incluso sobrepasarlo
hasta nuestros días!
La educación, el conocimiento de la historia: de la evolución del
ser humano de todas las épocas y lugares, es una tarea pendiente, necesaria e imprescindible,
sólo así se evitaría que grupos reducidos impusieran sus privilegios, que, como
en esta historia vemos, los imponen desde la propia familia, ateniéndose a una ley
medieval, la ley del mayorazgo, en pleno
siglo XX.
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