Hoy es la festividad de Todos los Santos, ¡qué fiesta más
bonita, y más alegre!, a pesar de las circunstancias, del empeño de la crisis por querer estropearlo todo.
Digo esto principalmente por dos hechos que han ocurrido
ayer. El primero fue por la mañana, vino una persona a nuestra oficina del
Proyecto Diocesano de personas sin hogar para informarse de las actividades de
voluntariado que podíamos ofrecerle. Al principio pareció un poco decepcionado
por lo poco que yo le ofrecía, hasta que fuimos exponiendo nuestra particular
idea del asunto y encontramos algunas posibilidades de colaboración.
Este hombre quería, lo dijo textualmente, justificar su paga
de prejubilado, quería ofrecer sus servicios a otros, enseñar lo que sabe. No
es la primera persona que manifiesta esta noble inquietud por devolver a la
sociedad lo que esta le da, en vez de pensar que tiene derecho a vivir sin
aportar algo a los demás, a la sociedad.
Su idea era colaborar en alguna especie de taller para personas
necesitadas que demandaran formación en diversos oficios, o para intercambiar
favores, arreglos de averías, etc., entre las mismas personas que se encuentran
en paro, con o sin ayudas.
Él pensaba muy acertadamente si nosotros, en cáritas, además
de dar víveres, teníamos alguna especie de coordinación entre las familias para
que se ayudaran entre sí… ¡qué bonito! Eso mismo pensaba yo que se podía hacer,
de hecho recuerdo un tiempo en que contaba con una “brigadilla de voluntarios”
entre las personas del albergue para hacer las bolsas de comida de una cáritas
parroquial. La idea merece la pena desarrollarla y más llevarla a la práctica.
La otra “maravilla” del día, víspera de Todos los Santos,
ocurrió en la misa de las siete y media de mi parroquia. Estábamos preocupados
por una familia que nos solicitaba ayuda para pagar un recibo de agua; como no
pertenecía a nuestra parroquia intentamos que la parroquia que le corresponde
se hiciera cargo, pero fue inútil. Nuestro párroco tuvo la feliz idea de pedir
ayuda para pagar ese recibo de agua al final de la misa: “les voy a hacer una súplica”,
dijo, no es un aviso… y en cinco minutos, terminada la misa, y en la misma
iglesia, varias personas aportaron la cantidad solicitada a uno de los
voluntarios del equipo de cáritas.
En la homilía, nuestro párroco, nos había expuesto con
absoluta claridad el programa de un cristiano para ser santo y salvarse, o sea
nos comentó las bienaventuranzas: Bienaventurados los pobres de espíritu…, los
que lloran…, los que sufren…, los limpios de corazón, los que pueden mirar a
Dios cara a cara, porque no tienen dobleces, y evitan que los demás sufran por
él; bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia…, cuando os
insulten y os persigan…
La respuesta de los feligreses fue inmediata, yo digo muchas
veces que a las personas hay que darles la oportunidad de ser buenas y generalmente
responden, es difícil negarse a hacer el bien, sobre todo cuando se pide para
otros, cuando se pide mirando a la cara, con humildad.
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