sábado, 27 de diciembre de 2014

La Navidad y los Herodes


http://observador.pt/opiniao/o-natal-e-os-herodes/

En el ámbito de la acción política, los cristianos son libres de actuar y escoger como actuar, si a ello le obliga su conciencia, pero a ninguno le es lícito no defender la vida humana desde el momento de la concepción.

Era una audiencia de niños pequeños y, por eso, en mi reflexión sobre la Navidad, me limité a propósito a contar los aspectos más felices de la más bella historia de siempre. Les hablé de cómo María y José tuvieron que ir a Belén, de cómo se refugiaron en un establo y, por fin, de cómo Jesús vino al mundo, acompañado sólo por su madre y su esposo, sin olvidarme, como manda la tradición, del mulo y la vaca. Tal vez también tenía que haberme referido a la adoración de los pastores y de los magos, aquellos exóticos personajes que, con sus dones –oro, incienso y mirra- dieron inicio y fundamento bíblico a la tan apreciada tradición de los regalos de Navidad.

Estaba a punto de dar por terminada mi intervención cuando una pequeñuela, que no levantaba más de cincuenta centímetros del suelo, me tiró de la manga y, en tono de reproche y de indignación, me preguntó:

-¿¡Y entonces Herodes!?

Por lo visto, aquella visión romántica no le había agradado y, por eso, reclamaba la versión íntegra, que yo tan púdicamente había censurado. Esperaba, por lo vito, que yo contase también el terrible episodio de la mataza de los inocentes que, por cierto, no ignoraba. Ya no sé bien lo que dije, pero aún hoy recuerdo aquella intervención, porque fue una lección que nunca olvidaré.

La Navidad es una fiesta en que todos, de una forma u otra, participamos como protagonistas. Es un acontecimiento del que nadie es mero espectador. Más allá de los burros, que miran la escena y de ella nada aprenden, pero que rebuznan mucho si los quitamos de ella, hay pastores que adoran a Dios niño y gentes sabias y pudientes que, como los magos, honran a Jesús con su caridad generosa. Pero también hay posaderos malhumorados, moradores insensibles a las necesidades de aquella joven madre, respuestas desabridas a un marido suplicante y tiranos que matan niños inocentes, a veces aún por nacer.

Siempre hubo abortos, pero tal vez nunca en la dimensión en que hoy se practican, un poco por todo el mundo. Tal vez no sean muchos los entusiastas de estas prácticas que, a la luz de la ciencia y de la tecnología moderna, ya no pueden ser entendidas  como meros procesos de interrupción del embarazo: hoy, por supuesto, nadie duda de que se trata, desgraciadamente, de “niños asesinados antes de nacer” (Papa Francisco, 25-11-2014).Pero son muchos los que, como yo en aquella versión “light” de Navidad, no quieren ver la dimensión catastrófica de este drama, ni sentir el peso inmenso de este “continuo holocausto de vidas humanas inocentes” (São João Paulo II, 29-12-1997).

Con todo, algunos valientes, asentados en varias instituciones de inspiración cristiana, aún resisten. Es una de esas asociaciones de donde surgió una iniciativa legislativa de ciudadanos titulada “Por el derecho a nacer”. Aunque es discutible, como todos los proyectos políticos, mereció el apoyo formal de la Conferencia Episcopal Portuguesa y está próxima a alcanzar las 35 mil firmas necesarias para que pueda ser apreciada por la Asamblea de la República. En el ámbito de la acción política, los cristianos son libres de actuar y de escoger como actuar, hasta el límite de no actuar,  si a ello le obliga su conciencia, pero a ningún cristiano es lícito no defender la vida humana desde el momento de la concepción.

En España, un ministro dimitió cuando el jefe de gobierno retrocedió en su propósito de restringir el aborto, pero tal vez la próxima dimisión sea la del propio primer ministro, porque es obvio que esta es una medida inevitable, también por imperativos de supervivencia nacional.

La Navidad es una fiesta de dramáticos contrastes: si nos entristece saber de tantos cristos que, también hoy, el despotismo de algunos y la indiferencia de tantos asesinan, nos alegra el misterio de aquella vida humana y divina que nos es dada en Jesús, como esperanza de salvación y de felicidad para cada uno de nosotros y para todo el mundo.



Los bienes que tengo y el bien que yo hago




                                                          Ilustração de Carlos Ribeiro

Existen varias carencias. Unos están privados de bienes esenciales, otros, teniendo mucho necesitan cada vez más, sienten un enorme vacío que les exige más y más lujos, en una insatisfacción profunda y constante. Esta pobreza es malsana, porque destruye a la persona desde dentro.

Vivir sin sentir necesidad es algo mucho más valioso que cualquier otro tesoro material. Es, por tanto, la actitud cara a lo que se tiene, y a lo que no se tiene, lo que determina la verdadera fortuna.

Hay quien se vuelve esclavo de sus riquezas materiales, quien se convierte en un miserable por causa de los muchos bienes que posee, de tan dependiente de ellos, de tan preocupado con la posibilidad de perderlos.

En verdad, el dinero es un medio excelente de revelarse las personas. ¡Para algunos es lo suyo desear tener siempre mucho, al fin de que su miseria sea siempre evidente para todos! La pobreza no quita la dignidad a nadie, en cambio la riqueza puede hacerlo con facilidad.

El mayor peligro que corre alguien que se expone a una vida de lujo es que puede dejar de apreciar las cosas simples de la vida (¡que son las más bellas!). Se vuelve difícil de agradar, pero, en vez de entristecerse por dejar de ser feliz con poco, cree precisamente ser un don, el de no conformarse sino con lo mejor.

El lujo sólo crea apetito de más lujo. Se trata de un deseo que, no siendo natural, es insaciable. Lo mejor es no alimentarlo nunca, pues sólo se hará mayor y más exigente.

Cuanto mayor fuera una casa o una fortuna, más inquietud y cuidado exigen… es raro encontrarse alguien satisfecho con lo que tiene.

Se comienza por preferir cosas innecesarias y en muy poco tiempo los pensamientos se tornan esclavos de una especie de gula emocional, donde el corazón parece correr tras las promesas de paz en una escalada de valores y refinamiento que es, en verdad, una pendiente, una caída… a lo peor de sí. Vamos perdiendo la capacidad de reconocer nuestro valor, aquel que está antes y después de cualquier posesión.

Invertir toda la vida en luchar por tener más de aquello que se necesita es una pérdida de tiempo y de vida, en la medida en que se podría (y debería) utilizar esos recursos al servicio de las cosas simples de la vida, aquellas que hacen la verdadera felicidad.

Debemos concentrarnos en lo que tenemos, agradecer cuando tenemos acceso a lo esencial, y procurar que aquello que excede nuestras necesidades pueda llegar a quien lo necesite.

Un hombre rico no es mejor que un hombre pobre. Ni lo contrario. Porque,  quien tiene más, puede dar más. Siendo que a quien es feliz, le basta lo necesario.

En verdad, la pobreza como la imaginan algunos ricos es mucho peor que la pobreza real, tantos pobres consiguen ser felices… así no les falta lo básico. Algunos incluso con menos de lo mínimo se contentan… O somos señores o esclavos de las cosas…

Es posible vivir en un palacio sin dejarse corromper por eso. Hay quien se sirve de sus bienes para ser una bendición en la vida de los otros, ese es rico, muy rico, en lo que importa. ¡Se es feliz, por haberse hecho pobre para que otros sean ricos… se es rico, por haber sido capaz de darlo todo!

¿Si es tan poco lo que podemos vivir y disfrutar, por qué deseamos siempre tanto?
¡Es casi imposible apreciar el dinero y la vida al mismo tiempo!

Quien sabe vivir bien con poco, sabe vivir bien de cualquier forma. Lo poco nunca es escaso.


La verdadera riqueza no resulta de los bienes que tengo, sino del bien que hago. La libertad más profunda es pasar del apego al desprendimiento.

jueves, 25 de diciembre de 2014

La fiesta de la generosidad



Intento escribir algo, no agradable, sobre la Navidad, porque así la que sienten muchas personas, pero hay algo, que yo mismo he sentido, y que pocas veces he expresado en voz alta, y es el exceso, me molesta el exceso que hacen muchos, sobre todo los que más que celebrar el nacimiento del Niño Dios, se aprovechan de tan magno acontecimiento para darse un banquete “dignos de reyes”.

Este exceso desfigura el gran acontecimiento que el mismo Dios quiso que sucediera de la manera más humilde posible. Siéndolo todo, porque es Dios, nació en pobreza extrema, pero se convirtió en riqueza para todos, pues el anuncio del ángel movilizó a los pastores hacia el portal, llevándole cada uno su presente, ni tampoco le faltarán presentes, propios de un rey, cuando lleguen los Reyes de oriente.

El exceso puede molestar a aquellos que no sienten ni celebran la Navidad, y sólo ven el despilfarro. Molesta también a los que no pueden celebrar la fiesta porque no tienen casa, ni con que hacer la fiesta, o ni siquiera tienen con quien celebrarla…

Pero el exceso también desborda en migajas, y aún no sobrándole hay muchos en estos días que dan cuanto pueden, para que los que no pueden proveerse por sus medios, no se vean privados de celebrar la Noche Buena y Navidad, sobre todo si hay niños. A estos también  se procurará que le lleguen los juguetes de los Reyes Magos.

Es la fiesta de la generosidad, mejor o peor entendida, más o menos espléndida, y esto merece la pena, porque Dios ha sido espléndido con nosotros enviando a su Hijo, nosotros nos sentimos agradecidos, aún no entendiendo ni aceptando la Navidad, muchos se suman a esta corriente de generosidad.


El mismo Jesús dirá, más tarde, que él no vino a traer la paz, que vino a traer la guerra, que por su causa habrá división entre unos y otros, incluso en la propia familia. Entonces ya me parece más normal que la celebración de la Navidad cause estos sentimientos opuestos y hasta enfrentados a veces. Y por esto precisamente merece la pena que nos esforcemos en celebrarla dignamente, sin excesos. 

sábado, 20 de diciembre de 2014

La Navidad no es una historia que se cuenta




Cuando una familia vive la generosidad propia del amor cristiano, la Navidad  no es una historia a tener en cuenta, ni una mera evocación, sino algo encantador que acontece. ¿Santa Navidad!

Cuando Juan pasó por la cuadrilla del barrio, el subjefe, bajito y barrigudo, como la función exige, le presentó a Manuel, un rapaz de cinco años.

Su historia era breve, como breves son siempre las desgracias. Huérfano de madre, vivía con el padre, conocido traficante de drogas que, sorprendido en flagrante delito, es conducido, por orden del juez, al calabozo, dejando solo a aquel único hijo, que tampoco tenía parientes próximos que lo pudiesen recoger. Era ya la antevíspera de Navidad y, como después se metía el fin d semana, no tenía tiempo para, antes de las fiestas, pedir a la seguridad social que se hiciese cargo del destino del menor.

Juan, padre de numerosa y ruidosa prole, tuvo entonces una feliz idea:
- Pues mire, subjefe, si quiere, yo llevo al pequeño para casa, porque, donde están diez, también caben once y luego se verá para donde va el rapaz. Así, por lo menos pasa estos días en familia, mientras se encuentra mejor solución.

Al agente de la autoridad la ocurrencia le pareció buena, sobre todo porque así se libraba de aquel embrollo. Por otro lado, siendo Juan un buen médico y excelente padre, Manuel no podría quedar en mejores manos.

Dicho y hecho. Era ya hora de comer y Juan contactó por  teléfono móvil con su mujer, par avisarle de la demora y del nuevo comensal. Juan llegó a casa, presentó a Manuel a Luisa y a los hijos:
- Este es Manuel y va a quedarse con nosotros unos días. ¡Es como si fuese un presente de Navidad para toda la familia! Como sólo tiene un año o menos que Miguel, el más joven de la casa, se queda en su cuarto.

El benjamín quedó encantado con la responsabilidad de acoger a Manuel y hacerse cargo de que se sentase a su lado, en la amplia mesa del comedor. Para Manuel toda aquella algazara era algo insólito, pues ni siquiera conocía los nombres de ellos. Pero como todos lo trataban con tanta naturalidad, parecía que se conocían d siempre.

Fue preciso improvisar una cama, lo que se consiguió armando un divan que estaba en el sótano, y conseguir un pijama y un cepillo de dientes para Manuel, que no traía nada con él. Para vestirlo al día siguiente, Luis fue a buscar algunas ropas antiguas de Miguel, que ya no le servían y que tenía guardadas para dar en la parroquia.

Los días fueron pasan do y Miguel continuaba siendo su mejor a migo, con quien compartía el cuarto, la ropa y los juguetes. La integración de Manuel era tan perfecta que era difícil distinguirlo de los hijos: todos convivían en absoluta igualdad.

Por decirlo así, era más que perfecta, o demasiado perfecta, porque parecía irreversible, tal apego entre una parte y otra parte. Por eso, Juan aprovechó una salida de Luisa con Manuel, para reunirse con los hijos, a quienes explicó la situación.

Después de recordar que lo trajo para casa porque su padre había sido detenido y después se había evadido, advirtió que era probable que Manuel tuviese que ir  a alguna institución, o fuese entregado a algún familiar. Terminada la exposición, sólo Miguel hizo una observación, con rabia mal contenida:
        ¡Su padre –dice- es peor que el padre de él!

Dicho esto, salió por la puerta, con cara de pocos amigos. Los otros hijos sonreían con la actitud del más joven, que había tenido encoraje de decir, alto y claro, lo que todos, de algún modo, intuían. Ninguno se quejó de que ya eran muchos, que el espacio fuera escaso y solucionada la economía familiar. Manuel era de la familia, y punto y a parte.

Esta historia verídica, con más de diez años ya, transcrita aquí con nombres y circunstancias ficticias, tuvo un final feliz: Manuel fue adoptado por aquellos padres, que ya lo tenían como suyo, y por los hijos de ellos, que ya eran, de hecho, sus hermanos.

Cuando una familia vive la generosidad que es propia del amor cristiano, la Navidad no es una historia que se cuenta, ni una mera evocación, sino algo encantador que acontece. Santa Navidad!


Orgullo, el otro lado de la ignorancia




                                                          Ilustração de Carlos Ribeiro

El orgullo, la vanidad y la soberbia andan casi siempre juntos. ¡Son los aliados superiores de la ignorancia! El orgullo se coloca a sí mismo sobre la realidad. ¡Pero, no sólo se cree superior a los otros, además pretende que ellos compartan esa misma opinión, o sea, que todos piensen que él es el mejor! Más aún, por creerse tan superior, considera que puede tratar a los otros como suyos.

¡El orgulloso es una realidad hecha fantasía… de sí mismo!¡No se conoce! Es un ignorante de sí mismo, lo cual es la peor ignorancia.

El orgullo ve la humildad como una humillación.

La vanidad se sirve muchas veces de la caridad, de la generosidad y de la bondad. Las daña. Porque las hace agotarse en sí mismas, en la medida en que los destinatarios de las buenas acciones son meros medios y no fines. No se procura el bien del otro, sino servirse de él para conseguir algo para sí mismo. Egoísmo simple, con una vuelta más. ¡Pero, claro, ellos mismos, nunca se dan cuenta de esto!

En realidad, no hay personas altivas y personas humildes. Todos somos arrogantes. Los humildes son los que saben que lo son y quieren dejar de serlo, mientras los arrogantes ¡¡¡son los que se tienen por humildes y por eso no hacen nada!!!

La raíz de todos los vicios, el orgullo, es una maldad tremenda en la medida en que impide a quien le da vida contemplar la belleza y la bondad del mundo y de los otros. El orgulloso se cree tanto único como sublime… el mundo de los otros le es indiferente y, por eso, los desprecia.

La vanidad se enraíza en la idea de que la apariencia es lo más importante. Se deja vivir en el pensamiento de los otos, como una entidad divina.

El hambre de aplausos lleva a mucha gente a esconder (incluso ante sí mismo) su autenticidad, remiten a una oscuridad inquietante la verdad sobre sí. Cuando buscan el agrado a toda costa, se mienten incluso a sí mismos. Construyen torres altas, y viven allí, en lo alto, encima de todo, solos con su egoísmo. A veces caen desde  la cima… y se hacen daño. Mucho.

Cuidado. Los orgullosos heridos son peligrosos. La persona se vuelve casi insoportable, lleva consigo mil resentimientos, todos (d)escritos en el libro de los odios y de los rencores, y, a veces, explota en manifestaciones de la más refinada y fría venganza. En fin, la más triste de las amarguras.

La soberbia es siempre triste y desasosegante, una ansiedad en relación a lo que los otros sienten, piensan e imaginan, lo que dicen y lo que pueden decir sobre nosotros…

Todos tenemos un origen humilde y más vale ser estimado por aquello que se es, que ser admirado por lo que parece…

Está también la falsa humildad, que es la de quien se finge menos de lo que es para así disculparse para no cumplir con su deber. La verdadera humildad es audaz y no encogida, es generosa y no cobarde. Los humildes no son los tímidos, sino los artífices de las grandes obras, precisamente porque saben poca cosa y, por eso, son capaces de aprender y de arriesgar, sin recelo de la opinión ajena o del fracaso.

Quien cree bastarse a sí mismo no admira  ni estima nada más allá de eso, no cree si quiera necesario crear o permitir que nazca en sí nada nuevo y mejor… ¡al final, se considera igualmente perfecto!


Es esencial estar atento a lo que nos rodea. ¡El mundo está lleno de alegría, belleza y bondad! ¡Es necesario vaciarnos de nosotros mismos, dar lo que tenemos y somos, abrirnos al mundo, a los otros y a lo mejor, así, nace en nosotros! 

domingo, 14 de diciembre de 2014

El Papa, el Big Bang y los biznietos de Comte




Cuando una teoría científica contradice una verdad de fe católica, una de las dos: o no es una verdad científica, o no es una verdadera fe*.

Hay mucha buena gente que aún piensa como Augusto Comte, de quien tal vez no sean hijos espirituales, pero sí nietos, o biznietos. Persiste en ellos la ingenua creencia de que la religión no es más que un refugio de la ignorancia y que, por lo tanto, a media que fuese avanzando el conocimiento científico,  las creencias irían desapareciendo.  Para concluir que así es, les gusta referir que el Big Bang, según los descendientes ideológicos del padre del positivismo, sustituye, definitivamente, a la noción de Dios creador.

Con todo, tal vez respondiendo a los devotos del positivismo, el Papa, en su reciente discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, afirmó que “el Big Bang, que actualmente creemos que explica el origen del mundo, no contradice la intervención del divino creador sino, al contrario, la exige”. Aprovechando la ocasión, Francisco criticó la actitud de los que, interpretando erróneamente el Génesis, presentan a Dios “actuando como un hechicero, con una varita mágica capaz de crear todas las cosas”. También afirmó que la creación del mundo” no es obra del caos, sino que deriva de un principio supremo”, porque Dios “crea por amor”.

Piensan algunos que hay una buena dosis de hipocresía en volte-face del discurso eclesial. Suponiendo que, durante siglos, la iglesia enseñó lo contrario de lo que la ciencia afirma, sólo muy reticentemente habría adoptado después la nueva explicación científica,  para no perder definitivamente, el tren del saber y del progreso. Para estos críticos, las declaraciones del Papa Francisco reflejarían un oportunismo, si fueran proferidas para evitar un nuevo caso Galileo, y no por un genuino reconocimiento del valor de la ciencia y de sus conclusiones.

Viene a propósito mencionar a Galileo Galilei, que muchos creen mártir de la ciencia por culpa de la Inquisición, pero que murió de muerte natural, católico y a bien con su fe. Como explica el Prof. Henrique Leitão, la famosa polémica que lo enfrentó a otros creyentes no fue un contencioso entre la Iglesia y la ciencia, sino  una cuestión científica entre fieles: mientras unos defendían, con razón, la insuficiencia científica de los argumentos de Galileo, este trataba de suplir esa carencia con los textos sagrados. Además, ya antes de él, Copérnico, que no sólo era católico sino también padre, admitiría, sin problemas con la fe o con la Iglesia, la hipótesis del heliocentrismo. Pero a ningún creyente se permite la instrumentalización de la Escritura: Las tesis científicas deben ser probadas racionalmente y no a través de la Biblia, que no es, ni pretende ser, ninguna explicación científica del universo. El Papa dice que el mundo” no es obra del caos, sino que deriva de un principio supremo”: a la ciencia compete probar la existencia de las leyes que rigen el universo; pero sólo la fe puede afirmar que, como dice Francisco, Dios “crea por amor”.

Nunca la Iglesia, como tal o en la voz autorizada de su máximo representante, dice ser verdadero algo contrario a la ciencia, como nada de lo que es verdaderamente científico se opone a la verdad revelada. Cuando una teoría científica contradice una verdad de la fe católica, de las dos una: o no es una verdad científica, o no es un dogma de fe. La verdad es sólo una y, aunque admita varios niveles de abstracción, no puede haber ni habrá, ninguna contradicción entre la verdad científica y la verdad revelada.

Viene a propósito recordar que la teoría del Big Bang, que los ateos y agnósticos gustan de utilizar en sus diatribas anticlericales, tiene un padre y una madre. El padre es nada más y nada menos que Georges Henri Édouard Lemaître (1894-1966), padre católico, astrónomo y físico belga, que propuso la “hipótesis del átomo primordial”, que después fue divulgada como teoría del origen del universo del Big Bang. La madre es la Iglesia católica, tal vez la única institución mundial que se puede enorgullecer de haber dado a luz un número tan grande de científicos.


*Para o Prof. Henrique de Sousa Leitão, com amizade e admiração.

sábado, 13 de diciembre de 2014

La rabia es señal de debilidad




                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

La furia es una locura pasajera. Un deseo ciego e implacable de venganza que provoca, muchas veces, un mal mucho peor que la insignificancia que lo originó.

El que se deja llevar por apetito y deseo de violencia, creyendo encontrar en la agresión una buena respuesta, en poco tiempo pierde el control de sí mismo, da rienda suelta a los impulsos, ya no es capaz de dominarse, y, por lo tanto, sólo parará demasiado tarde.

Casi siempre el motivo de ira es una sensación de injusticia que busca una inmediata compensación, buscando equilibrar un desequilibrio  con algo aun más desequilibrado.

Del mismo modo que la lucha, la rabia es un reflejo emocional que se puede volver permanente… Así, si hay luchas que no acaban, también hay personas que andan siempre enojadas. Aún sin grandes motivos para la cólera, parece que no se dan nunca a sí mismas la alegría de andar en paz. Utilizan los tiempos que serían de descanso para pasar revista a los peores momentos e imaginar estrategias para castigar a todos y todo. Estas personas sólo pueden estar alegres en la hipótesis de que aplicaran con éxito todas las penas que imaginan… pero, en verdad, de esta forma sólo consiguen que la ira se apodere de ellas y así van perdiendo lo que son, llegando al punto de no recocerse ya sin esta rabia profunda que les mata el corazón.

Son siempre los más débiles los que encuentran en la violencia un medio de hacer valer lo que creen ser sus valores.

Hay gente que pisa a los otros sólo para ser superior a ellos. En verdad, se hace aún peor. Porque si ya era bajo, ahora se nota más. La verdadera nobleza de alguien no es vencer a los más fuertes, sino levantar y cuidar de los más débiles.

Vivimos en un mundo con muchas razones para irritarnos… pero  andar airados es una pérdida de tiempo. La vida es demasiado corta para ser vivida en estado de pánico. Porque, además, al contrario de otras emociones, la ira contribuye de manera mucho más efectiva al malestar de los que rodean a quien se somete a ella.

La respuesta a una injusticia, debe ser siempre una forma de prudencia. Corregir a alguien no implica necesariamente de la rabia. Nunca se debe dar respuesta al mal que se hizo en el pasado, sino crear una forma de perfeccionar y mejorar el futuro. No puede ser nunca para el mal de la persona, pero, sí, para el bien. De todos.

Cuando a pesar de todo no conseguimos equilibrar nuestras emociones, es importante que, por lo menos, consigamos mantener la lucidez de garantizar que nos acordamos de todo y de cada pequeña cosa   que hicimos a fin de, más tarde, con toda la calma, sinceridad y arrepentimiento, pedirnos las debidas disculpas, con el compromiso de que el futuro va a ser la promesa del pasado…

Cuando admitimos nuestros errores con sinceridad y comprendemos sus mecanismos, disminuimos la posibilidad de repetirlos.

¿Por qué razón alguien escoge vivir con odio en vez de vivir la alegría?

La ira es una debilidad. Los que pretenden hacerse pasar por fuertes… son siempre débiles.

No siempre es la aspereza del mundo lo que nos hiere, a veces somos nosotros mismos los que estamos demasiado sensibles. Es esencial que nos fortalezcamos a fin de no irritarnos por insignificancias, pues, a veces, la furia, ella sí, causa grandes desastres. Es como un abismo que llama a otro abismo, muchas veces lo que comenzó con una irritación sin importancia acaba en una verdadera tragedia.

Es preciso cultivar la dureza interior, pues los gusanos nacen en las tierras flojas.

La mayor parte de las veces lo que nos enfurece ni siquiera nos provoca mal alguno. Es, sólo, algo que aborrecemos… sólo porque no es como esperábamos. Siendo que, igual en los casos en que se produce un daño, la rabia de la respuesta perdura, casi siempre, mucho más que él!

Tenemos que convencernos de que las cosas no acontecen siempre como nosotros las deseamos y… más importante aún, ¡que eso no es ninguna injusticia!


¡Claro, todos tenemos derecho a una insania una o dos veces por año, pero no una vez por semana!

sábado, 6 de diciembre de 2014

Operación “manos limpias”

         
https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=4509351081516716624#editor/target=post;postID=2342993253679140963


Los portugueses saben lavar dinero pero…¿saben lavar las manos?

Ahora sí, es en serio. Y es oficial. Finalmente, al completo, el código de la operación “manos limpias”. No, no se trata de ninguna metáfora de las que los celosos agentes policiales,  inspirados por aquellos toques de inspiración con que las musas los favorecen, usan en las campañas de prevención vial, tipo ‘Trenó em segurança’, en el tiempo de navidad, o ‘Não aos ovos chocados’, en la Pascua.

¡¿De qué se trata entonces?!Nada más, y nada menos, de “Cómo lavar las manos”!”: diez mandamientos, que en este caso son once, o si no doce, de la “Divisão de Saúde no Ciclo de Vida e em Ambientes Específicos (sic), da Direcção dos Serviços de Promoção e Protecção da Saúde, da Direcção-Geral da Saúde. Los recientes escándalos político financieros probaron que los portugueses saben lavar dinero, pero… ¿saben lavar las manos?

Antes de las disposiciones normativas, una advertencia previa: “lave las manos cuando estuvieran visiblemente sucias”. Se supone, por tanto que las que no se ven están dispensados de esta práctica sanitaria, así como los incapaces de una depurada visión de la mugre manual. A estos se les permite sólo que usen una “solución antiséptica a base de alcohol”. Nada mejor que una copa, para ahogar la herida de la exclusión. Mas una sabia advertencia preliminar: “El lavado correcto de las manos debe durar más de veinte segundos”, por lo que se supone que una ablución menor prefigura un ilícito criminal, susceptible de sanción, a determinar por la autoridad sanitaria competente.

El mandamiento cero es igualmente un cero a la izquierda: “Moje las manos con agua”. La claridad de la recomendación dispensa de más comentarios, excepto en regiones determinadas.

El primer principio exige que se “Aplique jabón para cubrir toda la superficie de las manos”. Después, “frote las palmas de las manos, una con la otra” (2º). ¿Cómo? “Palma de la mano derecha en el dorso de la izquierda, con los dedos entrelazados y viceversa” (3º). ¿No entendió? No se preocupe, que el Ministerio
explica: “Palma con palma con los dedos entrelazados” (4º). Y todavía: “Parte detrás de los dedos en las palmas opuestas con los dedos entrelazados” (5º). Esta insistencia en el entrelazamiento de las falanges, falanginas y falangetas tiene algo de romántico y puede significar un momento de gran tensión morosa, como es obvio.

El sexto y séptimo mandamiento exige, por lo menos, un master en antropología termodinámica, dada la complejidad de la ejecución prescrita: “frote el pulgar izquierdo en el sentido rotativo, entrelazado en la palma derecha y viceversa” (6). Y después, “frote rotativamente hacia atrás y hacia adelante los dedos de la mano derecha en la palma de la mano izquierda y viceversa” (7º). Después de realizar estos dos movimientos, haga una pausa para recuperar el equilibrio emocional.

Sigue un principio más básico, que cuenta con el apoyo de la liga antialcohólica: «Enxagúe as mãos com água» (“Enjuague las manos con agua”) (8º). Puede ser que el tribunal constitucional, en su docta jurisprudencia, admita enjuagar con vino, o cerveza, pero como aún no lastimó este precepto de inconstitucionalidad ortográfica, por excusada redundancia, enjuague igualmente con agua.

“Seque las manos con toalla desechable” (9º). Atención: ni toallón, ni toalla, ni toallita; sólo es admisible una toalhete. Desechable, porque sólo “só o não é a Divisão de Saúde no Ciclo de Vida e em Ambientes Específicos”.

Décimo mandamiento: “Utilice la toalhete para cerrar el grifo, si fuera de acción manual”. Cuidado: antes de interrumpir voluntariamente el chorro, debe verificar si el lavado ha alcanzado el tiempo mínimo permitido. El uso de la toalhete para cerrar el grifo es inédito en la rica tradición de la higiene nacional que, desde los gloriosos tiempos del “¡Agua va!”, jamás conoció tal refinamiento, de dudoso gusto. Como es lógico, si el grifo fuera de acción pedestre, debe cerrarlo con un gracioso puntapié; si fuere de uso no especificado, cierre con un mordisco, un puñetazo o un cabezazo, sin olvidar la imprescindible toalet.

Último mandamiento (11º en este orden, pero 12º si se contabiliza también el cero): “Ahora sus manos están limpias y seguras”. ¡Bravo! Ha consiguido: no gana ningún Audi, pero está ahora, oficialmente, con las “manos limpias” y, como tal, después de estar debidamente acreditado por el Ministerio de Salud, puede presentarse en el DIAP, en la Procuraduría General de la República, en la Policía Judicial, etc.

Más aún: “¿sus manos están ahora seguras!” Para no alarmar innecesariamente, el Ministerio no le dice nada, pero la verdad es que, antes de la operación “manos limpias”, las suyas estaban inseguras y podría no conseguir dominarlas si, dado su estado inestable, se le escapasen para el bolso del vecino, para una cartera ajena, para un saco azul o para un cofre del Estado. Gracias a la “operación manos limpias”, están ahora, felizmente “¿seguras!”


Para nuestra salvación Moisés nos dio el decálogo pero, para lavar las manos, el Ministerio de Salud nos dio doce mandamientos. Bien podían ser de Poncio Pilatos, el gobernador romano, tristemente célebre por haberse lavado las manos …mientras ensuciaba su conciencia con el peor crimen de la humanidad. Y así anda desconcertado este mundo. Se descuida lo que más importa, y se cuida mucho lo que importa poco.

La locura de la paciencia




                                                      Ilustração de Carlos Ribeiro

En los sueños casi nunca se espera. En el mundo irreal, los deseos y las voluntades se concretan de forma casi inmediata. En la vida real, el día a día, la paciencia es esencial a quien pretende alcanzar algún bien. Tenemos que tener el coraje de la esperanza, contra el cual pueden siempre poco las maldades de este mundo y de los otros, así como las angustias y la desesperanza de nuestro corazón.

Esperar es una especie de oración. Una creencia que se extiende en el tiempo y se renueva, a veces sin darnos cuenta. Una construcción gota a gota. Lo que es bueno… se conquista.

Hay un tiempo para todo y para cada cosa. Para lanzar la simiente, después para esperar, y a continuación para recoger. Después, esperar un poco más y sembrar. Esperar. Recoger. Esperar. Sembrar…

La impaciencia hace imposible la construcción de algo que permanezca más allá de los sueños del momento. Sólo la esperanza, cuando se alía con la paciencia, construye lo que permanece.

Nuestra existencia exige una fe paciente más que fuerza bruta o apasionada

La esperanza es la esencia de los héroes. Es la fe que nos mantiene orientados, sabiendo siempre donde nace el sol, portador de la luz que pone fin a la noche y nos despierta. El naciente.

Es ese rumbo que determina el significado de nuestra vida y el valor de cada uno de nosotros. Lo que somos depende de aquello por lo que, en los días y noches de nuestra existencia, decidimos luchar.

Pero la paciencia, cuando es puesta a prueba, disminuye. Es pues esencial que sepamos reconstruirla después de cada combate. Que tendremos esperanza por nosotros mismos es un excelente principio de la felicidad.

Algunas veces se confunde esperar con no hacer nada. Pero quien espera ya está realizando, porque no tiene tiempo, la promesa de su esperanza se cumple en la eternidad.

Muchos son los que desisten de sí mismos a la primera contrariedad, a la segunda noche o en el medio de un desierto cualquiera de la vida. Tener esperanza es, muchas veces, una locura. Implica hacer frente a las evidencias aparentes más allá de todos los sufrimientos reales.

En la vida hay primaveras e inviernos, otoños y veranos. Todo pasa… Sólo el amor y la verdad se renuevan. A ningún hombre le es posible dominar el tiempo y conducirlo como en los sueños. Somos cogidos por sorpresa, a veces sin darnos cuenta, hasta que aprendemos que nuestra vida depende mucho más de lo que hacemos nacer en nosotros que de aquello que creemos merecer.

¡Hay quien tiene miedo de tener esperanza y hay también quien tiene miedo de no tenerla!

La paciencia, mucho más que la fuerza, es la esencia de las grandes obras… y la vida de cada uno de nosotros es una opera prima. La única. Que debe ser trabajada, mantenida y perfeccionada hasta el último instante.

Hay quien no sabe sufrir. Hay hasta quien prefiere morir a tener que enfrentarse de forma paciente a los dolores de una larga agonía cualquiera… Las amarguras de la vida son parte de ella. La alegría es sólo la mitad de la felicidad. Además porque, en verdad, nuestra vida es mucho más de lo que parece…

¡No importa cuanto tiempo vivimos. Lo importante es la amplitud de la existencia, a qué profundidad y altura decidimos vivir, con que largura y anchura construimos nuestro mundo!

La paciencia y la esperanza, más que esperar que algo acontezca en el mundo, transforman el interior de quien las tiene, preparándolo para lo que ha de ser. Para lo que, en el fondo, ya es. Así sabrá mantenerse firme en la certeza del futuro que espera y por el cual está dispuesto a sufrir. Al final, ningún flagelo es mayor que la esperanza de la paciencia más profunda!

Nada en esta vida es estable. Un breve instante es tiempo suficiente para que lo imposible se haga real. Para el bien y para el mal.


El amor lo espera todo. Incluso con poco se vive bien, cuando se espera lo infinito.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El mayor amor y las cosas que se aman



(Me daba miedo ponerme a traducir un texto de  Pessoa. Sin embargo, al leer una y otra cita, me he ido acostumbrando,  y hoy, me ha impresionado tanto su amor infinito, al mundo, a la patria y al otro, que no he resistido la tentación publicarlo en el blog, para quien quiera leerlo ).

Fernando Pessoa, 'Inéditos'

Ojalá pudiera desprenderme, sin excitaciones ni ansiedades, de este mandato subjetivo cuya ejecución, por demorada o imperfecta me tortura, y dormir descansadamente, fuese donde fuese, plátano o cedro lo que me cubriese, llevando en el alma como una parcela del mundo, entre una saudade y una aspiración, la conciencia de un deber cumplido.

Pero día a día lo que veo en torno mío me apunta nuevos deberes, nuevas responsabilidades a mi inteligencia para con mi sentido moral. Hora a hora, mientras escribo,  la sátira surge colérica en mí. Hora a hora la expresión me falla. Hora a hora la voluntad flaquea.  Hora a hora siento avanzar sobre mí el tiempo. Hora a hora me reconozco, manos inútiles y mirar amargado, llevando para la tierra fría un alma que no supe contar, un corazón ya podrido, muerto ya y en el estancamiento de la aspiración indefinida, inutilizada.

No lloro. ¿Cómo llorar? Yo desearía poder desear trabajar, trabajar febrilmente para que esta patria que vosotros no conocéis fuese grande como el sentimiento que yo siento cuando en ella pienso. Nada hago. Ni a mí mismo oso decir: amo la patria, amo la humanidad. Parece un cinismo supremo. Tengo  pudor para conmigo mismo en decirlo. Sólo aquí lo registro sobre el papel, aún así tímidamente, para que en alguna parte quede escrito. Sí, quede aquí escrito que amo a la patria honda, (…) doloridamente.

Sea dicho así, brevemente, para que permanezca escrito. Nada más.

No hablemos más. Las cosas que se aman, los sentimientos que se acarician se guardan con la llave de aquello que llamamos ”pudor” en el cofre del corazón. 
La elocuencia los profana. El arte, revelándolos, los vuelve pequeños y viles. La propia mirada no los debe revelar.

Ciertamente sabéis que el mayor amor no es aquel que la palabra suave puramente expresa. Ni es aquel que la vista dice, ni aquel que la mano comunica tocando levemente la otra mano. Es aquel que cuando dos seres están juntos, ni mirándose ni tocándose los envuelve como una  nube, (…)  
Ese amor no se debe decir ni revelar. No se puede hablar de él.

“la verdad os hará libres”


 Lo que más aprecio en este mundo es mi familia, aunque, en realidad, desde hace algunos años, sea más bien  un recuerdo entrañabilísimo, añorado. Los hermanos nos hemos ido distanciando desde la desaparición de los padres, especialmente la de mi madre, que sobrevivió a mi padre muchos años. La presencia de los padres, impide el distanciamiento real, porque al menos una vez al año se les va a visitar, o se les llama por teléfono una vez por semana.

A mi padre lo admiro todavía, y cada día más, su nobleza, su generosidad, recordada por muchos en el pueblo, sin distinciones. A mi madre la admiro de la misma manera, su entereza, su saber estar, su entrega, el amor que ponía en todo cuanto hacía, su sonrisa permanente, su fidelidad (aún recuerdo aquella mañana de verano, en que yo empecé a trabajar como un hombre, en las labores de la recolección, ¡me había preparado dos huevos con pimientos fritos para almorzar!...). A penas salía de casa, sólo para ir a misa, diaria mientras pudo. Los disgustos que le dimos los hijos no la marcaron, ella mantuvo siempre su carácter, acogedor, sencillo, noble… hasta que murió, o se apagó más bien, poco a poco, para darle tiempo a despedirse de los hijos ausentes. ¡Cómo nos leía los cuentos! Mi padre murió demasiado pronto, le falló el corazón, a pesar de tenerlo enorme, o quizá por eso mismo.

Como he dicho, los hermanos vivimos ahora más o menos distanciados, según les vaya la vida,  si bien la mayor distancia es  la física, y por pereza; los más pequeños y cercanos entre nosotros, vivimos en las antípodas y el resto en el medio. Es uno de tantos casos de familias cuyos miembros  tienen que buscar trabajo fuera del pueblo y emigrar a la ciudad. Hemos hablado alguna vez, los tres pequeños,  de lo dura que fue  aquella separación y la adaptación a la vida laboral y urbana; aunque a mí, gracias a Dios, no me fue tan mal ya que decidí ir a un colegio de frailes para huir de un  maestro gigantesco y brutal,  que me tenía aterrorizado. Algo de vocación sí tenía, y a mi madre eso le gustaba.

Esta larga introducción viene a raíz de una confesión que me hizo una amiga, trabajadora social.  Me lo decía con mucha cautela, para no herir mis sentimientos… Acababa de atender durante un largo rato, a una persona abrumada por un problema familiar, o mejor, por la relación con su mujer. Me decía: “me acordé de ti”, “me daba la impresión de que este hombre tenía el corazón roto”, “¿¡cómo puede haber mujeres así!?...

Muchas veces he hablado de las leyes tan injustas que pretenden regular las separaciones y divorcios, metiendo las narices en la vida más privada de las personas. Estas leyes parten de un principio radicalmente injusto: La discriminación positiva. Yo soy el primero que defiende a la mujer, y la maternidad, y la familia natural por encima de todo. Pero ante la justicia todos somos exactamente iguales, tanto si es hombre como si es mujer, o viceversa (y he alterado el orden poniendo primero el género masculino, aunque en la vida real sigo cediendo el asiento a una mujer).

Es absolutamente insensato que una mujer pueda aprovecharse de una ley para abusar de un hombre. Es una injusticia consentida y amparada. Es triste, es vergonzoso, humillante, para un hombre, ser acusado de no sé cuantas cosas, agrupadas en “malos tratos”, tener que pasar pensiones insoportables, y si además pierde el trabajo, pues puede verse en la calle, privado de cuantas comodidades disfrutaba en su casa. Lo pierde todo. Ya la separación de mutuo acuerdo, por la incompatibilidad de caracteres, es poca cosa, no es rentable…

Estas situaciones incluso pueden producir en los demás desprecio o burla, generalmente muchos se encogen de hombros, incluso los abogados, ellos se limitan a defender a la mujer como cliente, y si pueden sacar más, mejor. Parece además, que todos los separados son potencialmente violentos y culpables de malos tratos. Como los casos con violencia (y dejemos de una vez de apellidarla “doméstica”, porque parece un asunto menor, y no lo es, es igual que cualquier otro crimen, con sus circunstancias y protagonistas) son los más sonados, todo el mundo generaliza: “es que son…”

Si se publicara una estadística completa de los matrimonios rotos, con violencia física y sin ella,  quizá nos diéramos cuenta de la enormidad del fracaso social. Quizá nos pusiéramos a corregir la tendencia, porque hubiéramos asumido nuestra propia responsabilidad. No es culpable sólo el estado,  la crisis, los políticos, son culpables todos los que han aceptado sin la menor reflexión esas ideas de libertad caprichosa, creyendo que iban a ser más felices. Lo que han conseguido es ser más egoístas. Y es ese egoísmo lo que los hace tan exigentes e injustos, pretendiendo que el otro/a  les haga o permita ser felices, y si no lo consiguen  se lanzan desesperadamente a la satisfacción inmediata de sus deseos de felicidad, cayendo en múltiples adicciones; pero esta carrera los aleja de sus familias y amigos, provocando verdaderas tragedias familiares, tanto en el aspecto humano como económico y social. Nos convertimos en una carga insoportable para uno mismo  y para los demás.

Esta corrupción de las mentes y conductas era más tolerable mientras había riqueza, con la crisis quizá se produzca una catarsis, o una caída del caballo del progreso, progresista y desbocado, eternamente insatisfecho. Porque, cada uno “va a su rollo”, persiguiendo su fantasía, en una estampida que se dispersa en direcciones divergentes y opuestas. Es como si alguien hubiera arrojado sobre la sociedad una bomba de racimo,  o una atómica de esas que sólo destruiría a los seres vivos,  provocando múltiples ondas expansivas que la van destruyendo de manera selectiva, para que sólo sobreviva lo que interesa, la riqueza material y un gigantesco mecanismo egoísta, autoritario y esclavizador…  

El deterioro de la justicia comienza cuando los políticos eligen a los jueces, y se expande a todos los sectores sociales y a los individuos, cuando legislan para propagar o imponer sus ideologías, cuando utilizan la justicia para atacar la institución natural por excelencia, la familia, y transformar la sociedad desde arriba, dividiendo y enfrentando a las personas, creando batallas dialécticas absurdas e inconsistentes, pero que desgastan la convivencia. Si piensas así eres un machista,… y si de la otra manera, eres feminista, entonces eres o carca o progre, en todo caso ya somos enemigos a eliminar de nuestra vida, uno malo y otro bueno. O cuando  alterando conceptos, como el de género, sexo, matrimonio, familia, y creando una nueva generación de derechos, progres, impiden el desarrollo de una sociedad cohesionada y en paz.

Una vez, hace más de dos mil años, harto de nuestros fracasos, quizá, según nuestro criterio, pero en realidad compadecido, el Todopoderoso envió a su Hijo a salvar a la humanidad, con la entrega absoluta de su vida, sin exigencias, pero diciendo la verdad a todo el mundo y haciendo el bien del mismo modo, sin mirar la condición de la persona, sino cara a cara y al alma, implorándonos la conversión, y la realización de sus palabras sanadoras: “la verdad os hará libres”

sábado, 29 de noviembre de 2014

Vergüenza nacional



Los políticos deben tener competencia profesional pero, sobre todo, idoneidad moral. Portugal está estupefacto con el hecho de hallarse detenido el ex primer ministro y  esperar enjuiciamiento en un establecimiento carcelario. Es un caso judicial, que corresponde a las autoridades competentes resolver, pero con una innegable trascendencia histórica y moral.

No obstante de tratarse de la “Operação Marquês’, ni siquiera el de Pombal recibió un tratamiento tal cuando, por la muerte de D. José I, fue cesado y desterrado lejos de la corte.  En la atribulada historia de la República, rica en episodios rocambolescos –hubo un gobierno que, por estar presidido por un homónimo del romanticismo francés, pasó a la historia como los miserables de Victor Hugo…- no consta nada semejante a este episodio. Tanto más bizarro cuanto, aún hace poco, se proponía el nombre del anterior jefe del gobierno para la gran cruz de la Orden de cristo…

Los medios de comunicación social reaccionan al inédito acontecimiento con comprensible excitación. Primero, fueron las cámaras de televisión a registrar imágenes del vehículo que transportaba al ex primer ministro, de momento detenido, inmediatamente después de su llegada a París. Después, las pasajeras imágenes del sospechoso, al llegar y partir, en coche, del campus de la justicia. Por último, su perfil sombrío, entrevisto por las rendijas de una ventana de la alfacinhadomus iustitiae que, por ironía del destino, fue por él mismo inaugurada, cuando presidía el gobierno.

La noticia, insólitamente escandalosa, suscitó comentarios de todo tipo: desde los que lamentaban el espectáculo montado a costa del caso, hasta los profetas de última hora, que ahora dicen que desde siempre imaginaron este infausto despropósito. Muchas fueron las voces que se levantaron para condenar, pero también hubo quien salió en su defensa o, por lo menos, se compadeció de él.

Abundan los análisis forenses, políticos y sociológicos, pero poco se ha dicho del aspecto moral que es, al final, lo esencial. Por eso, la relevancia penal deriva del carácter éticamente probable de los actos supuestamente practicados. Puede alguien, aunque sea una excepción, incurrir en responsabilidad criminal sin culpa moral, especialmente por infringir, inconsciente e involuntariamente, normas vigentes. Con todo, la naturaleza de los hechos ahora apreciados y que, en sede propia, habrá que probar, indican una crasa inmoralidad.

En la literatura cristiana medieval, es recurrente la apelación a la formación moral del príncipe. Maquiavelo subvirtió la moralidad pública cuando la subordinó a razones de eficacia política. Algunos de los estadistas contemporáneos parecen responder a este perfil, sobre todo cuando, despreciando los valores morales, lo reducen todo a la lógica del poder. En nombre del laicismo, se desecharon los principios cristianos, pero estos límites, aunque entendidos como trabas confesionales al ejercicio del poder, eran, al final, la garantía que defendía a la sociedad de la corrupción y de la ambición de los aventureros sin escrúpulos.

El arte de la gobernación debe ser ejercido en pro del bien común y desempeñado por hombres buenos. Sólo quien, en su vida personal y social, prueba su idoneidad moral, debe obtener, por sufragio, la confianza del electorado. Como dice francisco Sá Carneiro, “la política sin riesgo es un aburrimiento y sin ética, una vergüenza”. Es excesivo el rigor puritano de los que, para destruir un posible candidato, son capaces de desenterrar una insignificante veleidad pueril, sucedida mucho tiempo atrás, pero se paga cara la temeridad de elegir, para cargos públicos de gran responsabilidad, a quien no da suficientes pruebas de sabiduría, prudencia y honestidad. No basta calibrar la competencia técnica de los políticos: hay que evaluar principalmente su carácter moral.


Este caso no es sólo un escándalo político, social o mediático. El perjudicialmente probada esta sospecha, será más grave que la deshonra de una persona, de un partido, de una ideología o un régimen. Igualmente los que son ajenos al régimen, la ideología o el partido y la persona en causa, no pueden dejar de sentir esta vergüenza como propia. Desgraciadamente, esta infamia es de todos nosotros, porque mancha en buen nombre de Portugal.

El egoísmo es miedo a amar


jornal i
29 de novembro de 2014
http://www.ionline.pt/iopiniao/egoismo-medo-amar


                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

El amor puede llegar a nuestro corazón viniendo desde el cielo… pero nunca sirve para nosotros mismos. Debemos hacerlo llegar  a quien necesita de él, amando con un único fin: la felicidad de aquella persona concreta.

Hay quien llama amor al impulso básico de la pasión fulminante, que en la atracción física posesiva, casi incontrolable, procura satisfacerse, consumirse y saciarse…

Hay también quien piensa que el amor es una alegría, que resulta de la unión de dos voluntades que procuran estar juntas y comparten momentos, esperanzas, dolores y sueños. Siendo que, aquí, según dicen, sólo hay amor si los dos deseos se encuentran en sintonía. El amor será entonces, para estas personas, algo que no existe completo en ninguno, que sólo existe cuando los dos deseos concurren al mismo fin. Será por tanto algo que resulta de un trueque, de una doble entrega de uno a otro, de tal modo que cuando una de las partes falla todo pierde sentido y valor.

Tal vez el verdadero amor sea algo diferente. No busca satisfacerse, ni persigue cualquier retorno. Es desinteresado, gratuito y se da sin condiciones. Sólo esta pureza es capaz de crear verdadera felicidad a quien lo recibe… y una, tal vez aún más profunda, a quien tiene el coraje de elegir, vivir y dar.

¡Se necesita mucho coraje para amar. Pero, después, el amor vence todos los miedos!

Los egoístas tienen miedo de amar. Creen que se bastan a sí mismos y que los otros son sólo sus instrumentos de placer. Exigen todo de los demás, abren sus puertas sólo para recibir. Pero nunca son felices, porque aunque les entreguen todo, eso será siempre poco… una breve sonrisa de pequeña satisfacción y luego se plantean una exigencia mayor. Pero quien no es capaz de dar, tampoco consigue recibir, desconocen así la felicidad de ser amados. Creen que ser fuerte no es levantar a otro, sino derribarlo… ni sueñan lo que es el amor.

Los egoístas son cobardes. Usan a las personas, huyen de los compromisos. Les asusta el peligro de amar. El ridículo y el fracaso, sospechan de mil maneras, sin que nunca se den cuenta de que alguien así es siempre víctima de sí mismo. Incapaces de comprender que sólo la vida que es vivida por los otros tiene sentido.  Que sólo por el amor se llega a la felicidad profunda y verdadera, aquel que lejos de los placeres del momento, se yergue más alto que el cielo.
El egoísmo es una especie de pasión que se va apoderando de la persona. Se desconfía de todo. Se teme el futuro. Se llora hasta, por la frustración del mundo y de los otros, y no comprenderán la necesidad enorme que se siente de ser levantado hasta la felicidad. Pero el egoísmo no hace nada sino esperar a que alguien generoso lo venga a servir.

Creen que guardando el amor que hay en su corazón para sí mismos, nada sufren y de todo gozan. Cuando, en verdad, así viven el mayor de los sufrimientos: una vida sin amor.

Nada viene por casualidad, nada sucede sin causa. Si existe amor en nosotros, es para que amemos de verdad… para que la felicidad que despertamos en los que amamos, trasborde y que, con ella, consigamos amar aún más.

Claro que nadie está obligado a hacer cosas imposibles. Pero, en verdad, ¿es que hay cosas imposibles? ¡El que ama, cree!

Todo los días morimos, nacemos y debemos amar.

El tiempo de nuestra vida es precioso, porque nada es más veloz que nuestros años. Después de la noche que a todos nos espera, ni las montañas, ni el mar permanecen… sólo el amor de que hubiéramos sido capaces.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Encuentro



Salí un momento a comprar una pila para el reloj, que lleva ya varios días parado, y no hace bien ver el reloj parado, cuando se les hace eterna la espera a los que tienen cita con la trabajadora social, deseosos de solucionar sus problemas, o simplemente desahogar su alma y escuchar palabras amigas que les permita ver con más claridad.

Pero el tiempo estaba de verdad detenido para M., a quien me encontré,… ¿casualmente? cuando volvía con las pilas. El tiempo seguía detenido en el reloj de la oficina (me esperaban impacientes como comprobé al regresar), mientras echaba a andar para M. Como ya nos conocíamos de meses atrás, no le costó demasiado aceptar un café y charlar. ¡Vaya si charlamos, hasta la infancia regresamos!

No deja de tener su misterio que haya que recurrir a la infancia para entender el presente. En aquellos días “felices”, a veces nos ocurren cosas terribles, sufrimos visiones espantosas, que nos sacuden y nos hacen perder la inocencia de golpe, la cual es tan necesaria para vivir la vida con normalidad, afrontando los problemas y desengaños progresivamente, cada uno a su debido tiempo y a edad adecuada para recibir el golpe.

Por eso crecemos, de alguna manera, unos más y otros menos,  con una visión deformada, velada o desconfiada de la vida. Por eso la vida supone, a la vez que un aprendizaje y una invitación, un ir desprendiéndose de aquello que la lastra, que hace que la veamos demasiado peligrosa, o rechazable incluso.

“Todo el mundo tiene derecho a ser feliz”, decimos con frecuencia, para quejarnos de lo mal que nos van las cosas, o para acusar a no sé cuantos de nuestras propias desgracias. Pero sólo se puede entender como un derecho si procuramos serlo de la manera adecuada, si lo que buscamos es la Felicidad, no la mía, en exclusiva, sin importar la de los demás.

La felicidad está ahí, al alcance de cualquiera, no es de nadie, uno se la encuentra y en seguida la comparte, porque es total, no es parcial; es de todos, nunca particular, ni se puede comprar, ni vender; como el aire es esencial para la vida, la felicidad lo es para una vida completa, inacabable.


Supone, por tanto, un cambio radical, si fuera verdadera, porque ya nadie me la puede quitar, la he vivido, sé como se llega hasta ella, y nadie, por más que se empeñe, conseguirá hacerme un desgraciado.

domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Una nueva revolución industrial?


P. Gonçalo Portocarrero de Almada

Consideraciones a cerca de la “más antigua profesión del mundo”

Cuenta la leyenda, pero no la Biblia, que un viejo día Adán, aún en el paraíso, llegó tarde a casa. Eva, creada por Dios de una costilla marital, quiso saber las razones de la demora, pero Adán no supo justificar de forma convincente su retraso que, por así decir, no se debía a ningún motivo especial. Como Eva no quedase satisfecha con las explicaciones conyugales, después que el marido se hubo dormido, se puso a contar las costillas. Si faltase más de una, sería dría por supuesto la existencia en el Edén de más de una criatura femenina, posiblemente de mala vida!

Habrá quien diga que la profesión de la hipotética competidora de Eva es la más antigua del mundo. Pero no es verdad, porque el oficio más antiguo es el de Adán, que fue guarda forestal, o jardinero, en la medida en que fue encargado de guardar y cultivar el jardín del paraíso. La segunda profesión más antigua tampoco fue la de los rumores infamantes, porque Eva, creada después de Adán, fue doméstica. Las siguientes son la de pastor y de cazador, que sus hijos Abel y Caín ejercieron respectivamente.

Además, no sólo no es la más antigua, como tampoco es profesión alguna. Por muy hábiles  que sean en sus actuaciones, un estafador o un homicida no son, en sentido propio, profesionales. El acto de comerciar con el propio cuerpo tampoco tiene, ni puede tener, la dignidad de una profesión, precisamente por el carácter degradante de esa acción. Ningún derecho civilizado puede admitir tal comercio, ni reconocer, a quien lo ejerce, cualquier estatuto laboral. Tampoco debe haber cualquier protección  legal para quien tiene la indignidad de recurrir a él o, peor aún, para quien criminosamente se dedica su explotación.

Con todo, habrá quien hable de “quien trabaja en la industria del sexo” (PÚBLICO, 18-8-2014)! Así, como si se tratase de una “industria” cualquiera. O sea, ¡hay  quien trabaja en las industria del calzado, quien trabaja en la industria textil, quien trabaja en la industria de la restauración, quien trabaja en la industria cinematográfica y … quien trabaja en la industria del sexo! Quien ahí “trabaja” estaría, por tanto, equiparado, a efectos sociales y laborales, a los “colegas” que prestan servicio en las otras industrias. Siendo una “industria” como otra cualquiera, no sería ofensiva la posibilidad de que alguien ejerciera como funcionario, o tuviera una tal madre, y hasta sería honroso ser un industrial, o empresario, del ramo. Por este camino, poco faltaría para que se crease una orden profesional de la falsamente dicha más antigua profesión del mundo …

El discurso de quien reivindica derechos para estas “trabajadoras” es una falacia, porque tal exigencia, aunque finja una laudable preocupación social, esconde una inadmisible complicidad con la infamante realidad en que son obligadas a vivir esas mujeres. El problema de la esclavitud no se resuelve con su aceptación social, ni otorgándole algunos derechos sociales a los seres humanos que son privados de su libertad, sino con la erradicación  total de esa infrahumana condición y la persecución de todos los que, de ese modo, atentan contra la dignidad humana. El drama de la prostitución no tiene, tampoco, otra posible solución.

Si no es aceptable que los medios de comunicación social colaboren en el blanqueamiento de la explotación sexual, aunque sea bajo apariencia de una mera investigación antropológica, tampoco es comprensible que los agentes políticos toleren esta realidad social. De hecho, parece que las entidades oficiales poco hacen para ayudar a estas mujeres, o para castigar a los “empresarios” de esta tan rentable industria, cuyo “material”, al contrario de la droga, es siempre reutilizable.

Las instituciones de la Iglesia católica son, prácticamente, las únicas que, en el terreno, prestan un servicio efectivo a las víctimas de esta llaga social.

No es posible hacer de la tierra el paraíso que fue pero, como a Adán, también a nosotros nos ha sido dada la misión de guardar y cultivar este jardín. Importa preservar la naturaleza pero, más importante es la defensa de la ecología humana: cualquier ser humano debe ser respetado en su libertad y dignidad personal. Porque todas las personas son, sin excepción, imagen y semejanza del Creador.



sábado, 22 de noviembre de 2014

Discusiones eclesiales



En la Iglesia se discute hace dos mil años, pero el Papa garantiza su fidelidad a Dios.

Discuten las comadres y se saben las verdades. ¿¡Y, cuando son los compadres –sacerdotes, obispos o hasta cardenales- quienes discuten?!

El sínodo extraordinario sobre la familia ya anda por ahí, pero aún hay mucha polvareda en el aire. Mucha gente quedó sorprendida al ver a obispos contra obispos, cardenales contradiciendo a cardenales e, incluso, el Papa Francisco animando la discusión, invitando a los padres sinodales a que hablaran con total espontaneidad y libertad. Si, hasta en las familias más unidas, hay fraternales divergencias, ¿¡por qué se escandalizan!? Un padre de familia numerosa disfrutaba viendo a los hijos luchar entre sí porque, decía, ¡era señal de que estaban fuertes y saludables!

Este ejercicio de colegialidad episcopal no es nuevo en la historia bimilenaria del cristianismo. El papa gobierna la Iglesia universal en unión con todos los obispos: cada uno, más allá de la responsabilidad directa sobre parte del rebaño que le es confiada, participa también en la solicitud de Pedro por todas las iglesias. El
ejercicio de esta colegialidad, que el Vaticano II promueve, puede ocurrir por vía de los concilios ecuménicos, con la presencia de todos los obispos, o de los sínodos, en los que sólo participa una representación del episcopado mundial. Tanto el concilio, como el sínodo, actúan siempre bajo la autoridad del Papa (cfr. Código de Direito Canónico, cânones 749, 331-334), que los convoca, preside y refrenda en sus conclusiones. Una decisión conciliar, o sinodal, aunque sea unánime, no sancionada por el Vicario de Cristo, carece de cualquier valor normativo.

¡En la Iglesia se discute… hace dos mil años! De hecho, ya en los primeros años surgieron fuertes controversias, especialmente en relación a la cuestión de las prácticas judaicas, que algunos fieles, procedentes del judaísmo, querían imponer a los gentiles convertidos a la fe de Cristo. “Habiéndose suscitado una gran controversia”, fue necesario reunir, en Jerusalén, el primer concilio que, presidido por Pedro, contó con la presencia, demás de Santiago, Pablo, Bernabé, “otros apóstoles y presbíteros”. Al primer Papa le cupo por fin decidir, contra la facción de los judaizantes, no imponer a los gentiles convertidos la observancia de la ley de Moisés (cfr. Act 15, 6-29) .

Concluido el concilio de Jerusalén, Pablo se propuso hacer un nuevo viaje apostólico con Bernabé, el cual quería llevar con ellos al evangelista Marcos, que los había acompañado en el inicio de la misión anterior, habiendo abandonado después. Por este motivo, Pablo no lo quiso aceptar “y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron uno del otro” (cfr. Act 16, 35-40). O sea,: un santo, Pablo, discutió fuerte y desagradable con otro santo, Bernabé, por causa de otro santo, Marcos! ¡Todos santos y, con todo, no se entendían sobre esta cuestión pastoral!

Más aún, en materia de esa naturaleza, pero no doctrinal, también Pedro mereció la corrección fraterna de Pablo, que públicamente le recriminó el hecho de no comer  con los gentiles, por el recelo de los circuncisos (cfr. Gal 2, 11-14). De hecho, el papa, cuando habla de fe o de moral, invocando su máxima autoridad, es infalible, pero no goza de esa prerrogativa en cuestiones de gobierno, como se prueba por el hecho de que Clemente XIV extinguió, en 1773, la Compañía de Jesús que, en 1814, un sucesor suyo, Pío VII, restauro, y a la que, por más señas, pertenece el actual Papa.


Es saludable este ejercicio apasionado del derecho de opinión, porque la Iglesia, que es jerárquica, es también, en la comunión de la fe, un espacio de libertad. Pero las comprensibles divergencias pastorales no pueden afectar a la esencia del mensaje revelado, ni herir la unidad eclesial. Como el Santo padre recordó, cualquier sucesor de Pedro, “dejando de lado cualquier arbitrio personal”, es, “el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia con la voluntad de Dios, el evangelio de Cristo y la Tradición de la Iglesia”.