No, falsos apóstoles del anti-consumismo, no nos roben la Navidad.
La religión cristiana es fiesta de alegría, todos los días y para toda la
eternidad, pero sobre todo en el día que celebra el nacimiento de Jesús.
Siempre que llega la Navidad, se oyen viejas voces de nuevos
profetas rebelándose contra el consumismo que, por lo que parece, ataca de
forma particularmente violenta en esta época final del año. Pero, toda la
elocuencia de sus invectivas morales no logra empañar el brillo de esta fiesta
de todos, sin distinción de religiones o razas, nos toca y despierta para la
gran alegría de la Navidad, ¡la fiesta de Dios con nosotros! La religión
cristiana es fiesta y alegría, ahora y para toda la eternidad, pero sobre todo
en los benditos días en que el calendario litúrgico solemnemente celebra el
nacimiento de Cristo para la vida terrena y, después, en la fiesta gloriosa de
la pascua de su resurrección, su definitivo nacimiento para la vida eterna!
¡Navidad! Nuestro mundo, nuestros países, nuestras ciudades,
nuestras empresas, nuestras familias y todos nosotros necesitamos,
absolutamente, de la Navidad. No fue por casualidad que un reciente y
lamentable ataque terrorista, en Berlín, tuvo como objetivo, precisamente, una
feria de Navidad. Si un terrorista, que es, por definición, un enemigo de la
civilización, ataca la navidad de esta forma infame es porque, también él, de
algún modo, reconoce que ninguna otra fiesta como es la celebración universal
celebración del nacimiento de Cristo es tan emblemática de la cultura europea.
Por eso, defender la Navidad es defender también lo mejor que hay en la cultura
occidental. ¡Y, si no fuera posible hacerlo sin consumismo, peor para el
consumismo!
Es verdad que el consumismo materialista no es una práctica
coherente con la fe cristiana, pero tal vez no sea excesivamente atrevido
afirmar que, de algún modo, Jesucristo fue el primer ‘consumista’. Por eso, sus
últimas palabras, antes de expirar en la cruz, fueron: “¡Todo está consumado!” (Jo
19, 30). Un poco antes, el evangelista que el Señor amaba, al introducir su
relato de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, dijo: “Sabiendo Jesús que
había llegado su hora de pasar de este mundo al padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin” (Jo 13, 1). La Navidad
es una invitación a este ‘consumismo’: una excelente ocasión para consumirnos
en el servicio de los otros, sobre todo de los que nos son más próximos, o
están necesitados.
¿¡Pero... y los pobres!? Esta es, ciertamente, la crítica
más recurrente al consumismo navideño y, a caso, la más consistente. ¿¡Cómo
pueden los cristianos montar belenes, cuando hay tantas personas que no tienen
ni un techo para cobijarse!? ¿¡Cómo pueden sentarse a una mesa llena de
apetitosos manjares, si hay tantos a su lado que ni siquiera tienen una sopa y
un poco de pan para dar a los hijos!? ¿¡Como se atreven a ofrecer y recibir
presentes, más o menos inútiles, si hay tantos que carecen hasta de lo más
imprescindible!? ¿¡No sería mucho mejor convertir todas las despensas de tan
inútiles conmemoraciones en beneficios sociales para los que más necesitan!?
No falta razón a esta tan aparente caritativa y pertinente
objeción contra la Navidad consumista. Pena es que reproduzca, ipsis verbis, la
argumentación de Judas Iscariote, el traidor, cuando censuró ásperamente el
consumismo de María, la hermana de Lázaro, cuando ungiera al Señor con “una
libra de perfume hecho de nardo puro de gran precio”: “¿Por qué no se vendió
este perfume por trescientos denarios para dárselo a los pobres?” “dice esto –aclara
el evangelista- no porque le importasen los pobres, sino porque era ladrón y,
teniendo la bolsa, robaba lo que en ella se echaba” (Jo 12, 1-8). Y Jesús no
censuró el consumismo de la hermana de Lázaro, sino la avaricia del apóstol
traidor.
Los modernos profetas del anti consumismo navideño, que
tanto abundan, también en las publicaciones católicas, en realidad son
réplicas, más o menos exactas, del hermano primogénito del pródigo. También él,
lleno de razones sin razón, se levantó contra el consumismo desenfrenado del
padre, que dio al hijo más joven el vestido más precioso, un anillo en el dedo
y sandalias en los pies. ¡Para ese hijo pródigo, mandó matar el ternero más
gordo y organizó una gran fiesta, a la que ni siquiera faltó la música y los
coros! Y, ante la indignación del hijo mayor, despechado por aquel escandaloso
consumismo, el padre le dice: “Era justo que hubiese banquete y fiesta” (Lc 15,
11-32).
¡No, falsos apóstoles del consumismo, no nos roben la
Navidad! ¡No nos quiten la fiesta! ¡No callen la música, ni callen los coros,
porque son ángeles que nos anuncian el nacimiento del Señor! (Lc 2, 13-14). ¡No
nos excluyan de esa mesa a la que el Padre de los cielos nos invita! (Lc 14,
15-24). La Navidad no excluye a nadie: Dios vino al mundo para los buenos y
para los que no lo son, para los fieles y los paganos; para todos, sin excepción.
¿Porque, cómo vino Dios al mundo? No vino como Dios, para
que su santidad no ahuyentase a los pecadores. No vino como omnipotente, para
que su poder para que su poder no atrajese a los ambiciosos, ni apartase a los
tímidos. No vino como sacerdote, para que los no creyentes, o creyentes de
otras religiones, no fuesen excluidos. No vino como rey, para que no se
impusiese a sus súbditos por la fuerza. No vino como maestro, para que también
los soberbios lo pudiesen aceptar. No vino como sabio, para que también los
ignorantes lo pudiesen comprender. No vino como héroe, para no humillar a los
cobardes. No vino como vencedor, para no avergonzar a los derrotados. No vino
como rico, para no intimidar a los pobres.
Entonces, ¿¡Cómo vino aquel que, antes de nacer e incluso de
ser concebido, ya era rico, vencedor, héroe, rey, sacerdote y omnipotente, como
Dios que es desde siempre!? Vino como niño pequeño, para que todos los hombres
y mujeres del mundo, cualquiera que sea su virtud o vicio, lo puedan contemplar
y amar. Porque no hay nadie, por mejor o peor que sea, que, ante la fragilidad
de un recién nacido, no sea capaz de conmoverse y sonreír. ¡Santa Navidad!
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