Como
se puede comprobar estas cosas del más acá y del más allá son complejas y están
todas relacionadas. Nosotros decimos creer, cuando recitamos el Credo, en la
resurrección de los muertos o en la resurrección de la carne. Ambas expresiones
vienen a decir lo mismo con matices diferentes en los que no vamos a entrar.
Pero, una vez más tenemos que señalar la
diferencia de nuestra Fe con otras creencias. El destino del cristiano es nacer
y morir una sola vez (Cf.Hb 9,27).
Esto tiene que ser así, ateniéndonos a los hechos: ¿Quién se muere? El que muere es una persona que vivió en un
cuerpo dotado de una singularidad y personalidad. Esa persona, revestida de
una corporeidad gloriosa,(Cf Flp 3,21) ¿puede volver a reencarnarse en otro
cuerpo? Si esto fuera posible ¿tendría la Redención traída por la muerte y resurrección de
JESUCRISTO un carácter universal? Por supuesto no es cuestión de discutir con
nadie sobre sus creencias, pero me parece
oportuno apuntar estos extremos pensando en los que un día fuimos bautizados,
recibimos distintos sacramentos, y sobre todo participamos de la Eucaristía: “El que como mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y YO lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).
Otra
cuestión inquietante cuando pensamos en la muerte y lo que nos pueda pasar,
gira en torno al juicio .
Entonces diferenciamos entre juicio particular y juicio final. Nos
preocupa el proceso judicial que se nos
pueda abrir pasado el umbral de la muerte. Al dramatismo del hecho en sí,
me refiero a la muerte, añadimos el episodio de un juicio del que en un primer
momento no tenemos seguridad de salir indemnes o absueltos. Dos
miedos se nos pueden juntar, y si un miedo ya es malo, que se junten dos miedos
la cosa empeora. Algo tendremos que hacer, y lo mejor es tomar alguna precaución. En primer lugar hemos de
precisar bien ¿quién nos va a juzgar?; ¿de qué se nos va juzgar?; y uno mismo
tiene que formularse ¿quién va a ser juzgado? Lo último parece obvio, pero la
reflexión sobre el dato puede dar mucho de sí. ¿Qué concepto tengo de mí?. Una lectura atenta de los evangelios,
ahora, mientras vamos de camino por esta vida; y de forma especial el Sermón de la Montaña (Mt 5, 6 y 7º; y su
paralelo en san Lucas, el Sermón de la llanura (cp 6), nos servirán de espejo
en el que mirarnos. Esto lleva días, meses y años; y al final, ¿cómo
nos vemos? Este ejercicio hay que realizarlo bajo la mirada amorosa de
DIOS, porque el perfil personal que vamos a obtener nos va a resultar más o
menos deforme y el balance deficitario, porque nuestra condición humana soporta
un pesado lastre. Pero JESÚS pagó por nosotros y resolvió nuestro déficit y nos
ungió con su ESPÍRITU para otorgarnos una fisonomía espiritual adecuada. Pero todo
ello hay que valorarlo, es preciso agradecerlo con una conciencia clara de
quiénes somos.
¿Se puede hablar de
juicio sin hacer mención a la posibilidad de la condenación? Cuando JESÚS nos enseña
el Padrenuestro, en la versión de
san Mateo, incluye la petición al PADRE
para que nos libre del mal. Atendamos a
su significado: en la versión de san Mateo se designo de modo personal al Malo, y se dice “líbranos del Malo”. Este no es otro
que “el padre de la mentira (Jn
8,44). La mentira en este caso es mucho más que la falta moral de mentir,
aunque la trasgresión continua de la verdad abra puertas y ventanas a la
mentira esencial que se identifica con Satanás y su mundo. La gran mentira que arruina al hombre es creerse dios y no precisar de
DIOS. Creo que es difícil llegar al punto de un rechazo total de DIOS y
aceptar la gran Mentira de Satanás para siempre, pero la posibilidad no se puede eliminar en función de nuestra condición de
personas libres con todos los matices que queramos ponerle a la libertad
personal.
Pero
lo más importante de todo es, ¿quién nos
va a juzgar? De manera rápida, pero inapelable tenemos que afirmar: Nos va a juzgar el que nos quiere salvar
a toda costa. Nos va a juzgar el que ha soportado el juicio severo que
podría recaer sobre cada uno de nosotros. Nos va a juzgar el que pensó en
nosotros desde toda la eternidad, nos
llamó a una existencia histórica y
concreta, nos ha hecho justos no por nuestra propia justicia, sino por la
muerte de JESÚS y nos piensa glorificar, es decir, llevar al cielo a la propia
gloria del HIJO: “A los que predestinó los llamó; a los que llamó los
justificó; y a los que justificó los glorificó” (Rm 8,30).
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