Es razonable que un dirigente de una escuela estatal de un
país laico, Italia, tenga en cuenta las diversas sensibilidades religiosas,
pero no hasta el punto de negar la identidad nacional y tradiciones culturales.
Marco Parma, director del liceo Garofani, en Rozzano, en el
norte de Italia, con cerca de mil alumnos, de los cuales solo un quinto no profesa la religión cristiana, decidió que
el tradicional concierto de Navidad debería designarse por la estación del año
en que ocurre, para no ofender a los alumnos no cristianos, ni a sus familias.
Obviamente, también excluyó del programa del ahora
denominado concierto de invierno todas las músicas con alguna connotación
religiosa porque, como explicó, “en un ambiente multicultural, esto genera
problemas”. En una fiesta de Navidad anterior, en que se habían cantado
canciones alusivas al nacimiento de Jesucristo, “los niños musulmanes no
cantaron. Se quedaron ahí, totalmente rígidos. No es bueno ver un niño que no
canta o, peor aún, ser llamado por los padres fuera del escenario”, añadió
Marco Parma.
Es razonable que un director de una escuela estatal de un
país laico, como es Italia, atienda las diversas sensibilidades religiosas,
pero no hasta el punto de negar la identidad nacional, ni las tradiciones
culturales de su país. Es verdad que la Navidad es una solemnidad cristiana,
pero también es una fiesta nacional y, por eso, también para los no católicos
es fiesta. Muchos monumentos de origen y naturaleza esencialmente religiosa
tienen también un gran valor cultural y artístico, que sobrepasa las fronteras
de lo meramente confesional.
Es aceptable que una escuela secundaria, en Arabia Saudita,
cierre el día sexto, día santo para los musulmanes; o el sábado, el día del
Señor en Israel. Es lógico que el día 25 de Diciembre no sea fiesta en un país
mayoritariamente musulmán o hindú, y un cristiano que viva en ese país no se
debe sentir ofendido por eso. Pero también se justifica que un país de
tradición y cultura católica, como es Italia, festeje las principales efemérides
cristianas, lo que, obviamente, no constituye ninguna ofensa para los creyentes
de otras religiones, ni para los ateos o agnósticos. Además, fue en este
sentido que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos entendió legítima la
presencia de crucifijos en las aulas de Italia, contra uma madre que exigía su
retirada, por entender que ese símbolo
cristiano contrariaba la laicidad de la educación estatal.
Los emigrantes y refugiados deben ser acogidos con
hospitalidad, pero deben tener la buena educación de respetar las tradiciones
culturales y religiosas de sus nuevos países, en nombre de las cuales, por
cierto, fueron acogidos. No tendría sentido no referir, en las escuelas
portuguesas, la reconquista de la península a los moros, por respeto a los
musulmanes; u omitir las invasiones de los bárbaros, por deferencia con los
pueblos germánicos; o, no festejar el primero de diciembre, para no disgustar a
los españoles; o silenciar la invasión francesa, para no ofender a los franceses.
La inadecuada actitud de este director de una escuela
secundaria del norte de Italia es paradigmática de un cierto complejo de
inferioridad, bastante generalizado entre ciertas personas que, para no parecer
nacionalistas, ni ser confundidas con los xenófobos de extrema derecha,
reniegan de la identidad nacional. No debemos ser colectivamente orgullosos, ni
mucho menos despreciar a los otros pueblos, ni mucho menos sus religiones, pero
tampoco debemos disculparnos por ser quienes somos, ni mucho menos abdicar de
nuestra identidad histórica y cultural.
En la vieja Europa se generalizó la idea de que, por el bien
de la integración de los creyentes de otras religiones hay que prohibir
cualquier manifestación pública cristiana, presuponiendo que un símbolo
religioso es necesariamente ofensivo para quien no profesa esa religión. Es
curioso que se piense que celebrar la Navidad pueda ser ofensivo para un quinto
de alumnos y sus familias, cuando la supresión de esa celebración afectaría
negativamente a cuatro quintos de la población escolar... En verdad, el amor,
la misericordia y perdón son también, entre otros, principios esencialmente
cristianos: en nombre de la laicidad de la educación, ¿¡también deberían ser
excluidos de las escuelas oficiales!?
Marco Parma, al prohibir que el concierto fuese designado
como siendo de Navidad, fue, en realidad muy feliz. En nombre de la historia y
de la cultura italiana, con la que se identifican cuatro quintos de sus
alumnos, debería haber defendido la designación tradicional. También debería
respetar que los alumnos, aunque minoritarios, de otras creencias se asociasen,
o no, a esa fiesta, pero sin alterar su denominación.
Cuando el director de la escuela ya no se llama Marco,
nombre increíblemente cristiano y altamente provocativo para todos los alumnos
y familias no cristianas, sino Yussuf, y el instituto Garofani fuera una
madraza, tal vez Parma perciba, finalmente, que Navidad, más allá de una
celebración religiosa, es también una afirmación de la identidad cultural
europea, una lección esencial sobre el inestimable valor de la vida humana,
desde la concepción hasta la muerte natural. Pero, entonces, tal vez sea demasiado
tarde para que se dé cuenta de que es obvio, o sea, que una sociedad es tanto
más libre cuanto más verdaderamente cristiana es.
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