lunes, 9 de septiembre de 2013

De la Vigilia de Oración por Siria, palabras del Papa Francisco. 7 septiembre de 2013




Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,12.18.21.25) … dice Dios cuando contempla la creación. Nos introduce así en el corazón de Dios y, de su interior, recibimos este mensaje:

Nuestro mundo es "casa de armonía y de paz", un lugar en el que todos pueden encontrar su puesto y sentirse "en casa", porque "es bueno"…

Sobre todo, los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, forman una sola familia…

El mundo de Dios es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien de todos…

Pero también hay "violencia, división, rivalidad, guerra". Esto se produce cuando el hombre, vértice de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y de bondad, y se cierra en su propio egoísmo…

cuando se pone en el lugar de Dios, entonces altera todas las relaciones, arruina todo; y abre la puerta a la violencia, a la indiferencia, al enfrentamiento...

Por el pecado, el hombre entra en conflicto consigo mismo, se da cuenta de que está desnudo y se esconde porque tiene miedo (Gn 3,10), tiene miedo de la mirada de Dios; acusa a la mujer, que es carne de su carne (v. 12); rompe la armonía con la creación, llega incluso a levantar la mano contra el hermano para matarlo. ¿Podemos decir que de la "armonía" se pasa a la "desarmonía"? No, no existe la "desarmonía": o hay armonía o se cae en el caos, la violencia, la rivalidad, el enfrentamiento, el miedo…

«¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9)…

Cuando se pierde la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir…

Esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos.

¿Es posible seguir otro camino? ¿Podemos aprender de nuevo a caminar por las sendas de la paz? :

Invocando la ayuda de Dios, bajo la mirada materna de la Salus populi romani, Reina de la paz, quiero responder: Sí, es posible para todos. …

quisiera que cada uno de nosotros, desde el más pequeño hasta el más grande, incluidos aquellos que están llamados a gobernar las naciones, dijese: Sí, queremos…

Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz.

Que nosotros, cristianos, los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son camino para la paz!

Mira el dolor de tu hermano y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha perdido;

¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Resuenen una vez más las palabras de Pablo VI: «Nunca más los unos contra los otros; jamás, nunca más… ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!» (Discurso a las Naciones Unidas, 4 octubre 1965: AAS 57 [1965], 881). «La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de la justicia, sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67 [1975], 671).         Amén




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