¿Es que la basílica de la Estrella
se convirtió, por arte de magia del laicismo triunfante, en un espacio neutro y
religioso, a disposición de los próceres de la República, sea cual fuere su
filiación religiosa?
El
título sugiere una comedia norteamericana, pero trasluce una realidad muy
portuguesa. Algo funesta, por cierto, pero muy actual, a juzgar por ciertos
acontecimientos recientes.
El
primero en referir es el fallecimiento de Antonio Almeida Santos, el pasado 18
de Enero. El ilustre finado, como la prensa resaltó, no quiso tener exequias
religiosas, en coherencia con su condición de masón afiliado al Gran Oriente
Lusitano (Expresso, 22-1-2016, p. 16). Entre tanto, su cuerpo estuvo en la
capilla ardiente en una capilla de la basílica de la Estrella, de donde partió
para el cementerio, después de un breve paso por la Asamblea de la República y
por la sede del Partido Socialista, donde fue homenajeado por sus compañeros
del parlamento y por sus correligionarios socialistas, respectivamente. Pero, la
cuestión es: ¿la basílica d la Estrella no es una iglesia católica? ¿¡Cómo
puede no ser religioso un funeral precedido por un velatorio en uno de los
templos más importantes de la capital que, por cierto, es incluso el primero
del mundo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús!? ¿¡Es que la iglesia s
convirtió, por arte de magia del laicismo triunfante, en un espacio neutro y
arreligioso, a disposición de los próceres de la República, cualquiera que sea
su filiación religiosa1?
Viene
a cuento referir, aunque sea de pasada, la controversia suscitada, hace ya más
de una década, por el funeral del entonces presidente del tribunal
Constitucional, que tampoco tuvo exequias cristianas, dada también su condición masónica. Tratándose de una figura eminente
de la jerarquía del Estado, a quien convenía prestar las debidas honras en un
local digno, se optó por depositar sus restos morales en una de las capillas
funerarias de la basílica de la Estrella, donde tuvo lugar una ceremonia fúnebre
masónica. Ante tal desafuero, el entonces Patriarca de Lisboa salió al terreno,
con una nota pastoral “La Pascua de la Eucaristía”, de enero de 2005, recordando
lo que es por todos los fieles bien sabido: “¿la fe católica y la visión del
mundo que ella inspira son compatibles con la masonería y su visión de Dios,
con el fundamento de verdad y moralidad y sentido de la historia que conlleva?
La respuesta es negativa. Un católico, consciente de su fe y que celebra la Eucaristía
no puede ser masón. Y si estuviere
convencido, no puede celebrar la Eucaristía. Y la incompatibilidad reside en
las visiones irreconciliables del sentido del hombre y de la historia”.
Nótese
que, más que una cuestión confesional, se trata de una cuestión elemental de
coherencia y de respeto por la libertad de las conciencias. No tiene sentido
que individualidades como el referido presidente del tribunal Constitucional, o
el doctor Almeida Santos, a la vista de sus convicciones y voluntad expresa,
san velados en un templo cristiano, como tampoco sería que lo fuesen, por
absurda hipótesis, en una mezquita o en una sinagoga. Ni siquiera el argumento
de la dignidad del espacio sagrado mencionado parece pertinente porque, a ese
efecto, se podía utilizar el no menos solemne panteón nacional de Santa
Engracia que, no obstante la denominación, no es un templo cristiano, ni está
abierto al culto católico ni al de ninguna
otra religión. En último análisis, los diputados fallecidos, así como los
jueces de los tribunales superiores, podrían también recibir honras fúnebres en
las instalaciones públicas, sin desprestigio de las instituciones que sirven, ni
falta de respeto de espacios religiosos, abusivamente usados para finalidades
de todo ajenas a su naturaleza profesional.
Hay
también una razón de prudencia que aconseja proceder así. En una reciente participación
de la misa del trigésimo día a celebrar
por el alma de un ser querido, en la basílica de la Estrella, el enlutado
pariente “agradece a todos los que lo confortan y” –¡pásmese!- “ruega una sincera
plegaria, imbuida del más profundo sentido cristiano (sic!), a los que no se
supieran comportar a la altura de las circunstancias. Y aún fueron algunos” (Público,
14-1-2016, p. 33)! Pues sí: un no creyente, velado en una iglesia católica, no
sólo corre serio peligro de revolverse en la caja, por ser llevado muerto a donde, en vida, nunca
puso los pies, como tampoco se libra de que sea rogada “una sincera plegaria, imbuida del
más profundo sentido cristiano”, por un piadoso “católico” pero resabiado.