domingo, 10 de enero de 2016

El ministro de (mala) Educación en Baixa da Banheira



http://observador.pt/opiniao/ministro-da-ma-educacao-na-baixa-da-banheira/

La educación, o es integral o no es nada. Educar no es trasegar un conjunto de contenidos para la cabeza de unos cuantos individuos sino, sobre todo y principalmente, formar ciudadanos libres y responsables.

En el diario Público del pasado día 5 de enero se daba la noticia, una página entera, a la visita que, en la víspera, el ministro de Educación y el Secretario de Estado João Costa hicieron a la Escuela Secundaria de la Baixa da Banheira, con ocasión del inicio del segundo periodo lectivo. Para acompañar el texto, se puede ver en un fotografía, al fondo, a los gobernantes y comitiva junto a la puerta abierta de la sala donde, en primer plano, aparecen cuatro supuestos alumnos de aquella escuela.

No deja de ser curioso que la presencia de dos miembros del gobierno no haya despertado, al parecer, el mínimo interés en los referidos cuatro estudiantes, dos sentados de espaldas a los visitantes y otros dos, uno de pie y el otro sentado, vueltos hacia los compañeros y de lado hacia los gobernantes y sus acompañantes.

Con todo, lo que más llama la atención es el hecho de que tres de los cuatro alumnos mencionados estén con la cabeza cubierta, dentro del aula. Uno, ciertamente el más friolero, no se contenta con un simple gorro, se coloca la capucha del impermeable que, al taparle las orejas y la boca, muestra un total anonimato. Los otros dos llevan un sencillo gorro, que uno de ellos usa con la pala para atrás. Ahora bien, tener la cabeza cubierta, dentro de una sala, es objetivamente una falta de respeto, tanto en Braganza como en Faro, o en la Baixa da Banheira, salvo alguna muy discutible costumbre local que se me escapa.

Tal vez alguien piense que la cuestión de los gorros es relativamente secundaria, teniendo en cuenta los enormes desafíos a que deben hacer frente las escuelas en las zonas más sensibles, como es el caso. No pongo en duda las intenciones de aquellos adolescentes, ni el mérito de sus profesores y de su escuela, sino la educación, o es integral o no es nada. Educar no es trasvasar unos contenidos a las cabezas de unos cuantos individuos, esperando que después los sepan dar cuenta de ellos. Es, sobre todo y principalmente, formar ciudadanos libres y responsables, que mañana puedan contribuir con eficacia al bien común. Para ello, se necesita ciertamente algún bagaje cultural y técnico pero, más aún, aprender a convivir, lo que no se puede hacer sin una mínima educación. ¡De buena educación, se entiende!

Una escuela que no educa, porque no valora las cuestiones de comportamiento, es una escuela que, en realidad, apuesta por perjudicar a los más necesitados, porque no les ayuda a superar las deficiencias que traen de casa y que le impiden su plena integración social y laboral. Una escuela que transige en cuestiones de males menores está sembrando, a medio o largo plazo, males mayores.

Está probado, en la teoría por  James Q. Wilson y George Kelling, y en la práctica por la política del antiguo mayor de Nova Iorque, Rudolph Giuliani, y por el comisario de policía, William Bratton, que no se combate la gran criminalidad con la permisividad en relación al vandalismo urbano o a los pequeños delitos. Por el contrario, fue con una política de tolerancia cero con estos actos como, en Nova Iorque, se logró combatir y prevenir la delincuencia.

Si un joven estudiante no se toma el trabajo de descubrirse cuando, en su aula, entran dos miembros del gobierno, acompañados por representantes de la dirección de su escuela, no es probable que, más tarde, respete las leyes o las autoridades públicas o laborales. La impunidad en relación a estas actitudes favorece futuros comportamientos de riesgo, de desobediencia civil, de falta de respeto por la autoridad e, incluso, de violencia, también doméstica. Son actos que tienen, como siempre sucede, un efecto boomerang porque, quien no respeta a los otros, no se respeta a sí mismo ni es, por lo general, respetado.

Para romper ese círculo vicioso, es necesario que la escuela no dimita de su principal misión: educar y educar bien, o sea, impartir buena educación. Por eso, no es de menor importancia la cuestión del gorro. Un alumno que no aprende a comportarse correctamente, tendrá más dificultades en la realización personal, familiar y profesionalmente. Y, como desadaptado y marginal, corre serios peligros de pasar su vida… ¡quitando gorros!

Sacerdote católito


No hay comentarios:

Publicar un comentario