http://observador.pt/opiniao/ministro-da-ma-educacao-na-baixa-da-banheira/
La educación, o es integral o no es
nada. Educar no es trasegar un conjunto de contenidos para la cabeza de unos
cuantos individuos sino, sobre todo y principalmente, formar ciudadanos libres
y responsables.
En el diario Público del pasado día 5 de enero se daba la noticia, una
página entera, a la visita que, en la víspera, el ministro de Educación y el Secretario
de Estado João Costa hicieron a la Escuela Secundaria de la Baixa da Banheira,
con ocasión del inicio del segundo periodo lectivo. Para acompañar el texto, se
puede ver en un fotografía, al fondo, a los gobernantes y comitiva junto a la
puerta abierta de la sala donde, en primer plano, aparecen cuatro supuestos alumnos
de aquella escuela.
No deja de ser curioso que la presencia de dos miembros del gobierno no
haya despertado, al parecer, el mínimo interés en los referidos cuatro
estudiantes, dos sentados de espaldas a los visitantes y otros dos, uno de pie
y el otro sentado, vueltos hacia los compañeros y de lado hacia los gobernantes
y sus acompañantes.
Con todo, lo que más llama la atención es el hecho de que tres de los cuatro
alumnos mencionados estén con la cabeza cubierta, dentro del aula. Uno, ciertamente
el más friolero, no se contenta con un simple gorro, se coloca la capucha del
impermeable que, al taparle las orejas y la boca, muestra un total anonimato.
Los otros dos llevan un sencillo gorro, que uno de ellos usa con la pala para
atrás. Ahora bien, tener la cabeza cubierta, dentro de una sala, es
objetivamente una falta de respeto, tanto en Braganza como en Faro, o en la Baixa
da Banheira, salvo alguna muy discutible costumbre local que se me escapa.
Tal vez alguien piense que la cuestión de los gorros es relativamente
secundaria, teniendo en cuenta los enormes desafíos a que deben hacer frente las
escuelas en las zonas más sensibles, como es el caso. No pongo en duda las
intenciones de aquellos adolescentes, ni el mérito de sus profesores y de su
escuela, sino la educación, o es integral o no es nada. Educar no es trasvasar
unos contenidos a las cabezas de unos cuantos individuos, esperando que después
los sepan dar cuenta de ellos. Es, sobre todo y principalmente, formar
ciudadanos libres y responsables, que mañana puedan contribuir con eficacia al
bien común. Para ello, se necesita ciertamente algún bagaje cultural y técnico
pero, más aún, aprender a convivir, lo que no se puede hacer sin una mínima
educación. ¡De buena educación, se entiende!
Una escuela que no educa, porque no valora las cuestiones de
comportamiento, es una escuela que, en realidad, apuesta por perjudicar a los
más necesitados, porque no les ayuda a superar las deficiencias que traen de
casa y que le impiden su plena integración social y laboral. Una escuela que
transige en cuestiones de males menores está sembrando, a medio o largo plazo,
males mayores.
Está probado, en la teoría por
James Q. Wilson y George Kelling, y en
la práctica por la política del antiguo mayor de Nova Iorque, Rudolph Giuliani,
y por el comisario de policía, William Bratton, que no se combate la gran criminalidad
con la permisividad en relación al vandalismo urbano o a los pequeños delitos.
Por el contrario, fue con una política de tolerancia cero con estos actos como,
en Nova Iorque, se logró combatir y prevenir la delincuencia.
Si un joven estudiante no se
toma el trabajo de descubrirse cuando, en su aula, entran dos miembros del
gobierno, acompañados por representantes de la dirección de su escuela, no es
probable que, más tarde, respete las leyes o las autoridades públicas o
laborales. La impunidad en relación a estas actitudes favorece futuros
comportamientos de riesgo, de desobediencia civil, de falta de respeto por la
autoridad e, incluso, de violencia, también doméstica. Son actos que tienen, como
siempre sucede, un efecto boomerang porque, quien no respeta a los otros, no se
respeta a sí mismo ni es, por lo general, respetado.
Para romper ese círculo
vicioso, es necesario que la escuela no dimita de su principal misión: educar y
educar bien, o sea, impartir buena educación. Por eso, no es de menor
importancia la cuestión del gorro. Un alumno que no aprende a comportarse
correctamente, tendrá más dificultades en la realización personal, familiar y
profesionalmente. Y, como desadaptado y marginal, corre serios peligros de
pasar su vida… ¡quitando gorros!
Sacerdote católito
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