domingo, 31 de enero de 2016

Tres funerales y una “Praga”



 ¿Es que la basílica de la Estrella se convirtió, por arte de magia del laicismo triunfante, en un espacio neutro y religioso, a disposición de los próceres de la República, sea cual fuere su filiación religiosa?

El título sugiere una comedia norteamericana, pero trasluce una realidad muy portuguesa. Algo funesta, por cierto, pero muy actual, a juzgar por ciertos acontecimientos recientes.

El primero en referir es el fallecimiento de Antonio Almeida Santos, el pasado 18 de Enero. El ilustre finado, como la prensa resaltó, no quiso tener exequias religiosas, en coherencia con su condición de masón afiliado al Gran Oriente Lusitano (Expresso, 22-1-2016, p. 16). Entre tanto, su cuerpo estuvo en la capilla ardiente en una capilla de la basílica de la Estrella, de donde partió para el cementerio, después de un breve paso por la Asamblea de la República y por la sede del Partido Socialista, donde fue homenajeado por sus compañeros del parlamento y por sus correligionarios socialistas, respectivamente. Pero, la cuestión es: ¿la basílica d la Estrella no es una iglesia católica? ¿¡Cómo puede no ser religioso un funeral precedido por un velatorio en uno de los templos más importantes de la capital que, por cierto, es incluso el primero del mundo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús!? ¿¡Es que la iglesia s convirtió, por arte de magia del laicismo triunfante, en un espacio neutro y arreligioso, a disposición de los próceres de la República, cualquiera que sea su filiación religiosa1?

Viene a cuento referir, aunque sea de pasada, la controversia suscitada, hace ya más de una década, por el funeral del entonces presidente del tribunal Constitucional, que tampoco tuvo exequias cristianas, dada también su condición  masónica. Tratándose de una figura eminente de la jerarquía del Estado, a quien convenía prestar las debidas honras en un local digno, se optó por depositar sus restos morales en una de las capillas funerarias de la basílica de la Estrella, donde tuvo lugar una ceremonia fúnebre masónica. Ante tal desafuero, el entonces Patriarca de Lisboa salió al terreno, con una nota pastoral “La Pascua de la Eucaristía”, de enero de 2005, recordando lo que es por todos los fieles bien sabido: “¿la fe católica y la visión del mundo que ella inspira son compatibles con la masonería y su visión de Dios, con el fundamento de verdad y moralidad y sentido de la historia que conlleva? La respuesta es negativa. Un católico, consciente de su fe y que celebra la Eucaristía  no puede ser masón. Y si estuviere convencido, no puede celebrar la Eucaristía. Y la incompatibilidad reside en las visiones irreconciliables del sentido del hombre y de la historia”.

Nótese que, más que una cuestión confesional, se trata de una cuestión elemental de coherencia y de respeto por la libertad de las conciencias. No tiene sentido que individualidades como el referido presidente del tribunal Constitucional, o el doctor Almeida Santos, a la vista de sus convicciones y voluntad expresa, san velados en un templo cristiano, como tampoco sería que lo fuesen, por absurda hipótesis, en una mezquita o en una sinagoga. Ni siquiera el argumento de la dignidad del espacio sagrado mencionado parece pertinente porque, a ese efecto, se podía utilizar el no menos solemne panteón nacional de Santa Engracia que, no obstante la denominación, no es un templo cristiano, ni está abierto al culto católico ni al de  ninguna otra religión. En último análisis, los diputados fallecidos, así como los jueces de los tribunales superiores, podrían también recibir honras fúnebres en las instalaciones públicas, sin desprestigio de las instituciones que sirven, ni falta de respeto de espacios religiosos, abusivamente usados para finalidades de todo ajenas a su naturaleza profesional.


Hay también una razón de prudencia que aconseja proceder así. En una reciente participación  de la misa del trigésimo día a celebrar por el alma de un ser querido, en la basílica de la Estrella, el enlutado pariente “agradece a todos los que lo confortan y” –¡pásmese!- “ruega una sincera plegaria, imbuida del más profundo sentido cristiano (sic!), a los que no se supieran comportar a la altura de las circunstancias. Y aún fueron algunos” (Público, 14-1-2016, p. 33)! Pues sí: un no creyente, velado en una iglesia católica, no sólo corre serio peligro de revolverse en la caja, por  ser llevado muerto a donde, en vida, nunca puso los pies, como tampoco se libra de que  sea rogada “una sincera plegaria, imbuida del más profundo sentido cristiano”, por un piadoso “católico” pero resabiado.

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