Una mentalidad demasiado burocrática, o tal vez
mercantilista, en la solicitud de emolumentos por servicios pastorales prestados,
aparta algunos fieles de la práctica sacramental y escandaliza a los creyentes.
El Papa Francisco, en la
audiencia general del 16 de Diciembre pasado, hizo una afirmación rotunda y
categórica: “La salvación no se paga” (Osservatore Romano, 17-24 de Dezembro de
2015, p. 1).
Francisco dixit, pero… ¿fue
así exactamente? En realidad, Dios es gratis, pero la Iglesia no. Por eso, no
obstante los muchos servicios gratuitos que la iglesia presta a sus fieles,
también los hay remunerados. Por ejemplo, quien quiere mandar celebrar una
Misa, en principio debe “pagar” la importancia respectiva y, aunque nunca se
tase a confesión o la comunión, a veces se piden emolumentos por la
administración del Bautismo o del Matrimonio, sobre todo cuando se pide su
celebración fuera de la iglesia parroquial, principalmente en alguna capilla
particular.
¿Tales retribuciones por los
servicios eclesiales prestados no contradicen, en la práctica, la declaración
del papa Francisco en cuanto a la gratuidad de la salvación? No necesariamente
porque, según la doctrina y la práctica
de la Iglesia, esas contribuciones de los fieles son, o deben ser siempre,
espontáneas y nunca prestarse a título de retribución de la gracia del sacramento en cuestión, porque, en ningún
caso, un bien de naturaleza espiritual puede ser comprado, vendido o pagado. Lo
mismo las indulgencias, aunque concedidas con ocasión de una generosa
contribución, nunca se compran o venden.
El código de Derecho
Canónico es particularmente explícito en lo que respecta, por ejemplo, a los
estipendios, o sea, la limosna que los fieles pueden dar cuando piden que se
celebre la Eucaristía por una intención: “Evítese absolutamente cualquier
apariencia de negocio o comercio con los estipendios de las Misas” (cân. 947).
Así se confirma la licitud de esta “costumbre aprobada por la iglesia” (cân.
945, §1), aclarando reiteradamente su carácter voluntario, o sea, de “oferta”
espontánea, a través de la cual los fieles contribuyen “al bien de la Iglesia”
y para “sustentar a sus ministros y sus obras” (cân. 946). Por eso, “mucho se
recomienda a los sacerdotes que, aunque sea sin recibir el estipendio, celebren
misa por la intención de los fieles, particularmente de los pobres” (cân. 945, §2) y se prohíba terminantemente
que un padre que celebre varias misas en el mismo día, reciba más de una
gratificación: sólo se puede quedar con el estipendio de una de las Eucaristías
que ha celebrado; los restantes deben ser encaminados “para los fines prescritos
por el Ordinario” (cân. 951, § 1). De este modo, se evita que algún padre
celebre varias Misas, en el mismo día, por una razón meramente económica,
aunque lo pueda hacer por una necesidad verdaderamente pastoral.
Un ámbito en el que el Papa
Francisco quiere que se manifieste, también en términos económicos, la
gratuidad de la salvación, es el de los procesos de nulidad matrimonial. En un
reciente escrito sobre la reforma de los respectivos procesos, introducida por
el motu proprio de 15 de agosto de 2015, el Obispo de Roma estableció: “La Rota
Romana juzgue las causas según la gratuidad evangélica, o sea, con el
patrocinio de ex oficio, con la excepción de la obligación moral para los
fieles pudientes de ofrecer una oblación de justicia a favor de la causa de los
pobres”.
Si el tribunal de la Rota
Romana debe apreciar las causas gratuitamente, es de esperar que también los
tribunales eclesiásticos diocesanos opten por la misma actitud, sin embargo de las
costas que puedan solicitar a los “fieles pudientes” que recurran a ellos, de manera
que así se favorecen “las causas de los pobres”. El mismo criterio se debe aplicar
también a todos los servicios eclesiásticos, principalmente los practicados por
los despachos parroquiales, que deberían
tender a la gratuidad, sobre todo para los creyentes más necesitados.
Si la mujer del César no
sólo debe ser honesta, sino también parecerlo, la Esposa de Cristo, que es la
Iglesia, no puede ser solo pobre, sino que debe también dar ejemplo de
desprendimiento en relación a los bienes terrenos. Una mentalidad excesivamente
burocrática, por no decir mercantilista, en la solicitud de emolumentos, por
reducidos que sean, no sólo apartan a algunos fieles de la práctica sacramental
– hay quien no se casa, o no bautiza a un hijo, por falta de dinero- sino que ,
a veces, escandaliza a los no creyentes.
Es razonable que la Iglesia
apele a la generosidad de los fieles para hacer frente a los gastos del culto y
para garantizar el digno y sobrio sustento de sus ministros, pero no como quien
exige un pago por los servicios prestados, que deben ser siempre administrados
según la gratuidad del misterio de la redención. Como, en buena hora, el Papa
Francisco recordó, “¡la salvación no se paga!". La salvación no se compra. La Puerta es Jesús y Jesús es gratuito!”
Sacerdote católico
No hay comentarios:
Publicar un comentario