22/09/2015 - 05:52
¿Qué es más importante en
una revolución? ¿La alteración de la estructura de propiedad o el cambio de
mentalidad?
La miseria existe bajo
diferentes formas. Está la miseria material. La intelectual. Puede existir
miseria en las relaciones sociales. Y, aunque muchos lo nieguen, hay también
miseria moral. ¿Cuál es la más miserable?
Uttarakhand, un estado del
norte de la India, en el Himalaya, es conocido también como Devbhumi,
literalmente, el País de los Dioses. El paisaje montañoso y boscoso es
magnífico, el urbano es deprimentemente pobre y sucio. El grueso de la
población está constituido por las castas bajas, “los vencidos” en la
designación usada, hasta hace bien poco, en la lengua local. Sin tierra ni
capital, y por encima de todo analfabetos, vivieron durante siglos bajo la dependencia de los brahmanes, la
casta de los propietarios, adinerados e intelectuales. Sus reyes y caciques
eran más que los representantes de los dioses, eran alter-egos de los propios
dioses, en una décima parte de su naturaleza divina, la restante, humanos.
Curiosamente para una
economía agraria, y aún más con una diferencia tan marcada entre las que tienen
todo y los que n tienen nada, en el País de los Dioses no había asalariados:
una costumbre peculiar no permite a un hombre recibir de otro salario a cambio
de trabajo. Mientras era permitido que se trabajase para otro si fuese para
saldar una deuda. Así, para subsistir, los vecinos tenían que contraer un
préstamo, aunque fuera simbólico. Después trabajaban como campesinos y
cocineros, picapedreros y carpinteros para sus acreedores, recibiendo, en
dinero, más abrigo y alimentos para sí y para sus familias por el periodo que
llevaba saldar la deuda: una vida.
Lo curioso de esta
estructura social era que los pobres no precisaban de dinero para vivir: les
bastaba tener una deuda para contratar trabajo y comida. Sólo necesitaban dinero en una situación: para casar una hija.
La costumbre inmemorial de la dote imponía que los vencidos, siempre sin
dinero, tuviesen que pedir prestado a un brahmán la cuantía necesaria, que
nunca era simbólica.
En estos casos les era exigido embargo. A falta de mejor
alternativa, era empeñada la misma novia: se esperaba que al día siguiente a su
casamiento se presentase en la residencia del acreedor. Ahí le servía de
concubina hasta que él se hartase; después era enviada a los campamentos de
madereros como prostituta hasta que la obligación familiar fuese saldada.
Entonces recuperaba su “libertad” y regresaba con su marido para comenzar la
vida familiar, trabajando ambos para otro bajo un contrato crediticio.
¿Qué llama más la atención
en esta sociedad? ¿Las relaciones laborales? ¿La sistematización de la
inmoralidad sexual? ¿La condición femenina? ¿La institución familiar, con el
binomio dote-prostitución para pagar la dote? ¿La injusticia social o la
pobreza material? Curiosamente, sociólogos y antropólogos que han estudiado la
sociedad del País de los Dioses constataban que no se notaba entre la población
ningún sentimiento de injusticia y, a parte del esporádico panfleto maoísta
fijado en un árbol, no se vislumbraba ningún movimiento de revuelta entre los
vencidos contra las relaciones sociales instituidas. Relativistas culturales,
sus conclusiones se resumen en un “si les gusta, ¿Quiénes somos nosotros para
juzgar?”
Indira Gandhi (1917-1984), en
cambio, no era una relativista cultural:
era una moralista que creía que esta estructura social era injusta e indigna de
seres humanos. En 1975, como primera ministra, y durante el periodo de estado
de emergencia, llevó a cabo un conjunto de reformas económicas que, se decía,
serían de gran alcance: reforma agraria, dando título de propiedad de pequeñas
parcelas de tierra a todas las familias, distribución de ganado entre los más
pobres, y acceso a crédito bonificado a
los más desfavorecidos. Con el cambio de la estructura de propiedad y
liberación de los pobres del dominio de los usureros locales, Gandhi esperaba
eliminar la abyecta sumisión secular de las castas más bajas.
También en el País de los
Dioses estas reformas se llevaron a cabo: los vencidos recibirían tierras y
ganados y fueron informados de que los créditos obtenidos en algunos de los
bancos en las principales ciudades serían bonificados. ¿Una revolución? Sin
duda. ¿Pero qué es lo más importante en
una revolución? ¿El cambio de la estructura de propiedad o el cambio de
mentalidad? La contrarrevolución no se hizo esperar. ¿Quién eran los
reaccionarios? Los pocos, pero inexorablemente, los nuevos propietarios se
enajenaron, voluntariamente y sin necesidad aparente, tierras y ganados y
volvieron al antiguo sistema de
deudor-acreedor. A principios de los ochenta un equipo de antropólogos
franceses que estudió el efecto de las reformas en el País de los Dioses
concluía: La reversión a la situación anterior permitía al grueso de las castas
bajas reavivar una reacción social con significado cultural en sus vidas: en la
India en general, y en Devbhumi en particular, la vida material es más una
expresión de un modo de estar relacional que una fuente de autonomía
individual. Voilà.
¿Cuál es la miseria más
miserable?
Professor de Finanças, AESE
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