viernes, 29 de enero de 2016

Devbhumi


JOSÉ MIGUEL PINTO DOS SANTOS 

22/09/2015 - 05:52

¿Qué es más importante en una revolución? ¿La alteración de la estructura de propiedad o el cambio de mentalidad?

La miseria existe bajo diferentes formas. Está la miseria material. La intelectual. Puede existir miseria en las relaciones sociales. Y, aunque muchos lo nieguen, hay también miseria moral. ¿Cuál es la más miserable?

Uttarakhand, un estado del norte de la India, en el Himalaya, es conocido también como Devbhumi, literalmente, el País de los Dioses. El paisaje montañoso y boscoso es magnífico, el urbano es deprimentemente pobre y sucio. El grueso de la población está constituido por las castas bajas, “los vencidos” en la designación usada, hasta hace bien poco, en la lengua local. Sin tierra ni capital, y por encima de todo analfabetos, vivieron durante siglos  bajo la dependencia de los brahmanes, la casta de los propietarios, adinerados e intelectuales. Sus reyes y caciques eran más que los representantes de los dioses, eran alter-egos de los propios dioses, en una décima parte de su naturaleza divina, la restante, humanos.

Curiosamente para una economía agraria, y aún más con una diferencia tan marcada entre las que tienen todo y los que n tienen nada, en el País de los Dioses no había asalariados: una costumbre peculiar no permite a un hombre recibir de otro salario a cambio de trabajo. Mientras era permitido que se trabajase para otro si fuese para saldar una deuda. Así, para subsistir, los vecinos tenían que contraer un préstamo, aunque fuera simbólico. Después trabajaban como campesinos y cocineros, picapedreros y carpinteros para sus acreedores, recibiendo, en dinero, más abrigo y alimentos para sí y para sus familias por el periodo que llevaba saldar la deuda: una vida.

Lo curioso de esta estructura social era que los pobres no precisaban de dinero para vivir: les bastaba tener una deuda para contratar trabajo y comida. Sólo necesitaban  dinero en una situación: para casar una hija. La costumbre inmemorial de la dote imponía que los vencidos, siempre sin dinero, tuviesen que pedir prestado a un brahmán la cuantía necesaria, que nunca era simbólica. 

En estos casos les era exigido embargo. A falta de mejor alternativa, era empeñada la misma novia: se esperaba que al día siguiente a su casamiento se presentase en la residencia del acreedor. Ahí le servía de concubina hasta que él se hartase; después era enviada a los campamentos de madereros como prostituta hasta que la obligación familiar fuese saldada. Entonces recuperaba su “libertad” y regresaba con su marido para comenzar la vida familiar, trabajando ambos para otro bajo un contrato crediticio.

¿Qué llama más la atención en esta sociedad? ¿Las relaciones laborales? ¿La sistematización de la inmoralidad sexual? ¿La condición femenina? ¿La institución familiar, con el binomio dote-prostitución para pagar la dote? ¿La injusticia social o la pobreza material? Curiosamente, sociólogos y antropólogos que han estudiado la sociedad del País de los Dioses constataban que no se notaba entre la población ningún sentimiento de injusticia y, a parte del esporádico panfleto maoísta fijado en un árbol, no se vislumbraba ningún movimiento de revuelta entre los vencidos contra las relaciones sociales instituidas. Relativistas culturales, sus conclusiones se resumen en un “si les gusta, ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?”

Indira Gandhi (1917-1984), en cambio,  no era una relativista cultural: era una moralista que creía que esta estructura social era injusta e indigna de seres humanos. En 1975, como primera ministra, y durante el periodo de estado de emergencia, llevó a cabo un conjunto de reformas económicas que, se decía, serían de gran alcance: reforma agraria, dando título de propiedad de pequeñas parcelas de tierra a todas las familias, distribución de ganado entre los más pobres, y acceso a crédito bonificado  a los más desfavorecidos. Con el cambio de la estructura de propiedad y liberación de los pobres del dominio de los usureros locales, Gandhi esperaba eliminar la abyecta sumisión secular de las castas más bajas.

También en el País de los Dioses estas reformas se llevaron a cabo: los vencidos recibirían tierras y ganados y fueron informados de que los créditos obtenidos en algunos de los bancos en las principales ciudades serían bonificados. ¿Una revolución? Sin duda. ¿Pero qué  es lo más importante en una revolución? ¿El cambio de la estructura de propiedad o el cambio de mentalidad? La contrarrevolución no se hizo esperar. ¿Quién eran los reaccionarios? Los pocos, pero inexorablemente, los nuevos propietarios se enajenaron, voluntariamente y sin necesidad aparente, tierras y ganados y volvieron al antiguo sistema  de deudor-acreedor. A principios de los ochenta un equipo de antropólogos franceses que estudió el efecto de las reformas en el País de los Dioses concluía: La reversión a la situación anterior permitía al grueso de las castas bajas reavivar una reacción social con significado cultural en sus vidas: en la India en general, y en Devbhumi en particular, la vida material es más una expresión de un modo de estar relacional que una fuente de autonomía individual. Voilà.

¿Cuál es la miseria más miserable?

Professor de Finanças, AESE



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