El ejemplo de optimismo y esperanza de una mujer de
armas, en una silla de ruedas. Un gigante, a pesar de sus 97 cms. De altura.
Una mujer entera que ya partió más de 90 veces sus frágiles huesos.
Están los pobrecitos y los
otros. Unos y otros tienen lesiones en el cuerpo, a veces profundas,
incurables, mortales. Pero unos, los pobrecitos, viven de la conmiseración de
los familiares y de los amigos, de la compasión pública. Se entregan a la
desgracia y hacen de ella su filosofía de ida. Los otros, no.
Eta historia no es sobre los
pobrecitos, sino sobre los otros, o sea, aquellos para quienes las maletas no
son pretexto para una existencia de pedigüeño, ni para una compasión ociosidad.
Los otros entienden que, a pesar de sus limitaciones, hay que entablar combate
todos los días. No viven de las limosnas que podrían mendigar, porque ganan la
vida con su trabajo. Y es de creer que, un día, también ganarán el cielo.
Mafalda Ribeiro no es una
pobrecita. Es de los otros. Es una mujer de armas, aunque sentada en una silla
de ruedas. Una gigante, a pesar de sus my escasos 97cms. De altura. Una mujer
entera, de un sola pieza, pero que, por causa de la osteogénesis que padece
desde que nació, ya ha roto más de noventa veces sus frágiles huesos. Sufre
dolores permanentes, pero irradia optimismo y esperanza. Decididamente, no es
una cobarde, sino una luchadora que llegó, por mérito propio, al podio de vencedores de la vida.
¿Cómo consiguió esta proeza?
Gracias a su fe –“soy cristiana convencida y esa creencia hizo que, por
ejemplo, nunca me consideré un accidente del cosmos”- pero también a su familia
y a su educación: “fui muy amada y muy deseada, lo que me ayudó a aceptarme
como soy. Transformé mis fragilidades en fuerzas”, dice en una entrevista a Visão,
el último día del año de 205.
Su palabra preferida es “obrigada”:
“yo me acuerdo de mañana, abro los ojos y la primera cosa que yo veo es esta
silla (de ruedas) eléctrica. Y después pienso: agradecida por este nuevo día”.
Ni siquiera la incómoda saberse dependiente de los familiares y amigos: “Mi
actitud ante esto es de enorme gratitud. El hecho de tener tan buenas personas,
genuinas, que me ayudan (…) es una bendición en mi vida”. Por eso también confiesa:
“Nunca me dio vergüenza pedir ayuda, nunca vi eso como una humillación. No
estoy a la espera de que los otros perciban que yo necesito ayuda y se ofrezcan”.
No obstante su condición
física, Mafalda no tiene una actitud pasiva: entiende las limitaciones como un
desafío que debe superar. En su vida no hay tiempo, ni ocio, para las
lamentaciones: “Yo fui a la facultad, voy a la discoteca, a la piscina, a la
playa, viajo, ando en moto, moto de agua, globo de aire caliente… nunca deje de
hacer absolutamente nada. Estar dependiente de alguien no me aprisiona. Mis
limitaciones no determinan mis límites”.
¿Y sus dolores constantes?
Sorprendentemente, para Mafalda son sólo un detalle, “porque el dolor es algo que
tu no controlas, pero el sufrimiento es opcional”… ¿Por qué? Porque Dios le
dio, como reconoce, una “capacidad fantástica” de conseguir “olvidarse de todas
las demás cosas”. Se explica mejor: “o sea, yo tengo siempre dolores y tengo
que tomar antiinflamatorios todos los días”, pero “no me quedo en el dolor”. Continúo
agradeciendo, hasta los dolores. No puedo cambiarlos, puedo decidir lo que voy
a hacer con ellos. No pregunto por qué el dolor, pregunto para qué”.
Pero hay algo que Mafalda
sufre con dificultad: la falsa compasión de los que, para aliviar su situación,
querrían eliminarla. Duele que alguien, que encontró en el ascensor, dijese de
ella: “más valía que Dios se la llevase”. Confiesa incluso, como desahogo, que “fue
una de las cosas más difíciles” que escuché en toda mi vida. Detesta la
crueldad, aún cuando se oculta bajo la apariencia de conmiseración. ¿¡No es el caso
de numerosos ‘piadosos’ adeptos de la interrupción voluntaria del embarazo, por
mal formación genética, o de los que, por ‘compasión’, defienden la eutanasia,
para poner término a una existencia dolorosa!?
Mafalda Ribeiro es completamente
contraria a la idea de que los discapacitados o son cobardes o son unos héroes”.
No ignora los peligros de un exceso de confianza en uno mismo, ni quiere pasar
por ser una ““Def maravilhosa”. Pero tiene fe en Dios, en los otros y en sí
misma. Hay quien piensa que es una tragedia y horror cuando se habla de
deficiencia, pero Mafalda desmitifica esa circunstancia: “antes de ser
deficiente, o portadora de deficiencia, soy persona. Eso es sólo una condición –mía
y de mucha gente en Portugal y en el mundo- pero no es lo que nos define”. Una
fe confiada y alegre, que la lleva a aceptar la situación y, más aún, a darse a
los otros, olvidándose de sí misma: “Cuando vives para los otro y percibes que
tienes que servir un propósito que es mayor que tú, no hay palabras para
describir esa alegría”.
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