sábado, 10 de agosto de 2013

Arminda y Manuel


Por José Luís Nunes Martins
publicada el 10 de agosto 2013 - 05:00


Era una tarde de mucho calor, Manuel resolvió volver a entrar en una iglesia…caminó a lo largo de la nave central y se sentó en el primer banco…en silencio interior, como si tuviese su alma de rodillas, intentó escuchar lo que allí había…casi nada, a penas una especie de vacío y el susurro de lo que parecía ser una pequeña oración de una niña que, entretanto, había llegado y se arrodilló en el banco de atrás…

Miró para adelante y, rendido, bajó la cabeza… sintió toda su vida allí, entre sus manos…

Después de algunos minutos de caos interior, sintiéndose libre del agujero negro que se le abría en el pecho, dice en voz baja:
-         Señor, sabes quien soy. Lo que siento y lo que espero en este destierro de mi soledad. Pero, Te suplico, a pesar de todo, que me escuches…Siento una infernal saudade por la mujer que es el amor de mi vida, Arminda, el Amor de mi vida… Nos conocimos después de la juventud, aprendimos a amarnos y nos amamos. Compartimos risas, sonrisas, lágrimas y dolores hondos… decidí, día tras día, paso a paso, a cada paso, seguir con ella.

Hoy, más que nada en el mundo, siento que me falta su abrazo. Vivir y ser feliz, allí, entre sus brazos.

Hoy la siento tan muerta como el día que murió en mis brazos…estoy perdido y triste…permíteme al menos este dolor absoluto que escondo a mis propios ojos… para que ahora sepan, para que ahora lloren…pero esta espina que tengo clavada en mi carne llega a hacerme, tantas veces, juzgar que el amor es una maldición…

Oh Dios, ¿por qué extraña razón se dice que es sólo hasta que la muerte nos separe? ¿A caso el amor no merece la eternidad? ¿Quién eres, Tú que, con una mano, me cedes la más bonita flor del jardín para después, con la otra mano, arrebatármela, para siempre, de mis brazos? ¿Serás por casualidad un Dios celoso que no quiere que alguien, en la tierra, pueda merecer tanto amor?

Siempre imaginé que el infierno es un paraíso sin amor…

La amo…ahora, tanto, como en los días, y noches, en que su perfume me revelaba que paz y felicidad son una y la misma cosa en el corazón de quien ama. El recuerdo de ese perfume me rescata del infierno que está a distancia de un deseo.
Hoy, ya libre de tanta guerra contra todo… resolví volver a apelar a Ti para que, pensando en mi sufrimiento y perdonando la montaña de mis errores, me des una señal de que mi vida es una espera con sentido, un intervalo entre dos eternidades…
Ya me queda muy poca esperanza, y mis sueños, todos los días, ya me duelen…de noche la busco, estando en mis brazos…siempre en vano. Abrazado a mi mismo descubrí, tantas veces, que el amor obliga a lo concreto… exige las almas pero también los cuerpos… se puede por ello esperar años, mas, no una eternidad.
A Ti, Dios mío, te pido solemnemente: No permitas que mi fuerza para cargar esta cruz se acabe…nunca.

Se santiguó y salió, nunca mas volvió a entrar en una iglesia.

Un tiempo más tarde, el día veintiocho de un mes de otoño de un año cualquiera, Manuel murió abandonado en la penumbra de un corredor de un hospital.
...
Aún mal recuperado de un largo y atribulado viaje, lo recibió una niña…la misma de la iglesia… Manuel se arrodilló delante de ella y, mirándose a los ojos, escuchó su dulce voz que le decía:

- Ahora mismo me apetece un abrazo…


1 comentario:

  1. Una interesante historia para el verano, al más puro estilo del romanticismo, muy adecuada para sacudirnos un poco la modorra, no sólo la del verano, sino de la modorra social y cultural, infectada de eufemismos buenistas y simplones, además de conformistas, es lo que hay. Pues no, José Luis nos ofrece hoy una historia entretenida y con sentido. Y como es una historia, lo dice todo y como lo dice bien se entiende perfectamente, y nos hace la vida más amable, vivible, con esperanza. Muchas gracias por este regalo.

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