Ntra. Sra. Del Tránsito (Zamora) |
A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, podemos
considerar el mensaje que contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas
escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.
La lucha entre la mujer y el
dragón: La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra
con dolores…en la historia vive continuamente
las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el
enemigo de siempre.
La oración con María, en especial el Rosario, tiene también esta dimensión «agonística», es decir, de
lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.
La resurrección. El apóstol Pablo insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo
ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. No es una idea sino un acontecimiento.
También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma
se inscribe completamente en la resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre ha sido «atraída» por el Hijo en
su paso a través de la muerte. Jesús entró definitivamente en la vida eterna
con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre,
que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón,
ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa
del Padre.
María ha conocido también el martirio de la cruz: ha vivido
la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de
la resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la
primicia de los redimidos, la primera de «aquellos que son de Cristo».
La tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud del que experimentando el
conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el
mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor.
El Magnificat es
el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la
historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros,
muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien:
mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes,
religiosas, jóvenes, también niños, que han afrontado la lucha por la vida
llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y humildes. «Proclama mi
alma la grandeza del Señor», así canta hoy la Iglesia en todo el mundo.
Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico de paciencia
y victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia triunfante con la
peregrinante, que une el cielo y la tierra, la historia y la eternidad.
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