El observador permanente de la Santa Sede en Ginebra afirmó
que solo con la abolición de la pena de muerte “será posible construir una
sociedad más justa, centrada en el respeto total por la dignidad humana”
El arzobispo esloveno D. Ivan Jurkovic, observador permanente
de la Santa Sede junto a las Naciones Unidas y de otras organizaciones
internacionales con sede en Ginebra, en la sesión del Consejo de los Derechos
Humanos del pasado día 1 de marzo, declaró que el Vaticano está contra la pena
de muerte porque, como recordó, “la vida es sagrada desde su concepción hasta la muerte natural” y, por eso, también “un
criminal tiene el derecho inviolable a la vida”.
Esta posición oficial de la Santa Sede, asumida por su
representante diplomático junto a los organismos de Naciones Unidas en Ginebra,
no es absolutamente inédita, porque en el magisterio reciente de los últimos
papas, principalmente san Juan Pablo II y Benedicto XVI, fueron frecuentes las
apelaciones en este sentido. Con todo, no es habitual que la Iglesia Católica
afirme, de manera tan solemne y formal, contra la pena capital, divergiendo mucho
de lo que, a este propósito, se lee en las ediciones de 1993 y 1997 del
Catecismo de la Iglesia Católica (CIC).
Por eso, en su primera versión, el CIC afirmaba: “se
reconoce a los detentadores de la autoridad pública el derecho y la obligación
de castigar con penas proporcionadas a la gravedad del delito, incluida la pena
de muerte en casos de extrema gravedad, si otros procesos no bastaran” (CIC,
1993, nº 2266). Se añadía sin embargo que “En la medida en que otros procesos,
que no la pena de muerte y las operaciones militares, bastaren para la defensa
de las vidas humanas contra el agresor y para proteger la paz pública, deben se
preferidos tales procesos no sangrientos” (CIC, 1993, nº 2267).
No obstante en esta primera edición se dice, expresamente,
que la pena de muerte solo podrá ser legítima “en casos de extrema gravedad” y
solo “si otros procesos no bastaren”, muchos obispos consideraron inadecuados
estos términos por lo que, en la edición siguiente, la pena de muerte solo es
permitida en casos tan excepcionales que, en realidad, es prácticamente abolida:
“la doctrina tradicional de la Iglesia, mientras no haya duda ninguna a cerca
de la identidad y de la responsabilidad del culpable, no excluye el recurso a
la pena de muerte, si fuere esta la única solución posible para defender
eficazmente vidas humanas de un injusto agresor. [...] En verdad, en nuestros
días, debido a las posibilidades de que disponen los Estados para reprimir
eficazmente el crimen, volviendo inofensivo a quien lo comete, si con eso le
quita definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en que se vuelve
absolutamente necesario suprimir al reo ‘son ya muy raros, si no prácticamente inexistentes’”
(CIC, 1997, nº 2267).
Según el representante pontificio en las Naciones Unidas, en
Ginebra, la pena de muerte es éticamente reprobable por el hecho de que “toda
justicia humana es falible” y, por eso, “en la aplicación de la pena capital hay
siempre la posibilidad de quitar la vida a una persona inocente”. D. Ivan
Jurkovic añadió que no consta que la pena de muerte sea particularmente eficaz
en la prevención de la criminalidad.
Para el portavoz de la Santa Sede, que evocó, para el caso,
varias intervenciones del Papa Francisco en este sentido, el Estado, a través
de la ley y la justicia, debe “dar a los condenados la posibilidad de arrepentirse
y de rectificar, en la medida en que aún sea posible, las consecuencias de sus
actos.
A su vez, el Papa Francisco, en una carta reciente enviaba
al presidente de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, defendía
que, “Para un Estado constitucional, la pena de muerte representa un fracaso,
porque lleva al Estado a matar en nombre de la justicia”. “Y la justicia –según
el papa Francisco- nunca se alcanza por la muerte de un ser humano”.
D. Ivan Jurkovic afirmó aún que solo con la abolición de la
pena de muerte “será posible construir una sociedad más justa, centrada en el
respeto total por la dignidad humana”. El observador permanente de la Santa
Sede en Ginebra aprovechó todavía para hacer una apelación: “Esta debe ser
también una ocasión para estimular a los Estados a mejorar las condiciones en
los establecimientos penitenciarios, de modo que el respeto por la dignidad
humana sea garantizado para todos, independientemente del crimen cometido”.
Para Portugal, que muy justamente se enorgullece de haber
sido pionero en la abolición de la pena de muerte, son excelentes estas
noticias venidas de Ginebra, como lo son también para todos los que, en el
mundo entero, siendo o no católicos,
comparten los mismos sentimientos humanitarios. Quiera Dios que en breve
sea posible la definitiva erradicación de la pena capital, principalmente en
China, en Corea del Norte, en Afganistán, en los Estados Unidos de América y en
todos los otros países donde, lamentablemente, aún está en vigor.
http://observador.pt/opiniao/a-igreja-e-a-pena-de-morte/