“Que o vosso serviço seja sem a
maquilhagem da adulação e da lisonja, pois tal como o frio na Primavera ou
calor no Outono, favor recebido em troca de bajulação é o mais fugaz dos
estados.”
“Que vuestro servicio sea sin el
maquillaje de la adulación y de la lisonja, pues así como el frío en la
primavera o el calor en el otoño, el favor recibido se cambia en adulación es
el más fugaz de los estados”.
Querer agradar a los otros es una
tendencia innata en toda persona sana. Y demos gracias a Dios que en su inmensa
sabiduría nos hizo así, pues esta tendencia natural ameniza la vida social y
engrasa la convivencia personal. Mientras tanto, como diría Aristóteles, hay
desviaciones por defecto y desviaciones por exceso a esta tendencia saludable.
Por un lado están los arrogantes
e irascibles que no piensan dos veces antes de insultar y amenazar a otra
persona por quítame allá esas pajas. También están los orgullosos y distantes
que no son capaces de sonreír ni de decir una palabra amable en ninguna
situación.
Por otro lado están los que nunca
son capaces de decir que no ni siquiera en asuntos críticos, por flaqueza, o
simplemente por miedo a ofender. A estos se juntan los que no sólo nunca
ofrecen una opinión diferente, por inteligencia mezclada con flaqueza y
únicamente para no dañar su progreso personal o profesional, sino también, para
potenciar este progreso, están siempre prontos a aprobar y elogiar lo que cualquiera
que esté por encima de ellos haga o diga.
La existencia de personas con
esta última patología en todo tipo de organizaciones está bien documentada.
Para confirmarlo basta leer en Linkedin artículos como “los siete tipos de
trabajadores”, o “Los ocho tipos de colegas”, o “los nueve tipos de jefe”,
donde se incluyen siempre la categoría de adulador. Mientras tanto esta
literatura es siempre descriptiva y nunca presenta una prescripción para la
corrección de esta deformidad del
comportamiento.
Viene así a propósito transcribir
una crónica sobre Sorori Shinzaemon 曽呂利新左衛門, que floreció
en la segunda mitad del siglo dieciséis, y que además de bufón y tonto de la
corte fue también consejero y confidente de Toyotomi Hideyoshi 豊臣秀吉 (1536—1598), el generalísimo que
dominó la vida política en el Japón de esa época. Este documento antiguo reza
así:
“Cuando Hideyoshi reinaba sobre este nuestro
Japón, tenía siempre consigo este contador de historias, por nombre Sorori
Shinzaemon, que era su compañero inseparable, amigo íntimo y confidente de
suprema confianza. Este Shinzaemon era envidiado por alguno de los secretarios
y consejeros y otros cortesanos del generalísimo, que no eran más que
aduladores, musculados en la lengua pero sin vigor cerebral. Un día en que Taiko
[título honorífico adoptado por Hideyoshi y que es frecuentemente traducido
como “regente”] le mostraba especial aprobación y reconocimiento a través de la
oferta de un regalo de especial valor, uno de estos se aproximó y dice al
confidente:
-Tienes, en verdad, la oreja de
Taiko en tu manga, y lo que quiere que hagas o digas parece que lo satisface
sin igual ni comparación ni semejanza. Por el contrario, su ira es reservada
para nosotros y distribuida libremente y sin restricciones. Te pido que me
digas: ¿Cuál es tu receta?
Respondió Shinzaemon:
– Coméis arroz cada vuelta
del Sol?
Respondió el adulador
profesional:
– Ciertamente.
– ¿Cuál es- preguntó Shinzaemon-
el sabor del arroz?
Replicó: o outro:
– No tiene sabor especial. Simplemente es bueno para llenar la barrigay quitar
el hambre.
Preguntó entonces Shinzaemon:
– ¿Os gustan los bollos azucarados y los pasteles picantes?
La respuesta fue:
– Sí, ¿Y a quien no le gustan?
– Entonces por qué no coméis bollos
y pasteles, siempre y todos los días, en vez de arroz que decís que no tiene
gusto especial?
El interlocutor se quedó quieto y
mudo hasta que se le ocurrió decir:
– A pesar de que los dulces y las
especias tienen un sabor más agradable en el momento en que son saboreados,
rápidamente empalagan, mientras que el arroz no cansa por más que lo
comamos.
Cuando Shinzaemon oyó esta respuesta se rió y exclamó:
– Habéis respondido vuestra propia pregunta. Como dice el proverbio, son dos las cosas que nunca se marchitan, la noche de luna y el arroz bien cocido. Vosotros ofrecéis diariamente a nuestro señor bollos y pasteles de sabor refinado, pero pronto se vuelven desagradables a su paladar. Yo le ofrezco solamente el humilde arroz que, a pesar de no tener sabor especial, no le causa tedio. Si queréis saber mi receta es la siguiente: que vuestro servicio sea revestido de sinceridad y sin maquillaje de adulación y lisonja, pues así como el frío en la primavera o el calor en el otoño, favor recibido a cambio de adulación es el más fugaz de los estados”.
En Portugal el soberano es el
pueblo. ¿Podrá el consejo de Shinzaemom servir a algún magistrado, consejero o
secretario al servicio de nuestro soberano?
http://observador.pt/opiniao/o-adulador/
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