Una conclusión inquietante: en pleno Estado Nuevo, el Dr. Álvaro Cunhal
fue mejor tratado por la universidad de Lisboa que, en democracia, el Dr. Jaime
Nogueira Pinto por la Universidad Nueva.
Anda por ahí un gran revuelo, porque
la Universidad Nueva prohibió al Dr. Jaime Nogueira Pinto participar en una conferencia
debate, promovida por un grupo de estudiantes de esa prestigiosa institución
universitaria.
En buena hora, algunos alumnos de
aquella escuela superior, con aquel paternalismo que es tan querido en cierta
izquierda que piensa tan bien que hasta piensa por los que no piensan como
ella, impidió una peligrosa iniciativa: nada menos que -¡imagínense!- ¡pensar y
debatir sobre cuestiones de actualidad política! La celosa corporación
universitaria, a través de la dirección de dicha facultad, con el coraje que
caracteriza a algunos de nuestros más ilustres intelectuales, cedió a la
prepotencia de las dos docenas de estudiantes bolcheviques y canceló el debate,
con el gastado argumento del orden
público y seguridad, de tan recurrente uso por los tiranos.
No son muy de extrañar estos tics
totalitarios de los estudiantes izquierdistas que pululan por nuestras
universidades. Benedicto XVI también fue víctima de la misma intolerancia por
parte de otros tantos energúmenos universitarios de Roma.
Hace tiempo, una asociación de
estudiantes de una facultad de derecho de la capital promovió un debate sobre
matrimonio entre personas del mismo sexo, para el cual se invitó a oradores
favorables a esa propuesta, muy de acuerdo, por tanto, con la teoría y práctica
del pensamiento único. De ahí que, un grupo de estudiantes menos alienado con
esa ortodoxia política, se atrevió a proponer una sesión en sentido contrario,
con dos profesores de la casa, un reputado sicólogo clínico y un sacerdote
católico que, sobre ese tema, había publicado un ensayo en colaboración con un
juez de desembargos. Excusado será decir que las dificultades fueron muchas,
aunque el debate vino a realizarse, con una numerosa y participativa presencia
de alumnos de todos partidos políticos e ideologías.
Es muy saludable que se reconozca
a los alumnos de enseñanza superior el derecho de asociación, pero es
preocupante que una decisión adoptada por solo 24 alumnos –según Joao Miguel
Tavares, en Público el 9 de marzo – pueda contradecir principios fundamentales
de nuestra Constitución, que son la esencia del Estado de derecho democrático,
como es la libertad de pensamiento y de expresión. Es incluso paradójico que
los pretendidos defensores de la libertad sean los que se oponen, en la
práctica, al más elemental ejercicio de esa libertad, según una muy conocida y
practicada contradicción entre teoría y praxis comunista. Por este andar,
mañana un estudiante creyente o conservador no podrá frecuentar la enseñanza
universitaria estatal, reservada, en régimen de exclusividad, a los camaradas
de los omnipotentes dirigentes asociados.
Es lamentable que la dirección de
la facultad en cuestión se deje intimidar, hasta el punto de no permitir que
tenga lugar un debate que algunos alumnos, con no menos legitimidad que cualquier
otra asociación estudiantil, se propusieran realizar, contando para el caso con
la presencia de una personalidad de reconocido prestigio intelectual, como es,
indiscutiblemente, el Dr. Jaime Nogueira Pinto. No solo no se comprende que los
órganos académicos hayan dimitido de su deber de garantizar esa iniciativa
cultural, sino que también es inexplicable que la misma autoridad universitaria,
así como el ministro competente, no hayan puesto orden en la barraca.
No es menos preocupante que estos
acontecimientos hayan ocurrido donde menos era de esperar: en una universidad.
Por su propia definición e historia, la universidad, que es una institución de
creación eclesiástica, es un centro de investigación y estudio, pero también de
debate y de libertad. Así era, por ejemplo, la primitiva universidad, donde
eran admitidas todas las cuestiones, también las que contradecían el dogma
católico, en las célebres “questiones disputae”. Lo propio de una universidad
es, precisamente, la universalidad, o sea, la apertura al estudio y debate de
todas las corrientes de pensamiento social, desde el fascismo de Musolini y el
nacionalsocialismo de Hitler, hasta las doctrinas de Marx, Engels, Lenin y
Estalin. Una escuela donde no hay pluralismo es un centro de propaganda ideológica, pero no
es, en la verdadera acepción del término, una universidad.
En el referido debate
universitario sobre el derecho al matrimonio, el sacerdote católico inició su intervención
alabando aquel establecimiento de
enseñanza superior, por haber sido donde, en pleno Estado Nuevo, se licenció
Álvaro Cunhal, entonces detenido por razones de orden político. A pesar de ser
comunista, presentar una disertación en que haría la apología del sistema
soviético y defender lo que, según la legislación penal entonces vigente, se
consideraba un crimen, su disertación fue generosamente aprobada, con muy buena
nota (16 valores), por un jurado del que también formaba parte el último jefe
de gobierno del anterior régimen, el profesor Marcelo Caetano, que había sido
comisario nacional de la Mocidade Portuguesa.
La conclusión es clara e
inquietante: el Dr. Álvaro Cunhal fue mejor tratado por la universidad de
Lisboa, en pleno Estado Nuevo, de lo que, en democracia, el Dr. Jaime Nogueira
Pinto, por la Universidade Nova. Tal vez no haya sido por casualidad que la
Asociación 25 de Abril intervino, en defensa de la libertad de pensamiento y
expresión, tan amenazada por grupos de extrema izquierda que no esconden su
mentalidad y prácticas totalitarias.
Si, donde estuviera el espíritu
del líder histórico de los comunistas portugueses, no hubiera noticias de lo
que pasa por aquí, el Dr. Cunhal tal vez piense que, ahora, hay más libertad en
los medios universitarios portugueses que en su tiempo. Pues... “mire que no,
señor doctor, mire que bo!”
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