En Cova da Iria los pastorcitos tuvieran visiones y no apariciones,
pero el valor no es menor porque, como señaló Benedicto XVI, las visiones
tienen una fuerza de presencia tal que equivalen a la manifestación externa
sensible.
Todavía no ha sido el centenario
de la primera aparición de Nuestra Señora en Fátima y ya abundan las
alegaciones ‘desmitificadoras’ del fenómeno ocurrido en Cova da Iria, ahora
reducido a una mera narrativa, que cada cual interpreta según su parecer. Los
hechos ocurrieron del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, teniendo por
protagonistas a tres niños: los hermanos Francisco y Jacinta Marto, que el papa
Francisco va muy felizmente a canonizar el próximo día 13, y la prima de ellos,
Lucía dos Santos, que fue la relatora de las apariciones.
Para algunos, todo aquello no
pasó de un mero embuste político religioso, para el que fueran engañadas unas
criaturas analfabetas que, a cambio de a saber qué cosa, se prestaron a ser
videntes de absurdas apariciones celestiales. Para otros, es evidente que la
maniobra tuvo mano clerical e intención marcadamente antirrepublicana, en
tiempos en que la Iglesia Católica era ferozmente perseguida por los Alfonsos
Costas de este país. También los hay que, aún afirmando ser fieles, miran con
desdén este tipo de fenómenos, que reprueban en nombre de su impoluta
racionalidad, más libre pensadora que verdaderamente católica. Es motivo para
preguntar: ¿al final, en qué quedamos?
Quien lea las memorias de la
Hermana Lucía, la vidente que sobrevive y relató los acontecimientos
extraordinarios ocurridos en Cova da Iria en 1917, percibe de inmediato que, si
alguna presión sufrieron aquellas tres criaturas, sea por parte del párroco,
sea aún por parte de las familias – ¡que, al efecto, hasta recurrieron a vías
de hecho!- fue precisamente en el sentido de obligarlas a desmentir las
apariciones. También las celosas autoridades públicas hicieron de todo para
obligar a los videntes a desdecirse o, por lo menos, revelaron el secreto que
les había sido dicho por su celestial interlocutora.
La propia Iglesia portuguesa,
desde el principio, no reaccionó positivamente a las apariciones. Sólo el 13 de
mayo de 1922 se inició la investigación canónica relativa a los acontecimientos
de Fátima, que concluyó ocho años y medio después, el 13 de octubre de 1930,
con la aprobación del culto y de las apariciones, que no constituyen, con todo,
materia de fe.
En este sentido, el Padre Anselmo
Borges, en entrevista al Expreso, el 16-4-2017, afirmó: “Puedo ser un buen
católico y no creer en Fátima, porque no es un dogma”. Es verdad que Fátima no
es, y nunca podrá ser, un dogma, pero es poco probable que pueda ser un “buen
católico” quien no acepte el veredicto de la jerarquía eclesial en relación a
las apariciones, incluso porque la totalidad del mensaje atribuido a la ‘Señora
más brillante que el sol’ es de una total e irreprensible coherencia
evangélica. Además, ninguna revelación particular, como es el caso, puede ser
reconocida por la Iglesia si no fuera absolutamente coincidente con la fe
católica.
El P. Anselmo Borges igualmente
declaró: “Es preciso también distinguir apariciones de visiones. Es evidente
que Nuestra Señora no se apareció en Fátima. Una aparición es algo objetivo.
Una experiencia religiosa interior es otra realidad, es una visión, lo que no
significa necesariamente un delirio, pero es subjetivo”.
La distinción entre apariciones y
visiones no es ninguna novedad pues, como recordó Benedicto XVI, cuando era Cardenal
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “la antropología
teológica distingue, en este ámbito, tres formas de percepción o “visión”: la
visión por los sentidos, o sea, la percepción externa corpórea; la percepción
interior; y la visión espiritual (visio sensibilis, imaginativa,
intellectualis). Es claro que, en las visiones de Lourdes, Fátima, etc, no se
trata de percepción externa normal de los sentidos: las imágenes y las figuras
vistas no se encuentran fuera en el espacio circundante, como está ahí, por
ejemplo, un árbol o una casa. Esto es bien evidente, por ejemplo, en el caso de
la visión del infierno (descrita en la primera parte del “secreto”, pero se
puede fácilmente comprobar también otras visiones, sobre todo porque no eran
captadas por todos los presentes, sino solo por los “videntes”. De igual modo,
es claro que no se trata de una “visión” intelectual sin imágenes, como
acontece en los altos grados de la mística. Se trata, por tanto, de la
categoría intermedia, la percepción interior que, para lo evidente, tiene una
fuerza de presencia tal que equivale a la manifestación externa sensible”
(Cardenal Joseph Tatziner, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, comentario teológico, en el Mensaje de Fátima, 26-6-2000
Siendo así, no ofrece duda que,
de hecho, Nuestra Señora no apareció, en sentido técnico, en Cova de Iria. Que
se haya tratado de una visión y no de una aparición no permite, con todo,
afirmar que fue, como dice el P. Anselmo Borges, solo una “experiencia
religiosa interior” de los videntes, ni que, no siendo “necesariamente un
delirio”, habría sido algo meramente “subjetivo”.
Benedicto XVI, en su ya citado
comentario teológico al mensaje de Fátima, aclara: “Este ver interiormente no
significa que se trate de fantasía, que sería solo una expresión de la
imaginación subjetiva. Significa, antes bien, que el alma recibe el toque suave
de algo real pero que está más allá de lo sensible, volviéndose capaz de ver lo
no sensible, lo no visible a los sentidos; una visión a través de los “sentidos
internos”. Se trata de verdaderos “objetos” que tocan el alma, aunque no
pertenezcan al mundo sensible que nos es habitual”. Aténgase a los términos
usados por el Cardenal Ratzinger para describir las ‘arici0ones’ de Fátima: no “se
trata de fantasía”, ni de “una expresión de la imaginación subjetiva”, sino de “algo
real”, de “verdaderos ’objetos’”!
Prosigue Benedicto XVI, en su Comentario
Teológico: “Como dijimos, la “visión interior” no es fantasía –al contrario que
el término ‘visión imaginativa’, usado por D. Carlos Azevedo, en su entrevista
a Público, el pasado día 21, podría llevar a creer –“sino una verdadera y
propia manera de verificación. Lo hace, sin embargo, con las limitaciones que
le son propias. Si, en la visión exterior, ya interfiere el elemento subjetivo,
esto es, no vemos el objeto puro sino este nos llega a través del filtro de
nuestros sentidos que tienen que operar un proceso de traducción; en la visión
exterior, eso es aún más claro, sobre todo cuando se trata de realidades que
por sí mismas sobrepasan nuestro horizonte.
Nada tiene de sorprendente este
esclarecimiento si se tuviera en cuenta que, también en el Evangelio, se
recurre con frecuencia a metáforas que facilitan la comprensión de los
misterios de la fe: es obvio que el infierno no puede ser fuego, ni el cielo un
banquete y, cuando Jesús dice que él es “la vid verdadera” (Jn 15,1), no se
atribuye a sí mismo una naturaleza vegetal, sino que solo sugiere que, de la
misma forma que los sarmientos están unidos al tronco y de él reciben la vida,
así también los cristianos en gracia están injertados en Cristo, de quien les
viene la energía que alimenta su vida sobrenatural.
“Esto” –prosigue el Cardenal Ratzinger- “es
patente en todas las grandes visiones de los santos; naturalmente vale también
para las visiones de los pastorcitos de Fátima. Las imágenes delineadas por
ellos no son en modo alguno mera expresión de su fantasía, sino fruto de una
percepción real de origen superior e íntima”. Por tanto, si se trata, como explica Benedicto XVI, de
una “percepción real de origen superior e íntima” y “no solo expresión de
alguna mera expresión de su (de ellos,
los pastorcitos) fantasía”, se impone una conclusión: su valor no es menor que
si se hubiese tratado, en sentido técnico, de auténticas apariciones, pues “tiene
fuerza de presencia tal que equivale a la manifestación externa sensible”. Razón
que explica también que la Conferencia Episcopal Portuguesa, en su nota
pastoral sobre el centenario de Fátima (Fátima, Señal de Esperanza para nuestro
tiempo, Carta Pastoral en el centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en
Fátima, 2016) mantenga el uso del término “apariciones”, no siendo incluso
técnicamente el más preciso. También el inquilino se refiere a la casa como
siendo suya, aunque jurídicamente no sea su propietario.
Como sintetizó el entonces Cardenal
Secretario de Estado, Ángelo Sodano, en la celebración eucarística de la
beatificación de Jacinta y Francisco Marto, en Cova da Iria, el 13-5-2000,
presidida por San Juan Pablo II, “la visión de Fátima se refiere sobre todo a
lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos y describe el
sufrimiento enorme de los testimonios de fe del último siglo del segundo
milenio. Es un víacrucis sin fin, guiada por los Papas del siglo XX.