Sería injusto juzgar a
toda la enseñanza estatal por esta desgraciada experiencia, que se repite
anualmente, ante la indiferencia general. ¿Qué se necesita para poner término a
este escándalo programado y consentido?
Todos los años, a la altura de las fiestas de Pascua, la
noticia del mal comportamiento de los estudiantes portugueses en España se
repite. Con más o menos alumnos, más o menos daños, más o menos días de
estancia, es siempre la misma poca vergüenza, la que padres, encargados de la
educación, profesores y funcionarios del Ministerio de Educación parecen no
poner ninguna atención.
Millares de alumnos de varias escuelas públicas del norte al
sur del país, pusieron rumbo a las costas españolas, con la intención de ahí
anticipar los festejos por a conclusión de sus estudios de Enseñanza Media. Son
turbas de vándalos, que reciben el pomposo nombre de finalistas y que, todos
los años, deciden hacer una expedición punitiva por tierras de Castilla. En ese
intento belicoso, recuerdan la panadera de Aljubarrota, no por patriotismo,
dado el mal servicio prestado al buen nombre de Portugal, sino por saña. Pero,
mientras aquella feroz mujer golpeaba con fuerza en el cogote de los
castellanos, los finalistas prefieren arremeter con violencia contra las
instalaciones hoteleras en que son alojados.
En este año de gracia, la desgracia fue aún mayor, al punto
de forzar la repatriación de las huestes académicas, antes de haber terminado
el periodo que se proponían pasar en Torremolinos y otras estancias baleares.
Una de las estudiantes expulsadas manifestó, con todo, su
sorpresa: “la única cosa que vi fue una pared escrita y cosas en el ascensor,
hubo estragos y cosas rotas, pero es algo normal en un viaje de finalistas” (Público,
10-4-17). Muy esclarecedor: al final: ¡eran todo estragos normales! La madre de
la misma alumna también desdramatizaba el vandalismo.: “están poniendo un
énfasis tan grande en estos jóvenes mientras esto acontece en todos los
sitios”. Claro, con padres como estos, no es extraño que la chiquillería sea
tan mimosa.
Pero, ¿Cuáles fueron los estragos normales? Según El País,
“los jóvenes rompieron azulejos, utilizado extintores, tirado colchones por las
ventanas y una televisión a la bañera”. Todo tan normal que dicha estudiante,
alumna de 12º año de Escuela Filipa de Vilhena, en Porto, hasta se extraña de
la extrañeza de los responsables de las instalaciones: “Era la primera vez que
el hotel recibía finalistas y debe haber exagerado aquello”. Tal vez también
haya sido la última vez que recibió jóvenes salvajes portugueses...
Miguel, nombre ficticio de otro estudiante, corrobora la
misma versión de los acontecimientos, pues afirma que “los estragos fueron
mínimos”, aunque después aclare que los desacatos comenzaron tras un incendio
en el cuarto de una estudiante de Lisboa. De hacho, un incendio en un cuarto
es, precisamente, lo que técnicamente se clasifica como estrago mínimo, porque
un gran estrago sería un terremoto, un volcán o un tsunami y, felizmente, nada
de so aconteció. ‘Honi soit qui mal y pense!’
Como consecuencia de dichos “estragos mínimos”, el empresario
hotelero exigió la garantía a la que los turbulentos huéspedes lusitanos
estaban obligados, en previsión de posibles daños. Como explica Miguel, fue es
la gota que colmó el vaso: “Ahí sí, hicimos estragos en el hotel. Es verdad. En
el desarrollo de la acción, después nos dicen que no había garantía. Si nos van
a quitar el dinero por los estragos que no hicimos, vamos realmente a hacer
estragos. Y ahí los estragos fueron hechos...”. ¿Muy educativo, no es? Esta
pandilla, decididamente, promete.
Afortunadamente, en estos casos, más allá de los padres que
justifican la espontaneidad de sus retoños –nunca mejor dicho- también hay
sicólogos que ayudan a la fiesta, justificando las hazañas de talentosos
portentos pre universitarios. Es el caso de Sonia Seixas, que explica que estas
situaciones “tienen que ver con estilos educativos y no solo (...). Existen
varios factores facilitadores de esta ecuación: Las cuestiones hormonales, la
influencia del grupo y posible efecto del alcohol y sustancias psicoactivas”.
Viene al caso decir: ¡“ganda”(gansada) estilo educativo!
Tal vez no todos los lectores crean, pero la verdad es que,
cuando lei los primeros relatos de los desacatos de los licenciados portugueses
por tierras de ‘nuestros hermanos’, desconfié luego que aquello eran “cuestiones
hormonales”. Que les arroje pues la primera piedra quien, por cuestiones
hormonales, nunca tiró una televisión a la bañera. Es evidente por demás que es
una cuestión de hormonas. Tal vez también haya habido alguna influencia de los
astros. Creo que los profesores Caramba, Fofana e Alimu, entre otros, podrían dar
una valiosa contribución a este estudio científico.
Sería injusto juzgar a toda la enseñanza pública por esta
desgraciada experiencia, que se repite anualmente, ante la indiferencia de los
padres, de losprfesores, de las escuelas públicas y del Ministerio de
Educación. Años ha, hubo ya alguna víctima mortal que lamentar, probablemente,
van a ser necesarias unas cuantas para que el país despierte, finalmente, y
ponga término a este escándalo programado y consentido.
Todos los años también , en la misma época de las fiestas de
Pascua, millares de jóvenes europeos aprovechan para ir a otros países, visitar
museo y participar en actividades culturales. Muchas centenas de estudiantes de
Enseñanza Media españoles hacen, hace varios años, el recorrido inverso a los
finalistas portugueses y ponen rumbo a Fátima, donde pasan la Semana Santa. Son
alumnos de colegios católicos, que dedican su tiempo libre a actividades de
formación cristiana de solidaridad social, con algunos colegas portugueses,
principalmente en centros para deficientes profundos de la União das
Misericórdias Portuguesa. Más alláde las actividades de naturaleza religiosa, a cargo
de capellanes de sus colegios , también realizan trabajos de índole cultural y
deportiva: por una extraña mutación genética, sus hormonas no los lleva a tirar
televisores a la bañera, sino a ayudar a otros, sobre todo más necesitados. Si
no fuesen alumnos de colegios privados, que cuentan con asistencia espiritual
de los padres de la prelatura del Opus Dei, seguro que serían noticia. Si
hubiese más hormonas, alcohol y drogas, la cobertura mediática estaría
garantizada.
Sólo hay una cosa que la prensa, tan prolija en lo que se
refiere a gestas de los estudiantes portugueses por tierras castellanas, aún no
logró explicar el final: ¿Al final, de qué son finalistas? ¿Será de criminalidad?
http://observador.pt/opiniao/finalistas-de-que/
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