La eutanasia es un ‘verdadero
retroceso cultural y científico’ porque, como denunciaran cinco de los últimos
presidentes de la Orden de los Médicos, ‘no es otra cosa que quitar la vida”.
Es muy loable que, en democracia,
los ciudadanos sean llamados a participar, a través del refrendo, en las
decisiones políticas de más relevancia social. Pero no todo se puede someter a referéndum
en ciertas materias, por su naturaleza y complejidad, no deben ser sometidas a
plebiscito sin antes ser ponderadas por quien es competente en esas cuestiones,
pues no siempre el parecer de la mayoría es el más informado y prudente. Además,
en la era de la comunicación y de la publicidad, es relativamente fácil
manipular la opinión pública, sobre todo por los grandes grupos político económicos
y sus aliados en los medios.
También se debe evitar el tardío
corporativismo de otros tiempos, porque las razones profesionales a veces
esconden, bajo apariencia científica, opciones políticas, filosóficas,
religiosas o sociales. En este sentido, se debe proveer para que las asociaciones
profesionales no limiten la libertad de pensamiento y de expresión de sus
miembros –como fue el caso de una infeliz intervención reciente del presidente
de la Asociación de los Psicólogos- ni pacten con intereses privados contrarios
al bien común.
En cuestiones de salud pública,
no es fácil distinguir entre lo que es exigible a todos los profesionales y lo
que es opinable. Cuando una cuestión sanitaria admite varios enfoques ideológicas,
es necesario que los profesionales de salud sean consultados. Así debería haber
sucedido en relación al comienzo de la vida humana, que hoy la ciencia unánimemente
reconoce ocurrir en el momento de la concepción. Y lo mismo puede decirse en
relación a la muerte provocada.
La eutanasia es, ciertamente, una
cuestión de civilización que excede la competencia específica de los médicos,
aunque su parecer no puede ser ignorado, además porque, muchas veces, se
esgrimen argumentos de orden clínico en su defensa – como, por ejemplo, se alega
la imposibilidad de impedir el sufrimiento de un enfermo terminal. Más aún se
pretende que sean los profesionales de la salud quienes practiquen actos
incompatibles con la deontología médica, oponiéndose al juramento que los obliga a
defender siempre la vida de sus pacientes.
Como el observador notició el 3
de octubre de 20016, los cuatro últimos presidentes de la Asociación de Médicos
–José Manuel Silva, Carlos Soares Ribeiro, Germano de Sousa y Pedro Nunes – así
como el profesor Antonio Gentil Martins, que también presidente, se
pronunciaron todos contra la eutanasia, el suicidio asistido y la distanasia.
Afirmaron aun que, el médico que realice estos actos, “niega lo esencial de su
profesión, convirtiéndose en causa de mayor inseguridad en los pacientes y
generador de muertes inaceptables”. También el nuevo presidente, Miguel
Guimaraes, no solo está contra la eutanasia, sino que entiende que, por no
tratarse de un acto médico, no puede ser practicado por médicos, ni en
hospitales (DN, 22-2-2017).Si se tiene en cuenta que todos fueron elegidos
democráticamente, se puede concluir que los médicos portugueses son, en su gran
mayoría, contrarios a la eutanasia. Un dato ciertamente relevante para los
ciudadanos y, sobre todo, para los gobernantes y legisladores.
La dimensión ética y la
competencia científica distinguen al médico del mero curandero: este no tiene
otra finalidad que no sea la de reparar un organismo, pero el clínico sabe que
su misión no busca solo el buen funcionamiento de una máquina, como es el
cuerpo, sino el bien del ser humano en su todo. Por eso, el médico no debe ceder
a la tentación del encarnizamiento terapéutico, o distanasia, porque ese exceso
perjudicaría gravemente el bienestar del paciente.
No extraña, por tanto, que el
nuevo presidente de la Asociación de los Médicos haya dicho, en su toma de
posesión, el pasado día 18 de febrero, que “la defensa intransigente de los
pilares de la ética médica, del juramento de Hipócrates y del Código
Deontológico de la Asociación de los Médicos es la primera prioridad que todos
tenemos el deber de honrar”.
Reconociendo que “la relación
entre los médicos y los pacientes está fuertemente amenazada”, el Dr. Miguel
Guimaraes, citando al profesor Daniel Serrano, que ya había alertado del
peligro de la funcionalización de la medicina, dijo aún: “La Asociación de los
Médicos no puede aceptar este camino como algo inevitable(...). Estaríamos
traicionando la matriz ético filosófica de nuestra profesión y su espíritu
humanista, del cual no prescindimos”. También llamó la atención sobre la necesidad
de una correcta formulación legal del acto médico: incluir prácticas contrarias
a las exigencias de la profesión acarrearía un “verdadero retroceso de la
civilización y científico”.
“En el momento de ser admitido como miembro de
la profesión médica”, cada candidato promete: “Ejerceré mi arte con conciencia
y dignidad. La salud de mi paciente será mi primera preocupación (...) Guardaré
respeto absoluto por la vida humana desde su inicio, incluso bajo amenaza y no
haré uso de mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad”
(Juramento de Hipócrates según la fórmula de Ginebra, adoptada por la
Asociación Médica Mundial en 1983). Si un m´3dico, después de haber jurado “respeto
absoluto por la vida humana”, practicase la eutanasia, no solo negaría el
juramento hipocrático sino que sería, necesariamente, un hipócrita.
El ejercicio de la medicina es
nobilísimo, pero también puede dar lugar a los más abominables atentados contra
la dignidad humana. El recuerdo de las atrocidades practicadas por médicos en
los campos de concentración nazis explica que, aún hoy, el término ‘eutanasia’
esté prohibido en Alemania, donde también está prohibido el “suicidio asistido
activo”. Por más nobles que fueran las intenciones de los que defienden el supuesto ‘derecho a
una muerte digna’, la eutanasia es un “verdadero retroceso de la civilización y
científico” porque, como oportunamente recordaron los cinco ex presidentes de
la Asociación de Médicos citados, “No es otra cosa que quitar la vida”.
http://observador.pt/opiniao/juramento-de-hipocrates-ou-de-hipocritas/
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