viernes, 21 de octubre de 2011

En recuerdo a Job




Siempre me ha impresionado la historia de Job, porque lejos de ser una mera ficción se empeña en ser el paradigma de los hombres que sufren la pérdida de sus bienes, de su familia, de sus amigos y de la propia salud, en todas las épocas, incluida la presente, por muy moderna y por muy desarrollada que se tenga.

La sociedad avanza y nos creemos que todos avanzamos al mismo ritmo, pero no es así, conocemos a personas que viven indocumentadas, en la calle, que viven una vida paralela o marginal, y sólo gracias a estos oasis, creados por la caridad o la solidaridad de personas que se convierten en intermediarios entre ellos y la sociedad, pueden sobrevivir.

Lo asombroso no es esto, lo más asombroso es que entre toda esta amalgama de personas marginadas, hay personas que, como Job, lo pierden todo pero no pierden la esperanza, no se quejan, no reniegan ni de Dios ni de nadie ni de nada, hasta pueden llegar a ser compasivos con los que se quejan más que ellos. Hay personas así, más o menos, para que nadie crea que soy un exagerado. Estoy pensando en concreto en una persona, M.

    M. es una persona trabajadora donde las haya, de sol a sol, y seguro que cuando volvía a casa aún le quedaban fuerzas para preparar la comida de sus hijos y de su mujer. Ha trabajado en varios oficios y en todos M. respondía con eficacia y era además muy bien mandado, lo que le pidieran. Todo lo hace con esa actitud que podemos llamar, sin miedo a que nos digan que somos tontos por ello o que estamos locos, “amor al trabajo”. Por eso no se cansa, sus energías se renuevan constantemente con una palabra de ánimo, un recuerdo rápido a su familia, a sus hijos sobre todo.

    M. ha disfrutado de cierto bienestar no hace tanto tiempo, pero algo tremendo le ha pasado porque hoy está solo, su mujer está  en un centro de la Junta, y sus hijos en otro centro también de la Junta. Él da a entender que un familiar de su mujer se ha metido por medio y le ha arruinado la vida, como suele decirse. Sus hijos tienen alguna discapacidad y lo necesitan a él, tanto como él a ellos, pues son su única queja, o lamento más bien, todo el día preocupado por cómo estarán o si les faltará algo. Lo oí hablar por teléfono con uno de ellos y le decía con una ternura que emocionaba: ” tranquilo hijo que pronto iré a verte”.

Pero M. está esperando cobrar la pensión no contributiva, como tantos otros casos no ha acumulado los años cotizados suficientes para disfrutar una pensión justa, aunque ha trabajado toda la vida sin importarle las horas y las condiciones, otros se habrán quedado con los beneficios. Necesita la pensión y espera que el Ayuntamiento le conceda pronto una vivienda protegida para poder traerse a sus hijos a vivir con él. El piensa trabajar además unas horas para disponer de más medios económicos, aunque él ya tiene la edad de jubilación, pero, como digo, sus energías son ilimitadas, hará cualquier proeza con tal de tener a sus hijos con él, son lo único que le motiva; por más que le animamos y decimos no consigue levantar cabeza, sí, nos dice que sí que tenemos razón, que va a intentar no desanimarse; pero nos lo
dice porque nos considera sus amigos y no quiere desairarnos.

¡Qué sabe nadie, M.! Recuerda lo que un día te decía cuando hablábamos de lo que un hombre es capaz de aguantar: “¿sabes por qué aguantas la soledad, M.? Porque no estás solo, siempre tienes a tus hijos contigo en tu pensamiento, y les hablas, y piensas que algún día volveréis a estar juntos. Por eso no estás solo nunca, y por eso aguantas. Pues figúrate si además crees en Dios, entonces sí que tienes al mejor confidente con quien desahogar tu alma”. Que Él te acompañe.

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