martes, 25 de octubre de 2011

Expulsados del paraíso




Llegan con cara de agotamiento, de tristeza profunda, con la incertidumbre a flor de piel, llegan al final de la mañana, cuando crees que ya no tendrás que atender hoy más casos difíciles, pero se reaniman inmediatamente los resortes de la generosidad: acoger , escuchar y ayudar.

Es el chico el primero que habla, la madre no puede, está agotada, pero deja habar a su hijo. Es un joven de diecisiete años, que está matriculado en cuarto curso de la ESO , y quiere estudiar una carrera universitaria, ciencias políticas exactamente; pero, ahora no tienen casa, ni recursos económicos, ni trabajo. El chico piensa por la madre y va a una velocidad propia de su edad, pero él no se da cuenta de que para llegar allí todavía depende de su madre, y si su madre no le puede dar alojamiento y comida, entonces el debiera ceder un poco en sus aspiraciones, no ir tan deprisa y ayudar a la madre, que está agotada y sola. La madre a penas dice alguna palabra o hace algún gesto de impotencia ante las palabras impetuosas de su hijo.

Dicho así parecería que estamos ante un chico caprichoso y egoísta. En absoluto, es un joven que sufre la enfermedad de asperger, tiene una inteligencia muy despierta, y esto en unas condiciones de vida atroces. Su padre es español y su madre es marroquí, después de veinte años casados los echa de casa a los dos, quizá se cansó de ellos y buscó otra mujer con menos problemas. Según dice, hasta hace pocos años no le faltaba de nada pues su padre ganaba un buen sueldo, ahora en cambio se ve en la calle y sin nada, pero él no quiere dejar de estudiar por nada del mundo. Su madre además padece diabetes y busca desesperadamente una casa y un trabajo. En verano pasó una temporada en Marruecos, en casa de su padre, para descansar del trajín de la separación, pero tenía que volver en septiembre para que su hijo estudiara y para firmar y seguir cobrando su ayuda. Es el hijo el que busca por Internet la pensión más barata donde poder pasar unos días, y luego buscar casa y un instituto donde matricularse, en un lugar lo más lejos posible de la ciudad donde vivió con su padre, no quiere recordar los malos tratos recibidos, dice su madre. Así decidieron venir aquí, al sitio más barato.

La casa en que vivían no era adecuada por el ruido excesivo para una chico con su enfermedad, las relaciones con los vecinos se volvieron muy tensas y además el dueño de la casa los echó porque tenía que dejar la habitación para un familiar. Han vuelto a una pensión pero el dinero se les ha terminado y no cobra hasta el día diez. Aquí es donde entran en juego los servicios sociales del ayuntamiento y Cáritas.

A Cáritas llegaron pasada ya la una de la tarde, enviados desde los servicios sociales municipales, le ofrecemos un desayuno porque no han comido nada todavía, mientras escuchamos su historia y vamos pensando posibles soluciones. En este caso la sintonía entre las trabajadoras sociales del Ayuntamiento y de Cáritas va a facilitar la búsqueda de soluciones, que le van a permitir a esta familia resistir hasta el día del cobro de la ayuda y poder pagar una vivienda en mejores condiciones que la última, más tranquila, y si fuera posible más barata.

Gracias a Dios no han vuelto por la oficina, señal de que han encontrado acomodo y podrá la madre ocuparse de buscar trabajo; quizá consiga por fin la pensión que debe pasarle su ex- marido, así este chico podrá estudiar tranquilo para llegar un día a ser un diplomático.

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