Por Roque
Excitado
y confundido por aquél espectáculo, lo miraba apretando los labios,
los
ojos,
las mandíbulas, tenía casi rígida mi cara y mi cuerpo.
Me
acerqué despacio, con las manos metidas en los bolsillos y
golpeando de vez en cuando alguna piedra con mis pies desnudos, la
arena abrasaba, pero no sentía nada, mi cerebro se había
desconectado. Rechazada toda emoción, todo dolor, todo olor, toda
visión, nada existía más allá de donde estaban focalizados mis
cinco sentidos.
La
gente corría por la playa, algunos lloraban mientras gritaban
pidiendo ayuda, sin saber muy bien de que tipo, ni a quién;
representaban una función
teatral playera, como
tripulantes del Rainbow
Warrior,
todos sabían que nada iba a
ser suficiente para evitar la tragedia, pero tenían que participar
en aquella mala representación y aplacar sus conciencias. Yo era
consciente de lo que ocurría, pero no quería parecer un curioso
más, un morboso más, un falso afligido más.
Cuando
pude llegar hasta ella, cuando pude abrirme paso por todo aquel
ridículo tumulto, sorteando los cubos y palas de playa de los niños,
cuando estuve justo al lado de ella y la miré a
su ojo derecho, con sus largas pestañas, con su color azul profundo
y oscuro como el color de su hogar, aprecié tanta
tristeza y a la vez tanta calma, que en ese momento una punzante
angustia me hizo llorar también a mi.
.......
No
terminaba de entenderlo, y por tanto de admitirlo. Otras
compañeras ya habían empezado a hacerlo. Una orden de arriba. Una
orden de arriba, desde dentro de nosotras mismas. Nunca
llegué a sospechar
que seríamos las elegidas, pero pensándolo bien, a
quién si no se le podía encomendar la misión.
Cuando
vine a éste mundo todo era absolutamente maravilloso, me sentía tan
arropada por mi madre, por mi grupo, por el azul y profundo elemento
que desde que salí de mi madre
ha sido mi mejor amigo, mi sustento, mi fuerza, mi orgullo, mi hogar,
parte de mi mente, de mi respiración, del amor y la unión con mis
hermanas, inmenso y a la vez tan cercano, el gran reino y a veces mi
pequeño y secreto paraíso.
Me
cuesta recordar, me cuesta respirar, ya empiezo a no sentirme bien.
Recuerdo esos primeros años como una luz muy intensa, sólo sentía
felicidad, nadaba y nadaba y de vez en cuando, el roce de la piel de
mi madre o de cualquier miembro del grupo, me hacía sentir
reconfortada, segura, fuerte, valiente, ninguna travesía me
resultaba cansada ni aburrida, cada día, cada noche, un
descubrimiento, una novedad, un placentero juego. Con
el tiempo, aprendí que mi fuerza, mi seguridad y mi orgullo, debía
ser moderado; de la manera más fácil, mis hermanos me enseñaron a
respetarlo todo y a todos,
desde el compañero más enorme de la manada, hasta la más ínfima
vida de nuestro azul e inmenso mundo.
.......
Limpiaba
mis lágrimas con el dorso de la mano cuando uno de los imbéciles
que por allí corrían sin rumbo, se acercó a mí y quiso consolarme
con un estúpido sentimentalismo , me echo un brazo sobre mis hombros
y me dijo:
-
Es una pena, ¿verdad compañero? ¡Qué estamos haciendo con el
mundo, Dios mío!
Sí,
gilipollas, que coño estás haciendo.
No
sé bien que me impedía dar un solo paso, no sé por qué seguía
hipnotizado por aquel ojo. De repente, empecé a comprender, empecé
a pensar una extraña, una disparatada teoría. Me
dejaba llevar por una mezcla de inspiración o alucinación, para no
tener que admitir aquello que había visto, sentí un absoluto
aborrecimiento por el ser humano y un infinito respeto por la
naturaleza y a los animales. No
podía asimilar que un milagro de la naturaleza como era ella
estuviese en aquella situación, simplemente se habría despistado, y
no podía soportar que aquella chusma que no tenía más inquietudes
que la de llenar su monovolumen de compras los sábados fuese la
única esperanza en sus últimos momentos de vida. Me negaba a
aceptar la inutilidad de tan extraordinario sacrificio. Me irritaba
que aquellos advenedizos tuviesen el privilegio de compartir su
agonía y su muerte.
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