domingo, 15 de abril de 2012

EL MENSAJE I


Por Roque

Excitado y confundido por aquél espectáculo, lo miraba apretando los labios, los
ojos, las mandíbulas, tenía casi rígida mi cara y mi cuerpo.

Me acerqué despacio, con las manos metidas en los bolsillos y golpeando de vez en cuando alguna piedra con mis pies desnudos, la arena abrasaba, pero no sentía nada, mi cerebro se había desconectado. Rechazada toda emoción, todo dolor, todo olor, toda visión, nada existía más allá de donde estaban focalizados mis cinco sentidos.

La gente corría por la playa, algunos lloraban mientras gritaban pidiendo ayuda, sin saber muy bien de que tipo, ni a quién; representaban una función teatral playera, como tripulantes del Rainbow Warrior, todos sabían que nada iba a ser suficiente para evitar la tragedia, pero tenían que participar en aquella mala representación y aplacar sus conciencias. Yo era consciente de lo que ocurría, pero no quería parecer un curioso más, un morboso más, un falso afligido más.

Cuando pude llegar hasta ella, cuando pude abrirme paso por todo aquel ridículo tumulto, sorteando los cubos y palas de playa de los niños, cuando estuve justo al lado de ella y la miré a su ojo derecho, con sus largas pestañas, con su color azul profundo y oscuro como el color de su hogar, aprecié tanta tristeza y a la vez tanta calma, que en ese momento una punzante angustia me hizo llorar también a mi.
.......
No terminaba de entenderlo, y por tanto de admitirlo. Otras compañeras ya habían empezado a hacerlo. Una orden de arriba. Una orden de arriba, desde dentro de nosotras mismas. Nunca llegué a sospechar que seríamos las elegidas, pero pensándolo bien, a quién si no se le podía encomendar la misión.

Cuando vine a éste mundo todo era absolutamente maravilloso, me sentía tan arropada por mi madre, por mi grupo, por el azul y profundo elemento que desde que salí de mi madre ha sido mi mejor amigo, mi sustento, mi fuerza, mi orgullo, mi hogar, parte de mi mente, de mi respiración, del amor y la unión con mis hermanas, inmenso y a la vez tan cercano, el gran reino y a veces mi pequeño y secreto paraíso.

Me cuesta recordar, me cuesta respirar, ya empiezo a no sentirme bien. Recuerdo esos primeros años como una luz muy intensa, sólo sentía felicidad, nadaba y nadaba y de vez en cuando, el roce de la piel de mi madre o de cualquier miembro del grupo, me hacía sentir reconfortada, segura, fuerte, valiente, ninguna travesía me resultaba cansada ni aburrida, cada día, cada noche, un descubrimiento, una novedad, un placentero juego. Con el tiempo, aprendí que mi fuerza, mi seguridad y mi orgullo, debía ser moderado; de la manera más fácil, mis hermanos me enseñaron a respetarlo todo y a todos, desde el compañero más enorme de la manada, hasta la más ínfima vida de nuestro azul e inmenso mundo.
.......
Limpiaba mis lágrimas con el dorso de la mano cuando uno de los imbéciles que por allí corrían sin rumbo, se acercó a mí y quiso consolarme con un estúpido sentimentalismo , me echo un brazo sobre mis hombros y me dijo:
- Es una pena, ¿verdad compañero? ¡Qué estamos haciendo con el mundo, Dios mío!
Sí, gilipollas, que coño estás haciendo.

No sé bien que me impedía dar un solo paso, no sé por qué seguía hipnotizado por aquel ojo. De repente, empecé a comprender, empecé a pensar una extraña, una disparatada teoría. Me dejaba llevar por una mezcla de inspiración o alucinación, para no tener que admitir aquello que había visto, sentí un absoluto aborrecimiento por el ser humano y un infinito respeto por la naturaleza y a los animales. No podía asimilar que un milagro de la naturaleza como era ella estuviese en aquella situación, simplemente se habría despistado, y no podía soportar que aquella chusma que no tenía más inquietudes que la de llenar su monovolumen de compras los sábados fuese la única esperanza en sus últimos momentos de vida. Me negaba a aceptar la inutilidad de tan extraordinario sacrificio. Me irritaba que aquellos advenedizos tuviesen el privilegio de compartir su agonía y su muerte.

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