Por Roque
Recuerdo
un día en especial, un día que me sentí tan orgullosa de mi madre
y de mis hermanas, que pensé que nunca conseguiría ser como ellas.
Llegamos a una bahía de frías y claras aguas de las costas del
norte, habíamos nadado sin descanso desde hacía al menos cuatro
meses desde un lugar remoto, que ahora no recuerdo, y lo cierto es
que habíamos llegado allí algo cansadas y hambrientas. Mi madre
empezó a comunicarse con un sonido intenso, largo y profundo con lo
que nos parecía la nada. La bahía era inmensa y aunque sus aguas
eran diáfanas, su profundidad y enormidad, no nos dejaba ver otro
ser más allá de nosotros mismos.
Pero
cuando algunas de mis hermanas y yo explorábamos los rocosos fondos
de la bahía, aparecieron desde varias direcciones manadas de
hermanas; nunca las había visto, pero sin embargo al rozar sus
cuerpos y oír sus sonidos me eran tan familiares como las de mi
propio grupo. En muy poco tiempo, todas nos lanzamos hacia el
interior de la bahía, cada vez la profundidad era menor y los grupos
se dividían una y otra vez, en varias direcciones y hacia el fondo.
Formábamos
una inmensa manada, mamá con un solo sonido provocó unos
extraordinarios movimientos entrecruzados hacia la superficie y como
por arte de magia el agua se convirtió en alimento, teníamos ante
nosotros una enorme y espesa masa de alimento formada por minúsculos
animales de todo tipo, sólo teníamos que abrir nuestras bocas y
volar hacia la superficie.
Cuando
nos sentimos saciadas y recuperadas, las más veteranas se dedicaron
a comunicarse y a compartir experiencias, las jóvenes, a modo de
juego imitábamos el reciente y extraordinario acontecimiento.
.......
Ya
anochecía y la agrupación local de ecologistas continuaba la
representación del rescate, como burdos imitadores de algún
documental americano; acordonaron la zona, se autoproclamaron dueños
de la situación y sin parar de gritarse unos a otros y a todo
quisque que se les pusiera por delante, adoptando una mezcla de falsa
tristeza y bobalicón orgullo ecologista se dedicaron a atormentar al
pobre animal en sus últimas horas de existencia.
A
esas alturas yo ya había caído en la arena, sentado con la mirada
fija en ella, mi pensamiento vagaba disperso hasta que una hipótesis
iba creciendo dentro de mí, e igualmente crecían la rabia y las
ganas de gritar al mundo lo que ya había comprendido. Pero no
compartía la idea de mi amiga, que pensaba que su sacrificio, lleno
de mensaje, no mereciese la pena.
La
de Dios es Cristo de la naturaleza ¡ja! Estaba equivocada, estaban
todas equivocadas. El ser humano era el peor parásito, la propia
naturaleza se equivocó al crearlo, si por algo se distingue es por
su sordera crónica, su desmemoriado cerebro, su orgullo su
prepotencia, su maldad gratuita; por su derroche de recursos sin
sentido, por su complejo de superioridad, incluso entre sus
congéneres, por su desprecio a aprender, a conocer, a investigar más
allá de sus narices, por su soberbia ante su Apocalipsis. Debería
comprender la forma en que la naturaleza envía su agónico mensaje,
debería hacer un acto de fe al estilo de las religiones.
Quizá
deba confiar, quizá deba también tenderme en la arena y esperar el
final, esperar que todos entiendan que nos están alertando sobre el
futuro.
.......
Las
aguas de mí preferido océano norte no me parecían tan mías, su
sabor, su olor, su calor, su color; todo empezaba a ser distinto.
Mamá murió sin decir nada. Sus ojos se esforzaban en no expresar
nada, pero yo presentía una sombra detrás de ellos, sentía que
algo me ocultaban, algo que al menos en esos momentos no quería que
yo supiese, para no aumentar el dolor de su pérdida.
Empecé
a sentirme tan sola, tan desconsolada, tan vacía, que nada me
satisfacía, incluso dejé de alimentarme. La falta de un ser
querido, todos en nuestra manada lo eran, siempre había sido triste,
pero una tristeza a la vez llena de orgullo, su recuerdo nos
reconfortaba, nos acompañaba y nos reforzaba como individuos y como
grupo. Pero cuando mi madre se fue, mis sentimientos eran muy
distintos a otras veces, como si su pérdida hubiese roto una presa
de pensamientos y reflexiones en mi cerebro: cómo estaba cambiando
nuestro mundo, nuestro entorno, otros grupos de animales y plantas
que forman un todo con nosotros, nuestro océano, nuestro querido
liquido elemento, nuestra segunda sangre. Lo cierto es que comencé a
experimentar un desasosiego y una catarata de malas sensaciones:
ansiedad, soledad, empequeñecimiento, miedo, angustia, un olor
lóbrego y sombrío.
Una
mañana sentí un impulso irrefrenable de seguir el camino que me ha
conducido hasta aquí, en la travesía, mi mamá y mis antepasados,
me hablaron de sacrificio, de mensaje, de advertencia, de última
oportunidad, de liderar el cambio; recuerdo vagamente haberme opuesto
débilmente, aún aquí en mi agonía, no estaba del todo convencida,
pero un ser se ha acercado a mí, lentamente, sin gritar, con
lágrimas en los ojos, se ha sentado durante horas frente a mi ojo
derecho, mirándolo muy fijamente y creo que el
mensaje ha
llegado hasta él. Ya puedo descansar y sentirme satisfecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario