Por José Nunes Martins, Paulo Pereira da Silva,
Francisco Gomes
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3ª estación:
Jesús cae por primera vez
V. Os adoramos y os bendecimos,
Oh Jesús.
R. Que por vuestra Santa Cruz
redimiste al mundo.
“Jesús, llevando la Cruz a cuestas,
salió para un lugar llamado
“Lugar de la calavera”
Jn. 19, 17
Todos caemos, por más
convencidos que estemos de que somos fuertes. No son sólo los débiles los que
caen. Somos todos. A veces, el peso que tenemos que cargar es mayor que
nuestras fuerzas y, por eso, caemos… cargamos el peso del mal que hacemos, de
lo que sufrimos y parte de lo que se abate sobre aquellos que amamos.
También caemos cuando
queremos llevar el peso solos. Sin humildad, no pedimos… y como no podemos,
caemos. Cuando trato de valerme por mí mismo revelo flaqueza, así como cuando
pido ayuda encuentro la grandeza de la fuerza
que nace del amor.
Queremos que el mundo
comprenda y admire nuestro esfuerzo, pero muchos ni siquiera se dan cuenta que
existimos. Nuestro sufrimiento no tendrá gran valor para quien no tiene lazo
alguno con nosotros... Se siente que todo haya sido posiblemente en vano… al
final… La infelicidad es tan fácil.
Es duro sufrir solo.
Muy duro sufrir cuando los otros pasan y se apartan. Hay incluso quien quiere
levantarnos, azotándonos.
…Quien ama tiene
siempre una razón y una fuerza para luchar contra el mal, por grande que este
sea…
Así, en el momento en
que creemos que están agotadas nuestras fuerzas, es cuando más fuerzas surgen
y somos capaces de levantarnos… no, no es un triunfo, porque sólo nos
levantamos. El sufrimiento aún dura y está lejos de del fin.
Nos levantamos… y algo
se eleva en nosotros.
La dignidad, la
voluntad de ser lo que somos, la esperanza de que hay un sentido profundo para
cada sufrimiento… aunque no lo podamos comprender.
¿por qué no tiendo la
mano al que está caído? … ¿tengo miedo? … ¿de qué?
¿por qué razón no temo
a la cobardía? … ¿Cuántas veces me dejo caer? … ¿Cuándo estoy por tierra, qué
me hace levantar?
Cansado. Terriblemente cansado. No durmió, no
comió. Por los cabellos escurre la sangre, el rostro tumefacto, la túnica
sucia, los pies agrietados y negros de polvo.
El Señor ajusta su
cuerpo a la cruz, los hombros y las espaldas dobladas al peso del madero, la
mano dolorida por la aspereza de la corteza.
La madera muerta que el
carpintero moldeó durante los años de contemplación es ahora otra oración.
El Señor camina con el
madero.
Lo lleva porque el
Padre así lo quiso. Por nosotros, por mí.
¡Avanza!¡Más
deprisa!¡Avanza!
Las heridas brillan al
sol tórrido.
El señor cae…
Su cuerpo se desploma
sobre el polvo del suelo.
Desposa nuestra
miseria.
Cae por nosotros. Sobre
nosotros…
Abrazando este polvo de
la tierra, el Señor se junta a todos los que
en su vida se arrastran por el suelo.
Nos viene a traer
esperanza cuando ella muere y vida cuando ella vacila.
Cuando el sufrimiento
fuere pesado en mis hombros, por la
virtud de tu paciencia y de tu amor,
ayúdame, Señor, a no desfallecer. Renuévame en la paciencia, dame fuerza para
que avance siempre en la fidelidad a la voluntad del Padre.
“Si alguien quiere
seguirMe, renuncie a sí mismo, tome su cruz y Me siga.”
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