miércoles, 4 de marzo de 2015

De "Via-sacra para crentes e não crentes"

 De José Nunes Martins, Paulo Pereira da Silva, Francisco Gomes

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1ª estación:
Jesús es condenado a muerte

 “¡Aquí tenéis al Hombre!’ Viendo a Jesús, los sumos sacerdotes y los guardias comenzaron a gritar: ‘¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!’ ‘Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos comenzaron a gritar: ‘¡Fuera!, ¡Fuera! ¡Crucifícalo!’ (Juan 19,5-6.14-15)

 Todos los días somos condenados. De forma más o menos imprudente, hay siempre quien nos señala con el dedo y hace varios juicios respecto de lo que decimos y hacemos, de lo que tenemos, de lo que somos y de lo que no somos.
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Pero cada uno de nosotros hace también lo mismo a los otros... Nos consideramos siempre excelentes jueces de las vidas ajenas.
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Evitamos la aspereza del bien, preferimos la comodidad del mal. Nuestra aversión a quien escoge el bien va calando más fuerte. Estos, abriéndose a lo que está más allá de ellos, nos muestran que es posible construir una vida con sentido profundo, con respeto hacia sí y a los demás, eligiendo bien, eligiendo el bien. Haciéndose mejor.
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Sangre. Sangre en el rostro, en el cabello, en las manos, en la túnica sin costura. El Señor está de pie, frente a Pilatos, en silencio, el mismo silencio con que acogió todas las acusaciones de aquel día funesto. La justicia está muerta, dictada la  condena.
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El Señor vive una soledad creciente. Soledad por la imposibilidad de entrar en relación con los Suyos y con aquellos que Lo esperaban, por la imposibilidad de confiarse a ellos. Sufre por su aislamiento, en ellos, en nosotros, en mí. Sufre por la aparente simpatía de Pilatos, que no habiendo encontrado falta alguna en Él no llega a una conversión interior, optando por lo más cómodo y eludiendo cualquier responsabilidad.
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Tras el rostro del Señor está el rostro de todos los hombres desfigurados, heridos, deficientes, dolientes. “Ecce Homo”, aquí tenéis al Hombre, que da la dignidad a todo hombre. Es sello de alianza entre Dios y los hombres: Quien azota al hombre, azota a Dios!
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Dictada la sentencia, un hilo de agua corre sobre las manos cobardes: el Hombre va a morir pero mantiene la Palabra. El Amor puede avanzar.

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