viernes, 27 de marzo de 2015

De “Via-sacra para crentes e não crentes”



Por José Nunes Martins, Paulo Pereira da Silva, Francisco Gomes
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8ª estaçión:
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V. Os adoramos y bendecimos, Oh Jesús
R. Que por tu Santa cruz redimiste al mundo

“¡Mujeres de Jerusalén,
No lloréis por Mí!
¡Llorad antes por vosotras
y por vuestros hijos!”

Cuando me reconozco, humildemente,  pequeño y casi insignificante, encuentro hermanos. Muchos. Tan frágiles como yo… y sus madres son como la mía, llenas de un amor que trasciende. Que reconoce, en cada hombre que sufre, un hijo…

Mientras unos nos golpean con fuerza, para que nos levantemos, otros están ahí para ayudarnos a cargar con nuestros dolores… se olvidan de ellos para estar con nosotros. Su presencia allí,…, revela que nuestro sufrimiento tiene sentido…

Hay quien encuentra en la misión de compartir el sufrimiento de otro una forma de luchar contra él mismo, mucho más incluso que la del otro…

¿Quién se entristece con mi tristeza?         ¿Lo reconozco?  ¿Lo agradezco?       ¿Me entristezco con la tristeza de otro?         ¿Condeno sus deseos de llorar?          ¿Le golpeo para que se levante?        ¿Me olvido de mí?

Cuerpo herido. La cabeza terriblemente dolorida por las espinas de la corona y por el sol abrasador. Le cuesta respirar. Odio y sarcasmo por todos lados. Y espeso. El peso siempre mayor.

¡Sorprendentemente, el Señor levanta la cabeza y habla a las mujeres! Aquel que casi no abrió la boca ante Pilatos…

Se lamenta de que las mujeres ofusquen su esperanza con las lágrimas.

Los hombres son iguales. Allí en Jerusalén u hoy: culpables, adoradores del poder y le los poderosos, llenos de sí, esclavos del pecado y resistentes al Amor. En veinte siglos, un sin número de seres inocentes son llevados a la muerte como juguetes de juegos de poder…

Pero a cada lágrima, a cada grito, el Señor responde: no lloréis… porque después del tercer día el Señor estará con nosotros a cada instante, vivo, y enjugará todas las lágrimas…

Siempre que mi sufrimiento fuera sofocante y que todo pareciera ceder a la violencia, en ese preciso momento, ayúdame, Señor, a mantener la calma y a acoger a los otros con delicadez y bondad, aunque eso sea difícil.



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