sábado, 21 de marzo de 2015

¿Don Quijote y Sancho Panza: una alegoría ibérica?





La independencia de Portugal parece deberse a una razón providencial, porque las otras naciones peninsulares que la intentaron, fracasaron hasta la fecha.

 La noticia reciente del probable descubrimiento de los restos mortales de Miguel de Cervantes es un buen pretexto para reflexionar sobre la dualidad ibérica, de algún modo representada en dos principales personajes de la obra que inmortalizó al referido escritor castellano: Don Quijote y Sancho Panza.

La independencia del condado de Portugal del reino de León, en el que estaba integrado, no derivó de ninguna singularidad que justificase su autonomía, sino por la afirmación del poder del propio D. Afonso Henriques, en relación al monarca leonés. Fueron las ansias de dominio y las rivalidades entre los lugares disputados en la reconquista los que dieron ocasión a los diversos reinos peninsulares que, en realidad, podrían haber constituido un único Estado, en vez de un mosaico de diminutos países de fronteras precarias.

De esos pequeños reinos, algunos tuvieron vida efímera, pero otros, como Portugal, sobrevivieron hasta la actualidad. No faltaron, es cierto, tentativas para reducir nuestro país a una provincia ibérica más, sobre todo por parte de los reyes castellanos, que consiguieron someter  su poder hegemónico las restantes nacionalidades peninsulares periféricas.

También de este lado de la raya no faltaros pretextos para la malograda unión ibérica. Por razones dinásticas, Portugal estuvo cerca de perder su independencia, en la crisis de 1383-85 y, más tarde, en 1580. La ascensión al trono de D. Joao I apartó el peligro de un rey castellano pero, con la muerte del Rey Cardenal D. Henrique, Felipe II de Castilla y Aragón es proclamado, en Cortes, rey de Portugal, manteniendo formalmente la independencia del reino lusitano. Aunque, en términos jurídicos, la unión fuese personal –de modo análogo al monarca de Gran Bretaña que es soberano de otros países, sin que estos sean dominios británicos- la verdad es que Portugal corría un riesgo serio de verse reducido a una región hispánica, a la par de Cataluña, del país Vasco o Asturias. De ahí la necesidad de restauración de 1640, que devolvió el trono a la Casa de Braganza.

Si las cuestiones dinásticas estuvieron en la base de dos graves crisis de independencia nacional, en 1385 y 1580, también la república representó un serio riesgo para la autonomía de la patria. Buena prueba de eso es la bandera iberista republicana, que señala, el verde, el territorio nacional, en contraposición con el bermejo, que simboliza el país vecino, dando lugar, por cierto, a una incoherencia heráldica que es también, desde el punto de vista cromático, muy desafortunada.

Si, desde un punto de vista histórico, todas las razones apuntaban a una unió, en un único Estado plural, de todas las nacionalidades ibéricas, la independencia de Portugal parece revelar una razón providencial, tanto más manifiesta por cuanto
otras naciones peninsulares la intentaron, hasta la fecha sin éxito.

Es posible que ese casamiento, tantas veces anunciado y pretendido, mas nunca consumado, se deba a una incompatibilidad histórica, que a la literaria contraposición entre D. Quijote y Sancho Panza parece simbolizar.

De hecho, el “ingenioso hidalgo de la Mancha” es una caricatura de los antiguos conquistadores castellanos que, por la fuerza de las armas, conquistaron un imperio y deshicieron otros, como el inca o el azteca. Por su lado, el simpático Sancho Panza parece ser el representante de una raza de comerciantes que, como Oliveira de Figueira, que Hergé inmortalizó, se hicieron al mundo dejando nostalgias – ¡y factorías!- por donde pasaron.

Todas las generalizaciones son injustas, incluso porque hubo también entre nuestros
descubridores guerreros impíos –recuérdese el “terrible” Alfonso de Alburquerque, D. José de Castro, etc.- y, en las huestes castellanas, ejemplos de profunda humanidad, como fue el caso de Fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los derechos de los indios. Pero tal vez esta comparación entre los dos personajes cervantinos y  los Estados peninsulares, salvadas las debidas distancias, pueda ser una imagen feliz de lo que debe ser la relación entre las dos potencias ibéricas: Portugal y España están llamados a respetar su propia idiosincrasia y caminar juntos en la construcción de una Europa más unida y de un mundo más solidario.



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