Si la herencia
cristiana sitúa el mensaje cristiano en el contexto de la historia de un
pueblo, el pensamiento helénico prepara el espíritu humano para la comprensión
de la doctrina de Cristo como verdadero conocimiento.
Son cuatro las razones
de mi deuda para con Grecia. Le debo, en primer lugar, una hermana gemela que,
siendo Helena, es ‘griega’, como su nombre indica. En segundo lugar, debo a
Aristóteles su dialéctica, tema de mi disertación académica. Le debo también,
en tercer lugar, a la capital griega el año en que la vi, con toda mi familia.
Pero, sobre todo, como cristiano, le debo muchísimo a la patria de la
filosofía. Si el cristianismo tiene un antecedente histórico, cual es la
tradición judaica, de la que nace y de la
que él es, en la perspectiva cristiana, la plena realización, tiene
también otro precedente, el que debe a su estructuración como verdadero saber:
el pensamiento filosófico griego.
Cristo no surge de la
nada, ni la religión que en él tiene su divino fundador nace por generación
espontánea, sino inscrita en una tradición religiosa que él, así como sus
primeros seguidores, asumen. Por eso, no extraña que Jesús de Nazaret sea
asiduo de las prácticas religiosas judaicas: frecuenta, todos los sábados, la
sinagoga; peregrina anualmente a Jerusalén; festeja, con sus discípulos, la
pascua y las restantes fiestas religiosas de su pueblo.
Igualmente cuando el
Maestro da un nuevo sentido a un precepto de la Ley, como acontece con el
descanso sabático, nunca lo hace en ruptura con las Sagradas Escrituras, o las
tradiciones religiosas de su nación, sino como un regreso a la plenitud de su
sentido original, tergiversado por posteriores interpretaciones humanas. Como
Él mismo dice, no vengo a revocar la Ley, ni a reformarla, sino a darle pleno
cumplimiento.
Más tarde, los primeros
cristianos cuestionaron hasta qué punto son, o no son, en términos religiosos,
judíos. La cuestión surge cuando se adhieren a la Iglesia los primeros gentiles
y algunos creyentes entienden que, además de ser bautizados, se les debe
también exigir las prácticas judaicas. Otros fieles, por el contrario, oponen que,
os ritos cristianos hacías innecesarias esas prácticas, tesis que el concilio de Jerusalén
ratificaría, emancipando, de este hecho, la fe cristiana de su matriz judía.
Además de este
precedente histórico, de naturaleza religiosa, el cristianismo tiene también un
antecedente secular: la filosofía griega. Si la herencia judía sitúa el mensaje
cristiano en el contexto de la historia de un pueblo, a quien Dios
paulatinamente se revela, el pensamiento helénico prepara el espíritu humano
para la comprensión de la doctrina de Cristo como verdadero conocimiento, como
una sabiduría que presupone, de alguna manera, el desenvolvimiento especulativo
alcanzados por los filósofos helénicos. Sus
conceptos son, de hecho, esenciales para la estructuración del pensamiento teológico, que no habría sido
viable sin esta prehistoria filosófica que, a la par de la tradición judaica,
se puede y se debe considerar como antecedente del cristianismo. En este
sentido, Sócrates, Platón y Aristóteles son también antepasados de los
cristianos, de forma análoga como lo son los profetas y patriarcas del Antiguo
testamento.
Los primeros cristianos
fueron martirizados por no practicar el culto oficial: las autoridades romanas los
consideraban ateos, porque no adoraban a sus dioses, ni al emperador. En realidad,
los mismos cristianos no entendían su fe como una nueva religión –no lo era, de
hecho, en el sentido en que lo eran las mitologías paganas de la antigüedad clásica
– sino como un conocimiento, como un saber: la verdad.
La pretensión cristiana
no es otra que la de enseñar lo que son las cosas, no en su vertiente científica,
que cumple a la razón establecer, sino en su realidad radical, o sea, en su
relación con el principio y el fin. El
cristianismo, al contrario de las religiones greco latinas, no es un mito, sino
una verdadera sabiduría. Por eso, Platón y Aristóteles, entre otros, no seguían
las versiones mitológicas de su tiempo y buscaban, por vía de la filosofía, una
explicación racional de la realidad. Y, aunque paganos, sus filosofías servirán
de soporte a la teología católica. Cuando Justino, un conocido y apreciado pensador
del siglo II, se adhiere al cristianismo, la autoridad romana piensa que tal
hecho se debe a un desvarío del anciano filósofo, pues sólo así se podría
explicar que tan prestigioso pensador se adhiriese, en el final de su vida, a
una secta que adora a un carpintero judío crucificado. Cuando Rústico, el prefecto
romano que no era sólo de nombre, procura disuadirlo, Justino le dice: “Un
hombre de bien no abandona la fe para abrazar el error y la impiedad”. Se puede
cambiar una cosmogonía por otra, pero la verdad no puede ser sustituida por el
error.
La iglesia católica
debe a la cultura helénica, en parte, el carácter sapiencial de su credo. Sin
esa herramienta racional, la fe cristiana sería sólo una religión, una mera
opción u opinión discutible, más próxima a los mitos antiguos que a la ciencia.
Y, en buena parte, gracias a la filosofía griega y a su desenvolvimiento especulativo
el cristianismo es, además de la revelación sobrenatural, saber verdadero.
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