Ayer tarde asistí a una conferencia sobre el corazón: “El
corazón, amigos y enemigos”, impartida por un gran cirujano, de San Fernando,
el Profesor José Manuel Revuelta Soba, Catedrático de Cirugía de la Universidad
de Cantabria, dentro de los actos
programados por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes. Le
debo esta asistencia a mi amigo Guillermo, que me presentó hace unos meses a su
amigo, “El cardiólogo”, tuvimos una interesantísima conversación, y al final me
comprometí a estar presente en este acto, ya que como paciente me interesaba
conocer mejor este órgano maravilloso, que cuando falla, se oscurece un poco la
vida.
Efectivamente, el conferenciante no defraudó en absoluto,
fue una conferencia magistral, y lo fue en gran medida por su sencillez, ya que
como él mismo se presentó al comienzo se considera ante todo un médico de
cabecera; sí, parecerá mentira que se pueda comprender lo que un médico nos
quiere decir con esos términos científicos, pues a él se le entendió todo, supo
ponerse a la altura, prueba de ello es el
prolongado aplauso que se ganó, como después de un gran concierto.
Y un concierto me pareció la conferencia, por su modo de explicar
algo tan difícil como es la estructura y funcionamiento del corazón, y algo tan sencillo a la vez como es que
mientras funciona el corazón hay vida y si no…, pues será que hemos pasado a mejor
vida, si hemos sido buenos. Y me pareció un concierto porque tuvo, como buen
profesor que es, la genialidad de considerar las células y el corazón como un
universo en miniatura, y la humildad de apreciar la aportación de otras
disciplinas en el progreso del conocimiento y tratamiento de las enfermedades
del corazón (todo en uno, y uno en todo…).
Pero el momento culminante, casi poético, para mí, fue cuando, explicando la
interacción cerebro – corazón, vino a decir que el corazón no es un músculo,
como se cree comúnmente: los músculos se cansan, se fatigan, para actuar
necesitan una orden del cerebro, pero el corazón no necesita órdenes, funciona
por sí solo, y lo hace constantemente, dormidos o despiertos. ¿De dónde le viene
esa energía, entonces?
Y aquí nos aportó conocimientos técnicos, como los
impulsos eléctricos que hacen que el corazón ejecute automáticamente el rítmico
movimiento de la sístole y la diástole, provocando una corriente sanguínea
suficiente, para que no se formen coágulos en el interior y no se produzcan
trombos. Y otro descubrimiento genial, el de un científico, cuyo nombre no
recuerdo, aunque sí que era de Denia, hasta donde se desplazó otro científico
americano, para dar a conocer al mundo el hallazgo de este hombre, que el
corazón se puede desenrollar, después de haber desenrollado cientos de
corazones, que por cierto, guardaba en el frigorífico de su casa… y nos mostró
las imágenes que lo prueban, destacando lo mucho este descubrimiento ha
aportado a la medicina del corazón.
¿Qué es el corazón, entonces? ¿cómo puede funcionar el sólo?
Bueno, sólo no puede funcionar, no podemos dejarle todo a él, tenemos que
cuidarnos, no sobrecargarlo. Y yo diría más, funciona porque alguien con mucho
poder quiere que funcione, el Dueño de la vida, que la reparte entre todos los
hombres por igual, y nos encomienda su administración, y espera que sepamos
conservarla, y la hagamos fructificar.
Cuidando nuestra vida
cuidamos la de los demás (ama a los demás como a ti mismo), y si el cuerpo
humano es un universo en miniatura, la responsabilidad de nuestro cuidado
personal trasciende las estrechas fronteras del individualismo, nos llevará a preocuparnos
por el cuidado de los demás y del entorno natural en el que vivimos, así como a apoyar el conocimiento
del cosmos en general. Sólo se ama lo que se conoce…pero sólo si se conoce bien, y además se comparte, no se guarda en beneficio
propio, ni se utiliza para recibir el
aplauso.
“La Sabiduría posee un espíritu inteligente, …, multiforme y
sutil, ágil, perspicaz, plenamente diáfano,
amante del bien y penetrante; libre, benéfico, amigo de la humanidad, firme
seguro y sereno; un espíritu que todo lo puede y lo observa y que penetra en
todos los espíritus…” (Sab. 7, 22-23)