Parece una
contradicción pero, ¿qué es la vida sino una superación constante de
contradicciones? Son los hombres los que tienen que poner de su parte para
superar armónicamente las contradicciones, en sí mismos, y en su relación con
los demás, en sociedad. Así se ha logrado
avanzar hasta un grado de desarrollo como el presente, deslumbrante pero desconcertante.
Por eso ahora no sabemos bien qué hacer
con nosotros, los humanos, nos estorbamos en vez de buscar soluciones
beneficiosas para todos, y se toman medidas discriminatorias hasta en el
derecho a nacer, o a vivir, cada uno con sus creencias u opiniones…
No cabe duda de que la
política atraviesa una crisis de grandes dimensiones, y de gran calado, los
acontecimientos se suceden sin control y a velocidad de vértigo. La
desconfianza se ha instalado en las relaciones con todos y a todos los niveles.
Cada individuo anda sin rumbo, pero tratando de salvarse, como quien barrunta
alguna calamidad, o como hacen los aprovechados o astutos, sacando provecho en
el río revuelto, recuperando proyectos o ideas fracasadas históricamente, o
haciendo su agosto para entrar en la nueva etapa con poder y condicionando de
nuevo el futuro.
Los partidos políticos
han traicionado sus principios, han roto la relación con el pasado, y son
incapaces de ofrecer alternativas eficaces ni sensatas, han deshecho su
identidad, y la de los pueblos que gobiernan. Pretenden darle la vuelta a la
historia, ir hacia atrás, implantando viejos conceptos y contenidos, que ya han
fracasado, en cada una de las etapas históricas, con tal de demostrar la
inutilidad del concepto de Dios, cuando no lo hacen culpable de males y
guerras. Todo esto lo califican de modernidad, progresismo, o de derechos humanos. Así, renegando de su
historia, muchos europeos pretenden desmantelar la cultura europea común,
laboriosamente construida, y mundialmente difundida. ¿Hacen falta enemigos,
cuando están en casa?
Pero más que en ninguna
parte, esta epidemia de infidelidad, se da en nuestra pobre patria. Aquí los
dos grandes partidos no sólo han traicionado las raíces y la historia de España,
han traicionado sus propias raíces y principios de partido, han conseguido
echar de sus filas a los más capaces intelectual y moralmente, aquellos que nos
habían enseñado a asimilar los cambios históricos. Se han convertido en dos
máquinas ciegas de poder, utilizando la escasa ideología que les queda,
simplificada, estereotipada, para utilizarla como arma arrojadiza, en un
enfrentamiento visceral, cuerpo a cuerpo, sin argumentos, como una etapa previa
al enfrentamiento real, que ya se está produciendo desde las opciones más
radicales, y los nacionalistas.
Ya han conseguido demostrar
así que quien no conoce su historia, o peor aún, la manipula a su favor, está condenado a
repetirla, por haber destruido los puentes entre pasado y futuro que garantizan
un progreso duradero y en paz, como ocurrió en la transición. Los políticos que
más se oyen ahora son los que reclaman, o exigen, recompensas históricas,
saldar no sé que agravios que sufrieron hace siglos; pero se han sucedido muchas
generaciones, las cuales han sido capaces de vivir más o menos en paz, hasta el
momento presente, precisamente cuando hay más bienestar… o será por eso.
Nos queda una Palabra,
sagrada, fiel y eficaz, capaz de cambiar la vida de los hombres,
individualmente y como pueblo, convirtiéndolo en pueblo de Dios. Y esta es la
clave: Dios, la clave más segura. El que nos da la vida y la conserva, a todos y
cada uno a la vez, y alimenta el espíritu de concordia y progreso,
generoso con todos. Él recondujo la historia de una vez para siempre, aunque al
hombre le acometan periódicamente amenazas terroríficas: los totalitarismos, el
terrorismo indiscriminado; el secuestro vil y cobarde, como táctica de guerra, de
seres inocentes; la sustitución del pensamiento libre, la razón y el diálogo,
por las ideologías partidistas; la fata de rigor y veracidad en la difusión de
noticias…
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