José Luís Nunes Martins
En “Filosofías. 79
Reflexiones” Lisboa 20013. Ed. PAULUS. Pág. 223
¿Puede alguien ser
feliz en un mundo en el cual el mal se manifiesta de forma tan evidente?
Hay quien busca la
felicidad más allá de la tristeza… pero, claro, no la encuentra porque la
angustia es parte de la esencia de este mundo. Donde hay mundo, hay
sufrimiento… Esta es nuestra realidad.
Hay quien busca la
felicidad en las alegrías instantáneas… pero, claro, no las encuentra ahí,
porque nunca una ilusión puede ser camino para cualquier realidad, menos aún
para la verdadera felicidad.
La adversidad, el
sufrimiento y la muerte son verdades que no pueden ser ignoradas por quien
procura la plenitud… ¿pero serán, por sí solos, obstáculos para una vida feliz?
La felicidad no puede
ser un estado de quietud, en la medida en que la vida humana comporta
dimensiones ante las cuales no es posible mantener una paz de espíritu, una
contemplación imperturbable, una especie de absoluto sosiego… tal vez sea la
felicidad de una piedra, pero no la de un ser humano.
Nuestra existencia
tiene una estrecha relación con las emociones, tal vez más que con las ideas,
pero, aún así, la felicidad no surge por la ignorancia respecto de la verdad de los hechos. Nadie
puede dejar que sonría a su corazón delante de la miseria evidente de las
condiciones humanas, e inhumanas, de este mundo.
Pero ante las
injusticias es posible hacer mucho más que admirarlas… no se debe querer acabar
con todo el mal del mundo de una sola vez, en un solo gesto… Ni, tampoco,
querer que nuestras luchas merezcan la
atención o la ayuda de nuestros semejantes. La mayor parte de ellos no tienen
suficiente coraje para reconocer la
osadía de cualquier gesto cuyo fin
sobrepasa a su autor. Después también hay que tener en cuenta que el ansia por la reciprocidad de amor
acaba, en la mayor parte de los casos,
por matar el propio amor. Debemos luchar contra el mal, como si todo
dependiese solamente de nosotros… sin esperar grandes cosas de los otros.
Muchos se apartan así que sienten la presencia de la angustia… como si fuese
contagiosa y fatal… como si no fuesen, también ellos, humanos… como si no
sintieran el valor de quien se dispone, con el pecho abierto, a compartir un
dolor.
Hay que aprender a
escuchar lo que los otros no dicen; el silencio de sus vacíos…
Estar presente y
compartir la tristeza de alguien no nos deja igual. Nos edifica. Nos estructura
y engrandece. Nos prepara para algo mayor.
El que huye de la tristeza,
se hurta la vida… no será feliz porque no acepta la condición humana... Vive de
sueños que son tristes ilusiones de un mundo que no existe… mientras tanto,
realmente, se hunde más y más en el único
mundo en que nos es dado vivir.
Podemos ser felices,
sí. Pero sin negar las adversidades, los sufrimientos y la muerte. Entregándonos
de forma generosa, y en el buen testimonio de amor, en lucha contra e mal, con
un sentimiento puro que no implica reciprocidad ni la satisfacción de sí mismo.
Amar es decir: ¡Voy!
Abrir la mano… promover el bien de otro… olvidarse de sí mismo… romper la normalidad
de los egoísmos y asestar un golpe certero en la esencia del mal…
La verdadera felicidad
es más profunda que cualquier tristeza, es la esperanza que subyace a los
dolores más profundos.
Que sepamos abrir
espacios en las tristezas para que la felicidad se manifieste en ellas. Un
amor, una paz dinámica, que permitirá que el alma amanezca… no para una vida
paradisíaca, sino para una existencia con sentido. A pesar de todo.
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